"Teníamos un poco de miedo porque se acercaban las fiestas patronales, pero en dos o tres días ya estaban identificados. Queríamos saber si era gente problemática, pero no había especial problema, eran sólo un grupo de jubilados", explica con cierto apuro Jordi Savall, responsable de seguridad ciudadana del Ayuntamiento de Cambrils.

Este mes de julio, la marcha de esta pequeña localidad costera no se encontraba en sus playas, sino que el bullicio se trasladó a la parroquia de San Pedro --Sant Pere para algunos--. La quietud y el frescor de la iglesia dejaron paso a la polémica y el acaloramiento de vecinos y turistas.

Al parecer, un grupo de veraneantes aragoneses no estaba conforme con que dicha parroquia oficiara misas en catalán. Dolidos ante tal ofensa, este temido grupo se organizó y decidió boicotearlas. Primero fue cantar el Aleluya más alto que los catalanes, más tarde amenazar al sacerdote. Convencidos de ganar esta causa dialéctica, acudían diariamente a los oficios en catalán, cuando durante el fin de semana eran en castellano.

Miquel Barberá, arzobispo en funciones de Tarragona, no entra en valoraciones pero explica que "la liturgia es siempre la misma", y que él mismo ha podido seguir la homilía en varios países del mundo sin dificultad. Igualmente, duda de la veracidad de la historia y señala que "nunca hemos tenido problemas con el tema del idioma". Lo cierto es que el sacerdote que sufrió las amenazas, de nombre Ramón Blas, optó por el exilio quincenal y se marchó de Cambrils con el consuelo de que los maños se fueran en agosto.

Un agente entre los fieles

El ayuntamiento lo vio claro: había que infiltrar un policía, con bermudas y todo, para que identificara a los alborotadores de misas. A los aragoneses se les habían sumado unos cuantos navarros y varias argentinas. Dos curas forasteros oficiaban las misas en español. Ya podían cantar en español eso del Aleluya en la parroquia de San Pedro. Por su parte, mosén Ramón Blas presentaba un escrito desde la lejanía en el que explicaba sus razones para dar la misa en catalán.

Julio pasó, y en agosto las aguas volvieron a su cauce. No más problemas, no más voces, y calma en la parroquia. No se sabe si los turistas dejaron Cambrils o sus voces se mitigaron por la presencia del policía, lo cierto es que los feligreses disfrutan ya tranquilos de sus misas en catalán y de su iglesia de San Pedro. Perdón, Sant Pere.