Primero habría que marcar un antes y un después con la llegada de los Habsburgo al trono a comienzos del siglo XVI, ya que la relación entre la monarquía y el Reino de Aragón da en ese momento un giro de 180 grados. Hasta entonces, las visitas de los reyes a tierras aragonesas eran frecuentes como monarcas de los distintos territorios de la Corona de Aragón. Zaragoza ostentaba la capitalidad del reino, aunque la corte estaba a menudo en Barcelona por razones comerciales, salida al mar, y por el apoyo económico que brindaba la burguesía comercial catalana a la monarquía, al contrario de lo que les costaba a los reyes conseguir fondos por parte de las cortes de Aragón.

Pero todo eso cambia a la muerte de Fernando II el Católico a comienzos de 1516. Carlos I de Habsburgo, quien poco después se convirtió en el emperador Carlos V, heredó una gran cantidad de territorios por toda Europa y otros continentes que acabó por conformar la Monarquía Hispánica, el primer gran imperio de la Edad Moderna.

Dentro de esa gran monarquía que pretendía ser universal uniendo al catolicismo frente a los otomanos, la Corona de Aragón va perdiendo peso político y económico paulatinamente, y dentro de ella todavía más el Reino de Aragón. ¿Los motivos? Tenía poco que ofrecer en lo demográfico y económico para las grandes empresas, fundamentalmente bélicas, en comparación con otros territorios. Además, su sistema político foral coartaba mucho la libertad de acción de los reyes, por lo que cada vez fueron menos frecuentes sus viajes a Aragón, y sólo acudían lo imprescindible. Castilla pasaría a ser la cabecera de sus dominios.

Todavía Carlos V mantuvo cierta ficción en este sentido, pues en el caso aragonés siguió la costumbre de convocar cortes del Reino de Aragón periódicamente. Quizás una de las más importantes fue su primera visita a Zaragoza para jurar los fueros y ser reconocido como rey. En aquél viaje se alojó en el palacio de la Aljafería durante ocho meses y tomó decisiones tan trascendentales como apoyar el proyecto de Magallanes para encontrar una ruta comercial hacia Asia viajando por el oeste y que acabó con la primera vuelta al mundo en la historia de la humanidad, finalizada por Juan Sebastián Elcano.

A partir de entonces, el resto de los Austrias apenas convocaron cortes aragonesas durante sus reinados, acudiendo sobre todo a Monzón, lugar tradicional de celebración de las cortes generales, y en alguna ocasión contada a Tarazona, Barbastro, Binéfar o Calatayud, además de a la capital zaragozana.

Decretos de Nueva Planta

La situación cambia a comienzos del siglo XVIII con la Guerra de Sucesión Española en la que Felipe V de Borbón impuso los Decretos de Nueva Planta por el apoyo de los territorios de la Corona de Aragón al otro pretendiente al trono, el archiduque Carlos de Habsburgo. Con esos decretos se eliminaron políticamente los Estados que conformaban la corona aragonesa, pasando a estar regidos por el Consejo de Castilla y sus leyes. Desde entonces, las visitas reales ya no serían por razones de fuerza mayor por convocar cortes como hasta entonces.

lPara una visita real de importancia nos tenemos que ir ya hasta 1759, cuando Carlos III pasó por Zaragoza con toda la familia real Hasta ese mismo año había sido rey de Nápoles, pero a la muerte de su hermano Fernando VI tuvo que asumir el trono español. En su viaje hacia Madrid, desembarcó en Barcelona y llegó a la capital aragonesa donde estuvo un mes en el que se dedicó a acudir a fiestas y a cazar en los montes de Torrero. Justo en esos días, Pedro Pablo Abarca de Bolea, más conocido como el conde de Aranda, aprovechó para entrevistarse con el nuevo monarca, al que solicitó la realización del Canal Imperial que se acabaría construyendo años después.

La siguiente gran visita fue ya en tiempos de Carlos IV cuando llega a Zaragoza el 23 de agosto de 1802 para estar unos días en los que se repiten las fiestas, las corridas de toros en su honor e incluso paseos en barca por el recién construido Canal Imperial, llegando en ellos hasta localidades como Gallur.

Ya después de la Guerra de la Independencia (1808-1814) y con el regreso del infausto Fernando VII, este quiso hacer un viaje de reconocimiento por España para saber qué línea de actuación debía seguir, si ceder ante los liberales y admitir la Constitución proclamada en Cádiz en 1812 o por el contrario y como él deseaba volver a la viejas prácticas de gobierno del absolutismo y el Antiguo Régimen. En ese viaje acudió a Zaragoza invitado por José de Palafox, y allí pasó la Semana Santa antes de poner rumbo a Teruel para llegar después a Valencia. Algunos piensan que fue precisamente en tierras turolenses donde ya viendo que contaba con suficientes apoyos para imponer el absolutismo fue creando la idea que plasmó al llegar a Valencia de derogar la Constitución y comenzar las persecuciones contra los liberales.

Con Isabel II nos encontramos al primer monarca que viaja hasta Aragón usando el recientemente estrenado ferrocarril, el nuevo medio de transporte que comenzaba a causar furor. Lo hizo durante la celebración de las fiestas del Pilar de 1860, acompañada de su esposo Francisco de Asís, llegando a la Estación del Norte desde Barcelona, siendo agasajada entre otros festejos por una danza de gigantes y cabezudos. Años después, la reina Isabel fue destronada con la Revolución Gloriosa, por medio de la cual fue elegido por las cortes para ser rey el italiano Amadeo de Saboya. Su reinado fue corto y careció de apoyos, aunque todavía le dio tiempo para acudir a Zaragoza en ferrocarril a finales de septiembre de 1871 para la gala de entrega de los premios de la Exposición Aragonesa celebrada en 1868. El recibimiento fue de una gran frialdad, y no es de extrañar, ya que Zaragoza era por aquél entonces una de las ciudades con más apoyos al republicanismo en España.

En 1874 se produce la restauración Borbónica en España encarnada en el hijo de la destronada Isabel II. Alfonso XII tuvo un corto reinado ya que murió en 1885, pero aún tuvo tiempo para visitar Aragón en cuatro ocasiones, en 1875, 1878 y 1883 por motivos militares, y en 1882 para inaugurar las obras del Canfranero en 1882, una vieja aspiración aragonesa ya desde que lo propuso Juan Bruil en la década de 1850. Y precisamente sería su hijo, Alfonso XIII, el encargado de inaugurar la línea en Canfranc el 18 de julio de 1928.