El británico Christian Levett, que vive entre la Costa Azul y la Toscana italiana, es un enamorado del arte en general y de las antigüedades en particular. Apasionado por la Roma antigua, es el fundador del Museo de Arte Clásico de Mougins (MACM), de donde volvieron recientemente a Aragón siete cascos celtibéricos que acabaron en su colección tras un largo periplo por el mundo del arte que empezó a raíz del robo de las piezas en los años 80 en el yacimiento arqueológico de Aranda de Moncayo. Pagó por los cascos 250.000 libras (294.000 euros), pero asegura que la gestión anual del museo le cuesta 600.000 euros.

-¿Cómo ha vivido el proceso de devolución de los cascos?

-Lo primero que quería hacer, desde el principio, era devolver las piezas robadas a sus legítimos propietarios. Y la segunda, averiguar cómo llegaron a mí tras entrar en la cadena del mercado del arte en los años 80 o 90. Bien mirado, es una cosa terrible que estos cascos se hallaran en una excavación ilegal y que luego pasaran de contrabando las fronteras para venderse a coleccionistas o gente normal, hasta aparecer en casas de subastas y galerías de arte de capitales europeas.

-Es como si hubiera algo oscuro en el mercado de antigüedades.

-Se supone que cuando compras algo lo haces con confianza, pero en el mercado de las antigüedades da la impresión de que no es así. Coleccioné antigüedades entre el 2004 y el 2014, pero ahora ya no, una o dos cosas al año. Tengo que cerciorarme de la legalidad de los objetos con publicaciones que se remonten a cien años o más.

-¿Cómo se enteró de que tenía en su museo piezas robadas?

-Me enteré por la prensa, así fue como me enteré. Esperamos un tiempo a que el Gobierno español contactara con nosotros. Después vimos que iba a haber un juicio en Zaragoza, lo que confirmaba que eran piezas expoliadas. Entonces fue cuando hablamos con las autoridades españolas para devolverlas. Eso fue lo primero que pensamos. Yo no quiero ser el dueño de unos objetos robados, había que devolverlos y luego tratar de recuperar el dinero. El problema es que esas piezas habían estado en el mercado durante un largo periodo de tiempo, desde que las compró un coleccionista alemán, Axel Guttmann, a finales de los 80 o principios de los 90. Cuando murió en el 2001, su familia estuvo vendiendo la colección durante diez años y yo compré piezas entonces.

-¿Se sorprendió cuando se enteró de la odisea de las piezas?

-Sí, desde luego. Está claro que, si hubiéramos sabido que los cascos tenían un origen ilegal, no los habríamos adquirido y no nos veríamos en esta situación. Lo que sucede es que empecé a aprender más acerca del mundo de las antigüedades desde que abrimos el Museo de Arte Clásico de Mougins en el año 2011. Ha sido un proceso de aprendizaje. Ahora sé más de este tipo de mercado, de lo difícil que puede ser, del problema de la procedencia de las piezas. De haber tenido más experiencia, no las habría comprado en el 2008.

-¿Ha pensado en demandar a la casa de subastas donde compró los cascos?

-Voy a intentar recuperar el dinero por la vía legal en Alemania. Pero no sé si lo conseguiré o no. Todo depende de la ley alemana y de la familia que los vendió a la casa de subastas en la que yo los compré. Hay muchos formalismos legales. Pero de momento todavía no hemos contactado con la casa de subastas. En cualquier caso, no puedo hacer comentarios sobre este punto legal en estos momentos.

-¿Seguirá en el mundo de las antigüedades o va a cambiar a otros movimientos artísticos más modernos?

-Así es. En los últimos cinco años casi todo lo que he comprado pertenece al arte moderno y contemporáneo. Lo último que he adquirido fue publicado en 1904. Ahora si compro antigüedades tendrán que tener una procedencia certificada que muestre por qué manos y lugares han pasado previamente. En el caso de los cascos habían sido publicados en los años 90 y entonces, cuando los compré, pensé que todo estaba correcto. Pero no tenía la experiencia que tengo ahora.

-Hace poco se celebró en Zaragoza la entrega oficial de los cascos a sus legítimos propietarios. En los discursos, las autoridades autonómicas y los responsables del museo provincial señalaron que la devolución de las piezas de arte robadas era un gesto de una generosidad sin precedentes. ¿Se siente orgulloso de haberlos devuelto?

-Sí, estoy muy orgulloso de lo que hice. Ha habido dos cosas buenas en este episodio. Una de ellas es la recuperación de un grupo de siete cascos de un conjunto con más unidades, 16 o 17, aunque haya sido a mis expensas. Y, por otro lado, no entiendo por qué, cuando se descubre que unas obras de arte han sido robadas, los directores de museo se agarran a ellas. De hecho, ya no tienen valor desde el punto de vista económico. No se pueden revender. Lo esencial es que los objetos vuelvan a la cultura de la que salieron. Desde mi punto de vista, no es ético que uno se aferre a algo que no le pertenece. En este caso, es posible que quien me los vendió desconociera su origen, pero aun así hay un error por su parte, en el catálogo de la subasta o en la galería.

-Le hubiera gustado estar en Zaragoza cuando llegaron aquí?

-Bueno, estuve en París, en la sede de la Unesco, con las autoridades españolas, donde fue la entrega oficial. Claro que me hubiera gustado ir a Zaragoza, pero, por desgracia, no pude hacerlo.

-¿Cómo fue que se interesó por el mundo antiguo?

-Me empecé interesando por el imperio romano, leí mucho sobre el tema, pero también me atrae el mundo medieval y me dediqué a coleccionar armaduras de ese periodo y también de la guerra civil inglesa en el siglo XVI. La colección Guttman salió al mercado y compré muchas piezas en las subastas que se organizaron en el 2008 y el 2009. Se puede decir, al menos, que si esa colección sigue junta hoy en día ha sido gracias a que compré una buena parte de la misma. Es un gran atractivo para mi museo, que está abierto a todo el que quiera conocerlo.