Pasó el día de la Constitución con tanta pena como gloria. Gloria porque, no siendo gloriosa, esta Constitución ha permitido salvar el lunático golpe republicano-catalanista con un cierto respeto a la división de poderes, por lo menos al poder judicial. Pena, porque de su reforma se ha vuelto a hablar con tal alegría y frivolidad que nadie ha dudado que ningún partido se la toma en serio (refiriéndome a la reforma, no a la Constitución en sí).

Pedro Sánchez, un poco el que más ha venido reclamando cambios en la Carta Magna, ha contado (larga mucho) que Rajoy le prometió abordar la reforma antes de 2018. El presidente va diciendo a todo y a casi todos que sí, a Sánchez, a Rivera, a los constitucionalistas que no constituyen un peligro para la unidad de España. Pero no les firma nada y luego dice digo donde dijo tu dirás, Pedro, dime tú, Albert, a mandar...

En su furor reformista, Sánchez no ha explicado aún lo que quiere reformar o cambiar, quitar o poner en la Constitución española. Hasta poco antes del estallido catalibán estaba por encajar Cataluña de otra manera, quién sabe si como autonomía de clase superior o estado asociado... Javier Lambán y otros barones bastante más prudentes le echaron el freno, porque ni Aragón ni Valencia (Ximo Puig) iban a aceptar que la vecina Cataluña una vez más saliera beneficiada por su cara bonita o por su hermosa lengua.

Ninguna Constitución puede amparar, mucho menos provocar diferencias entre un español y otro. Sánchez dice que quiere introducir en la Constitución conceptos y realidades de hoy, pero Rajoy, a quien no gustan los cambios, teme que por esos estudios y comisiones se cuelen principios demagógicos, antimonárquicos (forzosamente habrá que tratar la sucesión de Felipe VI), antisistema, y que, en lugar de reformar la Carta Magna, le hagan un ojal.

El resto de partidos, menos el PP, en especial Ciudadanos y Podemos, igualmente parecen estar por algunas reformas, sin que hayan trascendido concretamente cuáles. El Gobierno ha respondido que bueno, que ya se verá, pero que en ningún caso se aprobarán por mayoría simple. Quiérese decir que, en una Cámara tan dividida como la actual, componer mayorías de dos tercios será como soñar con viajes a la luna.

¿Una Constitución inmóvil o inamovible? Puede que ambas cosas...