Pocos pueblos como Chodes tuvieron la oportunidad de replantear todo su trazado urbanístico en la época barroca. Y muchos menos por causas de salubridad en un tiempo en el que las conquistas y las desgracias solían protagonizar el destino de los municipios.

El viejo Chodes disfrutaba de una envidiable situación defensiva, sin embargo, para vivir resultaba tremendamente incómodo: colgado entre las breñas y lejos de los cultivos, con las fuentes de agua a una distancia notable, el día a día era penoso. Así que, a mediados del siglo XVII, el conde de Morata pensó en hacer uno nuevo junto al río, en el que se pondrían en práctica las ideas constructivas más avanzadas de la época. La cosa no fue fácil. Las casas tenían que ser todas iguales, con su portal, piso en alto con balcón y falsa; y con un corral a la parte trasera, según quedó reflejado en la documentación de la época. Las fachadas, formando asimismo un conjunto homogéneo entre sí, se tenían que adornar con pilastras de ladrillo de orden gigante, sencillas pero vistosas, con sus basas, fustes, capiteles y bolas de piedra, según destaca la guía Arte en la provincia de Zaragoza editada por la Diputación Provincial. Estos elementos decorativos no estaban previstos inicialmente, sino que fueron una aportación de Juan de Marca, el prestigioso maestro de obras que se encargó de diseñar la nueva urbanización, lo que le crearía un serio problema a la hora de cobrarlos.

Como en cualquier proyecto de envergadura que se precie (o incluso en la reforma de un baño) las obras se alargaron mucho más de lo previsto y los problemas no tardaron en llegar. El puente se levantó, tiró y volvió a levantar varias veces. La iglesia nunca quedaba al gusto del señor. Hornos, viviendas y acabados no tenían la calidad suficiente. Lo que se tendría que haber acabado en dos años se alargó durante más de una década y la construcción costó tres veces más de lo previsto en medio de pleitos entre el gobernante y el arquitecto, todos descontentos por las condiciones en las que tuvieron que trabajar y pagar.

Pero mereció la pena: hoy Chodes es una pequeña joya en mitad del eje del Jalón, retirado a un lado de la huerta pero muy cerca de ella, pues gracias a ella existe. Se ha conservado prácticamente intacto, sin apenas modificaciones ni en sus fachadas ni en la estructura de las casas, que se corresponden punto por punto a lo estipulado en los contratos hechos hace más de tres siglos. Constituye el ejemplo más acabado y mejor conservado de las ideas del urbanismo barroco. Las veinticuatro casas iguales miran al centro de la plaza con su ritmo de portales, balcones y ventanitas, separadas por pilastras decorativas.

Iglesia sencilla

Muchos visitantes quedan encantados con su sabor barroco, trasladados de forma instantánea a otro lugar en el tiempo. Según indica el concejal de cultura de Chodes, Carlos Diarte, "vienen de paso, pero siempre quedan sorprendidos por la arquitectura del pueblo y realizan muchas fotografías". Del viejo y desafortunado Chodes casi no quedan restos, exceptuando las ruinas del castillo, a las que resulta complicado acceder.

Una mención especial merece la iglesia de San Miguel, un templo sencillo, pero amplio y luminoso, con varios retablos y tallas de estilo barroco. "En su interior conservamos en los retablos y ornamentos de la iglesia de Villanueva (el pueblo vecino y abandonado en los años cincuenta), por lo que el interés del templo se multiplica", indica.

Desde el consistorio lamentan la falta de ayudas públicas para recuperar el pueblo (algo todavía más escandaloso en el casos de la torre mudéjar de Villanueva, en serio riesgo de desaparición). "Tendríamos que disponer de mayores ayudas para impulsar el turismo y también para reparar el pavimento, una de nuestra reivindicaciones más inmediatas", explica Diarte. Pero pesa a todo, la vida sigue. Estos días se ha celebrado la fiesta de mayo, una celebración modesta en comparación con el mundial de carreras de pollos que tiene lugar en septiembre. Aficionados de toda la comarca se reúnen en Chodes el último domingo de las fiestas para correr y recibir la ansiada ave como premio.

También se puede pasear hasta el puente de Capurnos, que tantos quebraderos de cabeza ofreció, pero que continúa salvando con su único ojo el cauce del Jalón.