«Hola. Me he quedado en paro por la situación, así que he pensado que ahora tengo tiempo y podría ayudar a otras personas». Rodrigo González ha recibido varios mensajes como este. Cada uno con sus historias, con sus matices. Se siente casi abrumado. Porque la situación es mala. Terrible. Pero hay quien, en medio de ella, ha decidido, no solo que va a recomponerse, sino que quiere y puede ayudar a otros a levantarse. Mirar a su alrededor en lugar de a su propio ombligo. Y gracias a eso, la red de voluntariado ha crecido. Redes como la de Atades, que Rodrigo coordina.

Es verdad que la asociación tenía una gran base, pero ahora han surgido nuevas necesidades. Así que ese soplo de aire, esos nuevos voluntarios que se han ido ofreciendo han sido un regalo. «Suelo hablar con gente de otras entidades y nos está pasando a todos». Para Rodrigo, el trabajo social es una vocación así que, «que ocurra esto es emocionante» y una prueba de que «ayudar también ayuda».

Gracias a este apoyo, Atades ha podido poner en marcha nuevos servicios, para hacer lo que han hecho siempre. Para no dejar a nadie atrás. Fueron surgiendo con las necesidades. Y con cada email nuevo en el que alguien se ofrecía. Uno de los primeros fue la confección de mascarillas, para el que armaron un pequeño ejército de costureras que, durante la primera semana del confinamiento, hasta se desplazaba físicamente a las instalaciones de Arpa. Como Mariví Hernández, una maestra del colegio de La Almozara de Zaragoza que pensó que, entre plataforma y plataforma, aún podía sacar tiempo para coser, como le enseñó su madre, cuando su hija le pasó un llamamiento que se hizo a través de Facebook. Se apuntó como voluntaria. Ella siempre había cosido. Era una de esas aficiones que sacaba a relucir para hacer «trajes de baturra» y algunos arreglos. El primer día que cogió al autobús, con otra decena de voluntarios, ya supo que aquello le iba a cambiar. Que iba a hacer «algo bueno». Les han pedido que cosan 50 mascarillas, pero está dispuesta a echar el resto. «Si son cien, son cien». Dice que lo hace en «tiempos muertos», que esta semana aprovechará para coser más «porque coincide con las vacaciones escolares». Que «lo que diga Rodrigo». Casi no se conocen y ya se tratan como si fuera familia.

Mariví no le da importancia. Cose y le ayuda su madre. Cose y piensa en los niños de su colegio, en cómo les estará afectando esta situación. Cose y ayuda a otros. Porque cree que tiene que ayudar.

Y eso mismo le pasa a Marta Castillo Torres. Ella se ha convertido en las manos de una familia de Atades, en uno de los voluntarios gracias a los cuales se ha puesto en marcha la atención en domicilios, para hacer la compra, ir a la farmacia, para tirar la basura y hasta para atender las duchas. Marta es estudiante de Ingeniería de Organización Industrial. Sus padres y su hermana son médicos. Los veía ponerse en primera línea todos los días, mientras ella se quedaba en casa, porque ya no había clase en la universidad. Y decidió que tenía que hacer algo. «En mi casa convivo con gente que está luchando, así que quedarme y seguir con mi vida normal no era suficiente». Por eso, dio un paso adelante. «Me asignaron una familia para ir a hacer la compra. Tienen mi número y me llaman para lo que necesitan». Y lo necesitan, porque en muchos casos, como en este, son personas de riesgo. Margarita, la madre de la que ya llama «su familia», le deja el carro en el rellano y el dinero a una distancia prudencial a Marta cuando esta llega. Pero ni la distancia ha evitado que la relación entre ellas se haya convertido en especial. Por un gesto sencillo pero esencial en estos momentos. Un gesto que cambia vidas. «No hace más que decirme que cuando esto acabe, me quiere dar un detalle».

Junto a la atención en domicilios, que hace Marta, o a la confección de mascarillas, que cuenta con setenta voluntarios como Mariví, hay un tercer servicio que se ha hecho más necesario estos días. Antes, el voluntariado de Atades estaba en los centros de Fundat para acompañar a las personas que están tuteladas. Les acompañaban al médico o a renovar el DNI. Y, desde el confinamiento, no pueden hacerlo. Para dar ese apoyo y ese afecto que ahora todos tenemos que dejar en la distancia, «nos hemos organizado para hacer videollamadas y llamadas, para que no se sientan solos·, dice Rodrigo. El equipo de psicólogos de la entidad se ha ocupado de explicarles la situación. Y los voluntarios hasta han hecho un vídeo de consejos. «Hicimos una videollamada y hemos visto que están muy concienciados y es verdad que echan muchas cosas de menos». Les explican que deben lavarse las manos, que no pueden pasarse el móvil entre ellos, que deben mantener las distancias y, sobre todo, que en estos momentos, nada de darse abrazos. «Ya les hemos dicho que cuando esto pase celebraremos una fiesta y estaremos juntos». Y se darán todos los abrazos del mundo. Esos que ahora tenemos creciendo dentro de nosotros. Guardados.