En ese lugar donde se asientan los mitos y los sentimientos aragoneses, el secano irredento se está viendo forzado a dejarles sitio a las víctimas reales o potenciales de los embalses. Incluso muchos de los que hemos sido educados en el costismo y las leyes clásicas del progreso socio-económico admitimos hoy que inundar pueblos y valles es un precio demasiado alto por una eventual ampliación de los riegos (y es un coste insufrible si de lo que en realidad se trata es de incrementar teóricamente las reservas regulables de la cuenca del Ebro para que cuadren las cuentas del trasvase). Por eso ni Marcelino, el presidente, ni Boné, el consejero, quieren retratarse junto a los funcionarios de la CHE que se enfrentan cada día con las gentes de Artieda. Queda feo. Por eso sólo Alcalde y Lacasa, los del PP, se desgañitan apoyando las expropiaciones.

¿Regar o inundar pueblos? El mismísimo Pacto del Agua se debate en tal contradicción (recoge el recrecimiento de Yesa pero se pronuncia contra la desaparición de núcleos habitados). Mas el paso del tiempo y los cambios en la estructura económica aragonesa han inclinado la balanza del lado de los pueblos y las gentes amenazados. El trauma de Mequinenza y Fayon desaparecidos bajo las aguas, la visión del valle del Cinca anegado, el terrible caso de Janovas, donde expropiaron ¡y dinamitaron! las casas para ni siquiera hacer el pantano... Todo ello pesa sobre nuestra memoria. Por eso estamos hoy con los de Artieda.

El Pacto del Agua es una entelequia y el PHN es sólo y principalmente el trasvase del Ebro. Las expropiaciones en Artieda son combustible electoralista para el PP levantino y coartada imprescindible para que allí abajo, en la costa murciana, las segundas residencias se construyan por miles y miles, los euros corran por millones y millones y los promotores de los golosos campos de golf cuenten con regarlos un día con el agua que, se supone, deberá inundar los sencillos campos de Artieda.