Cachondeo, crema solar, vino con gaseosa y gafas de sol (vean, vean la foto, que ya me las he puesto). Nos vamos de veraneo, señoras y señores. Ya saben ustedes que un servidor, como cada año, pasa el agosto en Zaragoza, pero eso no quita para que mi espíritu tenga su punto playero. Fuera penas y finjamos que todo va bien.

En verdad les digo que se me han quedado unas cuantas cosas en el tintero. Por ejemplo, la nueva actitud de los socialistas aragonesas respecto del Gobierno central (que ya están otra vez poniéndose responsables y volviendo a las viejas andadas); por ejemplo también, el previsible acuerdo sobre Yesa, adoptado a toda leche sin estudiar todas las variables que permitían matizar la necesidad de una obra tan discutible. Pero también les confieso que después de tres años de traca, tres convocatorias electorales casi sucesivas y todos los sobresaltos habidos entre medio, lo cierto es que ya no estamos casi ninguno para más esfuerzo que no sea sentarnos en una terraza a echar la consabida caña. Ya me han dicho algunos lectores habituales que últimamente he perdido mordiente. Es que estamos (estábamos) en julio, les contestaba yo. Ahora, sin tapujos ya, agarro la onda del veraneo y aquí me las den todas.

Pretendo, y así se lo anuncio a todos ustedes, damas y caballeros, dedicar las columnas de este superveraniego mes a hablarles de cosas graciosas o de avatares cotidianos sin entrar en la política concreta. Otro récord para mi guinnes particular: treinta y un días sin escribir de política (bueno, quiere decirse que alguna reflexión política general sí que haré, puesto que todo es política en esta vida; pero prometo no tocar palos del politiqueo cotidiano).

Descansen ustedes, queridos jefes. ¿Han dicho Diego donde dijeron digo? ¿Han subido los impuestos que juraron no tocar? ¿Aún creen que el Ebro está para ser trasvasado? ¿Son buenos, pero no saben trasladarlo a la opinión pública?... No se apuren, que ha llegado el veraneo.