A Martín Caparrós de pequeño le llamaban insolente... y con razón. Quien si no un insolente puede plantearse aprehender un país, comprender un país, "contar un país". El Interior, recién publicado en España por la editorial Malpaso, es el conjunto de crónicas que recogen este empeño insolente de Caparrós por contar Argentina.

Hace diez años, más o menos, Martín Caparrós, reparó en la distancia. En sentirse ajeno y saberse parte al mismo tiempo de la realidad de su país. Salir de Buenos Aires y encontrarse con "el interior" de la Argentina es toda una experiencia para la imaginación de este escritor y la curiosidad de este cronista. Un territorio tan próximo se vuelve en cambio muy lejano culturalmente.

Esa distancia cercana es la que le lanzó al viaje. "Salir a buscar lo que nunca perdió", como le decía su padre. Así arranca El interior, con la idea de entender un país que, como señala el cronista, está destinada al fracaso.

"No sabía cómo contar un país y decidí hacer lo más obvio, lo más fácil, lo más bobo: subir a un coche y dar una vuelta por el interior de la Argentina", comenta el autor. Y así encontramos en estas crónicas al otro, al otro argentino que no es de Buenos Aires, y descubrimos las provincias del norte, (el sur queda para un segundo viaje, para un segundo libro que está por hacer) las inquietudes, las necesidades, las preocupaciones, alegrías y dificultades.

Conocemos algo más este territorio tras leer El Interior de la mano de Martín Caparrós. Señala el cronista que en este viaje desarrolló una rara intimidad; un grado de ensimismamiento (ni la radio escuchaba en el coche para no sentirse contaminado por otras voces y pensamientos) que le hacía más sensible a los encuentros que se iban produciendo en cada provincia.

"--Se ve que usté no es de por acá.

Me dice un hombre de boina hasta las cejas y bombachos medios viejos, gastados.

--¿Por qué, tengo mucha pinta de gringo?

--No, acá gringos hay muchos. Pero tiene el coche con tierra oscura, todavía no se le ha prendido la tierra colorada".

Pero Caparrós en esta crónica de largo aliento tenía una ambición formal, de estilo: buscar diferentes maneras de contar en periodismo. Cansado de lo ya hecho, quiso bajarse del "caballo manso", como define el cronista a las formas de escritura ya conocidas, usadas y practicadas.

Quiso probar otras monturas. Apostar también en lo formal. Por ello encontramos en El Interior un despliegue de formas quebradas, de fragmentos, de poemas, descripciones, juegos lingüísticos- el periodismo se estira al máximo; la crónica se regodea literariamente.

La idea de entender un país está destinada al fracaso, pero El Interior es uno de los fracasos que mejor le ha salido al cronista. Celebremos su insolencia.