El verano en Zaragoza suena a lamento. Muchas cosas se ha llevado el coronavirus, entre ellas las fiestas de barrio. El consistorio trata de sacar adelante una celebración de los pilares más popular, con muchas actividades en escenarios pequeños, algo que no podrá compensar la alegría que el covid se ha llevado: ahí están almacenados los cabezudos; ahí los instrumentos de las rondallas. Este fin de semana hubieran estado bailando en Garrapinillos. Y para la próxima los escenarios se hubieran llenado de actividades en Santa Isabel.

La asociación de vecinos del Arrabal es una de las más activas de Zaragoza. Las fiesta mayor de este barrio es mucho más que una programación festiva. Allí acogen la celebración de la última romería urbana de la ciudad algo compartido con San Gregorio. Por las fechas, el día del santo tocó en plena cuarentena y por primera vez desde las guerras napoleónicas el distrito no pudo sacar adelante su jornada de confraternización. Una lástima, porque además de la procesión en el Arrabal preparan unas de las fiestas de referencia para la ciudad: baste decir que este año tenían comprometidas las actuaciones de La orquesta Mondragón y Camela. Qué grandes conciertos se han vivido en la explanada de la estación del Norte.

La sede de la asociación está en penumbra: en parte por el calor de estos días y en parque porque han tenido que limitar al máximo sus actividades. El presidente, Rafael Tejedor, destaca que estas reuniones populares en Zaragoza ofrecen una posibilidad inmejorable para socializar. «Las fiestas son el mejor lugar de convivencia para diferentes realidades», celebra. Ahora tienen que tirar por tierra buena parte del trabajo realizado, tanto a la hora de asegurar contratos como en burocracia. Por contra, señala que algunas personas están contentas con las suspensiones: los que viven cerca de los escenarios y año tras año elevan sus quejas por los ruidos.

Fin de semana

En Zaragoza puede que no lo parezca en un primer vistazo, pero raro es el fin de semana que durante los meses de calor no se celebra una verbena popular. El recorrido comienza en el mes de mayo hasta bien entrado septiembre. Siempre con modestia, sin grandes escenarios, pero con muchas ganas de pasarlo bien. Las primeras fiestas del ciclo anual comenzaban en Casetas, luego se dirigen al Arrabal y siguen en Parque Goya. El mes termina en Valdespartera, un barrio joven que cada vez programaba más actividades. El día de San Antonio se celebraba por todo lo alto en Torrero, después llegan las hogueras de San Juan en San Juan de Mozarrifar (de forma paralela a la semana cultural del barrio de la Magdalena) y de ahí a Rosales de Montecanal en los primeros días de julio.

La Jota hubiera terminado sus festejos en condiciones normales el domingo pasado y esta semana serían los vecinos de Garrapinillos los que se hubieran volcado en el vermú, los conciertos y el reguetón hasta altas horas de la madrugada para conmemorar la festividad de San Lamberto. El ciclo continuaría en Santa Isabel, después llega el parón de las vírgenes de agosto en lo que lo más recomendable era viajar al pueblo de cada cual. Pocos días después las programaciones urbanas se retomaban Las Fuentes, San José, Miralbueno, Valdefierro y Olvier.

Los prepilares

Entrado el mes de septiembre, el jolgorio que este año se echará de menos se desplazaba a las Delicias, con una de las programaciones más ambiciosas de todo este ciclo, Zalfonada, Casetas (para festejar San Miguel) y el remate de nuevo en el Arrabal con los llamados prepilares.

Todos estos barrios procuran tener «una cierta sincronía» a la hora de programar sus actividades. No se puede olvidar que los feriantes tenían que acudir a todas ellas ofreciendo sus atracciones. Ahora ese centenar de puestos de trabajo está sumido también en la crisis, una situación similar a la que viven las orquestas o las revistas, ese acto que reventaba cualquier carpa en la que fuera programado. Ahora parece que solo queda lamentarse.