"Ahora voy a comprar con una calculadora". Este es uno de los principales cambios en la vida de Angel --nombre ficticio de nuestro protagonista que prefiere mantenerse en el anonimato-- desde que se quedó sin empleo y se vió obligado a recurrir las ayudas de "emergencia" que conceden las administraciones. Con unos 308 euros, Angel ha de pagar el alquiler de su piso, los gastos del agua y la luz, y abastecerse y vestirse durante todo un mes.

En el caso de este hombre, de mediana edad y con estudios superiores, las circunstancias de la vida hicieron que de "un día para otro" dejara de tener un trabajo y un sueldo "más que aceptable" para pasar a vivir en una situación en la que le fue necesario recurrir a la asistencia social. "Al principio no quería pedir ayuda a los servicios sociales porque me daba apuro", asegura Angel.

Sin embargo, "en una situación límite se hace cualquier cosa" y por ello este hombre decidió iniciar los trámites para solicitar algún tipo de ayuda económica a la administración. Unos trámites que fueron "largos y nada agradables".

Demasiada burocracia

Con esa intención, Angel se dirigió a los servicios sociales municipales donde se le asignó una trabajadora social para que llevara su caso. Este es precisamente el trabajo que realiza habitualmente Margarita Moya, una de las trabajadoras sociales de UGT. Margarita lleva desde 1991 ejerciendo de asistente social por lo que ha vivido el nacimiento del IAI y ha visto su evolución.

La asistente social que que se le asignó a Angel le ayudó a rellenar un "montón de papeleo", y lo primero que consiguió fue unos bonos para gastar en comida en una gran superficie. Sin embargo, Angel tuvo que esperar más de dos meses desde que inició la solicitud hasta que el Ayuntamiento de Zaragoza le concedió esta ayuda alimenticia de "emergencia". Durante ese tiempo, le ofrecieron acudir a la Caridad o al comedor del Carmen, aunque en esa difícil situación, Angel echó mano a la ayuda de sus familiares y amigos.

En este punto, Margarita, después de diez años de experiencia, asegura que "es necesario que haya un periodo ventana", y que los solicitantes reciban algún tipo de ayuda desde el momento en que la solicitan.

La aportación para comida que le dieron a Angel desde el ayuntamiento le llegó en forma de bonos de 30 euros, no en dinero en metálico, algo con lo que este hombre está de acuerdo ya que "en este mundo hay mucha picaresca", señala.

Mientras, Angel seguía esperando una respuesta a su solicitud para acceder al salario social, y en ese periodo de tiempo recibió en su casa la visita de una trabajadora social para ver cuál era su nivel de vida y, además, tuvo que pasar por un "duro interrogatorio que rozó la inconstitucionalidad", asegura este hombre. "Me preguntaron sobre mis relaciones sexuales, si tenía pareja o qué contacto tenía con mi familia", apostilla Angel.

Margarita también reconoce que, a veces, se realizan preguntas "muy duras", pero aclara que los trabajadores sociales hacen mucho hincapié en que "se preserve el derecho a la intimidad" de la gente. Sin embargo, también asegura que muchas de las personas que inician los trámites para solicitar el IAI no los acaban y otras entran en procesos de ansiedad o su autoestima queda muy dañada.

La ayuda se queda corta

Finalmente, unos tres meses después de iniciar el proceso, Angel recibió la noticia de que se le había concedido el IAI, aunque la cuantía de esta ayuda "se queda corta". "Siempre he sido muy organizado y poco derrochador, pero no me llega", puntualiza.

Y es que con 308 euros, Angel ha de hacer un verdadero ejercicio de economía doméstica para cubrir todos los gastos. Tras pagar el piso, la luz y el agua, este hombre se va a la compra con una calculadora en el bolsillo y vuelve con una cesta que tiene mucha fruta y verdura y poca carne o pescado. "Compro muchas pechugas de oferta", explica Angel, al tiempo que señala que lo que más desea ahora es volver a encontrar un trabajo para no tener que vivir de esta prestación social.