En los últimos tiempos, el ex presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero está un tanto inactivo. No tiene demasiado trabajo, y por eso lució doblemente en la presentación de Gentes de mi tiempo, una selección de textos de Manuel Azaña espigada por José Esteban y editada, magníficamente, por el sello Reino de Cordelia.

En sus páginas aflora un Azaña cáustico y lúcido, dueño de una prosa precisa y concisa que corta como el filo de un cuchillo, y de una capacidad de observación profunda y escéptica a la vez, aplicada la mayor parte de las veces desde la óptica de un estadista, de un hombre de Gobierno como pocas ha tenido nuestro país.

Dueño Azaña, también, de un corrosivo sentido del humor que tiñe de ironía, y a menudo de un seco afecto, sus observaciones personales sobre, por ejemplo, Ramón del Valle Inclán. «Conmigo nunca se ha enfadado ±escribió Azaña en los albores de los años treinta, siendo ministro de la Guerra±, aunque se ha enfadado con casi todo el mundo. Valle, que es muy pueril y muy fantástico, tiene en política, en literatura, opiniones que no casan con las mías». La situación económica del autor de «Divinas palabras » era delicada tras un estreno fallido en el Teatro de Bellas Artes y Azaña se planteó ayudarle a sobrevivir concediéndole el cargo de director de Patrimomio Nacional, pero a condición de que no ejerciera. El problema se agudizó cuando Valle se empeñó en desempeñar sus nuevas misiones y se plantó en el Palacio Real o en Aranjuez dispuesto a llevar a cabo profundas reformas...

Poco después, en noviembre de 1931, Azaña anotaba sin desperdicio sobre otro literato: «Pérez de Ayala tiene un francés horroroso... Me pregunta si el Gobierno piensa declarar incompatible el cargo de director del Museo del Prado con el de embajador de Londres (Ayala ocupaba ambos sillones). Acto continuo, me pide que le preste uno de mis coches oficiales para que vaya a buscar a sus suegros a Gijón y los traiga a Madrid...»

Critica Azaña asimismo a Miguel de Unamuno («En el fondo, piensa que la República la ha traído él»). O al presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora («Su estilo oratorio nunca me ha gustado. Es profuso, circuenlocuente (sic), impreciso y de una holgura de palabras desporpocionada con el vigor del contenido»). Una lectura antológica.