Hay quienes creen que gobernar forma parte de su destino. Así le sucede a la derecha española y de buena parte del extranjero. Que ha ejercido el poder generación tras generación. Una gran ventaja.

Para empezar, la gente de la calle, parece entender mejor a un gobernante de derechas que a uno de izquierdas. Si el primero tira la casa por la ventana se considera que es algo natural. En el caso del segundo la cuestión, sin embargo, no resulta tan simple; enseguida surgen los comentarios maliciosos: Pero... ¿qué se habrá creído ese muerto de hambre?

En lo que se refiere a sacar provecho particular del manejo de los asuntos públicos, la cosa es tremenda. Porque la izquierda cuando trinca, trinca a lo pobre: regalos, maletines, comisiones y palmaditas en la espalda. Y a la mínima se sabe todo. En cambio la derecha lleva estos temas con discreción y experiencia. Privatizaciones de empresas públicas, normativas a la medida de los amigos, adjudicaciones predeterminadas, trucos presupuestarios... todo fino, todo legal, todo perfectamente integrado en el tradicional círculo vicioso que va de las grandes empresas y bancos a las instituciones del Estado. Como ha sido toda la vida.

La derecha rampante tiene también la ventaja de que ha sostenido o recuperado buena parte de sus habituales presupuestos ideológicos; la izquierda, en cambio, no ha dejado de revisar y modificar sus programas. Tal vez ello explique la firmeza que exhiben los conservadores (desde Bush a Rajoy) aunque vengan mal dadas. A los del PSOE, cuando se les cayeron los palos del sombrajo, se les veía taciturnos y amedrentados. En cambio, contemplar a Zaplana refutar con esa chulería que Dios le ha dado las responsabilidades de Aznar y Trillo en la catástrofe del Yak es un espectáculo grandioso. Cómo se crece el tío y qué jeta tiene.

Así son las cosas y así serán por mucho tiempo. Porque, además de todo lo dicho, la izquierda oficial querría disponer (sobre todo cuando gobierna) de las prerrogativas propias de la derecha. Y ahí se lía inútilmente y a menudo la caga. Que cada cual ha de ser consecuente con lo suyo, con sus ventajas... y sus inconvenientes.