Venezuela es un lugar maravilloso en un subcontinente extraordinario, América Latina, que los españoles conocemos poco pese a que allí está un pedazo de nuestra historia, de nuestra cultura y de nuestra manera de ser. Que no me explico cómo no viaja más gente al otro lado del Atlántico, donde se exhiben playas, ríos, selvas, volcanes, piedras vetustas, catedrales y pirámides, y donde la gente habla nuestro mismo idioma (habitualmente mejor que nosotros).

Venezuela es una preciosidad. No voy a recomendarles Isla Margarita y los consabidos destinos caribeños, sino los bosques y los llanos de aquel fabuloso país. Remonten al amanecer el río Carrao desde la laguna de Canaima hasta el pie del Salto del Angel, contemplen el atardecer entre las islas del Delta del Orinoco cuando miles de pájaros colman el cielo rojizo, suban río arriba hasta la selva ancestral, sobrevuelen los tepuis, recorran a caballo los hatos llaneros, piérdanse en la Gran Sabana.

Les cuento más: Venezuela tiene un presidente populista, demagogo, discurseador y militar. Tuvo veleidades golpistas, pero luego ha ganado ocho elecciones consecutivas; cuenta con el apoyo del pueblo llano y es odiado por las clases acomodadas. Chavez encarna una dudosa alternativa al neoliberalismo, pero quienes se oponen a él son básicamente los representantes del viejo sistema bipartidista que cayó podrido hasta la médula. El polémico presidente propugna una revolución bolivariana democráticamente incorrecta, sin embargo los del otro bando están demostrando su incapacidad para aceptar los resultados electorales y su obvia intención de utilizar sin escrúpulos el boicot político y el sabotaje económico. En realidad lo que está en juego es el petróleo; o mejor dicho: quién se queda con los beneficios del petróleo. Lo cual que tiemblo por los venezolanos y su hermoso país. Están lejos de Dios como todas las tierras del Hemisferio Sur, habitan demasiado cerca de los Estados Unidos... y tienen una fortuna bajo sus pies.