Miernes, juernes. ¿Qué ha sido de ellos? El covid ha acabado con nobles costumbres estudiantiles que implicaban pasar la noche de fiesta casi cualquier día de la semana. Una realidad que lleva casi un año vetada pero que ahora, con el cierre de bares a las seis de la tarde, se complica todavía más. «Y ahora... ¿adónde vamos?» grita un joven cuando el camarero de la terraza en la que están tomando jarras de cerveza les hace abonar las últimas consumiciones. El sol aún no se ha puesto y, como el resto de los clientes, se enfrentan a una dura incertidumbre.

Antes de que se cumpliera el cierre adelantado de los bares ya se puede observar que a la hora de mantener la compostura las cervezas o las copas de combinados son el peor aliado. Es cierto que los grupos de jóvenes respetan la norma de que solo se puede estar cuatro personas por mesa, pero también es cierto que las conversaciones abarcan a grupos más amplios. Y que no es raro que se levanten para intercambiar opiniones, rompiendo los grupos de convivencia. Algo que también sucede entre los clientes adultos, pero con menos alborozo.

Altavoz ‘bluetooth’

«Lo están haciendo todo muy mal». Así de convencida se muestra Elena Grau cuando forma corrillo con otros seis amigos en la acera. Un altavoz bluetooth en el suelo. Los camareros del bar, en el Coso, están recogiendo las mesas. Las apilan, las unen con un candado y cierran la persiana del bar. Son poco más de las seis de la tarde. «No puede ser que no nos dejen ir a ningún sitio, además están jodiendo la economía», apostilla su compañera Laura Arauz.

En el grupo tienen entre los 17 y los 19 años. Llevan vasos de plástico en los que apuran vodka con limón. Ellas sí que tienen claro su destino, un parque junto a su instituto. Piden que no se publique dónde está, para que la Policía Local no les ponga problemas si se reúnen. Aunque, según su experiencia de estas semanas, ninguna de las veces que ha pasado una patrulla les han llamado la atención. «No hacemos nada malo porque a las diez tenemos que estar todos en casa», manifiestan. Dicen que no es un botellón, que simplemente buscan un sitio en el que conversar.

Faltan vías de escape

Los profesionales ya han detectado todos estos problemas. En unas edades vitales se está limitando una buena parte del ocio, algo que ya provoca ansiedades. Una de las psicólogas que atiende en el centro municipal de información y asesoramiento juvenil de Zaragoza (CIPAJ), Laura Zapata, destaca que en su consulta ya se ha encontrado con usuarios que no tienen vías de escape. Además, miran con mucho miedo al futuro, pues no les preocupa no poder encontrar un mundo como el que esperaban.

«Muchos se han cansado de las relaciones telemáticas, pues se han dado cuenta de que han perdido muchas relaciones superficiales, de esas que solo se mantiene con la gente con la que te cruzas todos los días, pero que no van mucho más allá», evidencia. Y por otro lado, quedar con amigos es fácil, pero se les está poniendo muy difícil el relacionarse a nivel sentimental.

Para compensar todas estas limitaciones, el Ayuntamiento de Zaragoza ha decidido tomar cartas en el asunto. Las casas de juventud los fines de semana cierran a las 18.00 horas, sí, pero se están abriendo antes por la tarde para que puedan aprovechar el tiempo. Ahora abren a las 15.00 en lugar de a las 16.30 horas. Mantienen las actividades en grupos reducidos y sus cursos y alternativas son completamente seguras.

El viernes, por ejemplo, dos grupos manteniendo distancias de seguridad participaban en clases de guitarra o de lenguaje de signos en las Delicias. «Aunque a veces parezca lo contrario, todos ellos están demostrando una gran responsabilidad en sus momentos de ocio», destaca Zapata.