Los mismos sanitarios que en los momentos más críticos de la pandemia de coronavirus se dejaron la piel para atender la oleada de pacientes temen que la situación vuelva a repetirse ante el aumento de los rebrotes. La crisis hizo mella en su salud física y mental. Y no está claro cómo se enfrentarían a otro pico de casos. Sobre todo ahora que arrastran cansancio, malestar y una pesada mochila de afectaciones emocionales. Se estima que el 25% del personal médico y de enfermería podría desarrollar síntomas de estrés postraumático. Y, en general, unos mayores índices de ansiedad y depresión. La situación no es para menos. «Soy pesimista respecto a que esto finalice en un plazo ya no corto, sino medio. Esto es una carrera de fondo y necesitamos mucha resistencia, que vamos perdiendo. Me siento impotente y detecto que los profesionales estamos cansados y estresados», reconoce Cristina Alonso, médico de familia en el centro de salud de San Pablo de Zaragoza.

«Teníamos la seguridad de que esto no había pasado, pero no esperábamos vivir de nuevo los rebrotes tan pronto. Un poco ingenuamente creíamos que el virus nos daría un respiro, pero la realidad es que no ha sido así», apunta. La impresión es «de no llegar a todo» y ni siquiera quienes han podido coger unos días de vacaciones descansan. «Nos es imposible desconectar con el caos que nos transmiten nuestros compañeros. El estrés lo tenemos hace días y ahora tenemos ansiedad anticipatoria», apunta Antonio Aisa, médico en el centro de salud Las Fuentes. «La sensación es que a la Administración aragonesa esto le ha pillado desprevenida otra vez», considera.

Un reciente análisis, liderado por el Instituto de Neurociencia del King’s College de Londres y el hospital Gregorio Marañón de Madrid, estima que en los días más críticos los sanitarios sintieron miedo (en un 43,7% de los casos), insomnio (un 37,9%), angustia (un 37,8%), agotamiento (un 34,4%), ansiedad (un 29%) y síntomas depresivos (un 26,3%).

La Atención Primaria en Aragón está al límite y además acusa una falta de personal evidente que, a veces, no comprende la ciudadanía. «Me siento más irritable, porque a veces detectamos situaciones y conductas reprochables desde el punto de vista de la salud publica y en este estrés te vuelves más intolerante con ese tipo de actitudes. Hay gente que no comprende la situación que tenemos», asegura Alonso.

Rosabel Villares trabaja en el centro de salud de Valdefierro y ella cree que «ni siquiera se ha terminado la primera oleada» de contagios. «He vivido el silencio de la ciudad en el confinamiento y la sensación de desmadre en la desescalada. Creo que nuestra salud mental está tocada y sobrevivimos, pero podemos explotar», asegura esta aragonesa.

«Creo que ha cambiado la percepción de la población. En el estado de alarma se entendía que solo se debía utilizar la sanidad en caso de absoluta necesidad. Ahora, el aprendizaje social que se esperaba de esta epidemia no se ha producido y en el apartado de prevención como sociedad también hemos suspendido», reseña la enfermera Teresa Tolosana, que trabaja en el centro del Arrabal. «Hace seis meses Aragón nos llamaba la atención en el número de afectados en esta epidemia y la gente salía a aplaudir a los balcones. Ahora estamos en todos los telediarios y los sanitarios nos encontramos todos los días con gente cabreada porque no se están atendiendo sus peticiones habituales. Pese a todo, no podemos ni debemos tirar la toalla», puntualiza Tolosana