Como les decía, la derecha se las suele apañar para que sus éxitos destaquen y sus fracasos pasen desapercibidos. Para eso cuentan con la complicidad de buena parte del tinglado mediático.

Si ustedes tienen cierta edad y algunas dotes de observación, habrán captado la diferencia entre el ambiente informativo de la España que dio la espalda al felipismo y el que se fue instalando luego durante el aznarismo. Pero si tienen alguna duda al respecto les ruego acudan a las hemerotecas, y verán qué distinta era la prensa española (¡y aragonesa!) de hace diez o doce años a la de ahora. Gracias a ello, el PP ha podido tapar o justificar el desastre de sus AVEs, las chapuzas hidrológicas, la práctica extinción de las viviendas protegidas, la emisión de una Ley del Suelo a la medida de los especuladores, las contabilidades trucadas, las mentiras sobre el PHN, las mentiras sobre el accidente del Yak, las mentiras sobre la guerra de Irak, las mentiras sobre el 11-M... En fin, de todo ello se va sabiendo ahora y poco a poco, para satisfacción de los escasos medios que (como este periódico) se atuvieron a la verdad contra viento y marea.

Para mantener a raya a los medios, Aznar y los suyos se valieron de la tradicionalmente buena relación que existe entre los conservadores y los poderes fácticos, pero también de la intimidación. De hecho la legislatura 2000-2004 consagró en casi todos los ámbitos sociales el retorno a la identificación entre poder (autoritario, por supuesto) y derecha. Y mucha gente (sindicatos, colectivos profesionales, asociaciones, periodistas, policías, militares...) se acojonó lo suyo.

Ahora reaccionan los citados estamentos... Ahora que vuelve a gobernar la izquierda. De repente, a los del PSOE todo se les vuelve reivindicaciones (casi siempre justas), quejas, denuncias y protestas. Lo cual les deja alucinados, inquietos y con una pregunta en los labios: ¿Pero dónde ha estado esta gente tan exigente durante los últimos ocho años?

Se acabó. Aún habré de continuar mañana. De momento me voy a celebrar que La Romareda se queda por fin donde estaba. ¡Muy bien, señores Belloch y Gaspar; muy requetebién!