Dice una leyenda urbana que se puede cruzar Zaragoza de parte a parte saltando de una baldosa rota a otra. Esto tiene mucho que ver con el intenso trabajo que soportan el centenar de operarios con el servicio de Infraestructuras. Solo en el último año y medio han realizado, según los datos oficiales, un total de 989 intervenciones. En vías públicas de todos los distritos, con mayor o menor deterioro o daño y con más o menos horas de trabajo necesarias. Son muchas, y las que quedan, porque sus responsables también indican que «cada año se reciben unas 800 alertas de media por parte de los propios vecinos». Algo que, curiosamente, agradecen que se produzca.

Esto es así porque, según explican, hoy los zaragozanos tienen más herramientas para dirigirse a la administración competente, en este caso el ayuntamiento, y avisar de que una baldosa está rota o en mal estado. Por internet en la web municipal, en el 010, por correo electrónico... «incluso de forma presencial a los técnicos y operarios que se encuentran por la calle». Los ciudadanos se convierten en la mejor inspección y ellos tratan de atender sus demandas, aunque el volumen obliga a optimizar el trabajo.

EVIDENTE URGENCIA

Así que, por encima de las diferencias políticas que existan, lo que es evidente es que Zaragoza necesita una actuación extraordinaria de forma urgente. Porque lo que se pone de manifiesto día a día es que la demanda actual excede en mucho los recursos ordinarios del mantenimiento de las aceras. Y esta afecta a la seguridad de los viandantes.

Sus responsables explican que el volumen de trabajos es tal que la prioridad la marca la propia organización. Disponen de dos maneras de reparar incidencias. Por un lado, los equipos móviles formados por tres personas que acuden a arreglar baldosas desprendidas. Cada actuación se contabiliza por jornada de trabajo realizada, de manera que el servicio tiende a agrupar aquellas afecciones que se localizan en un radio de acción próximo entre ellas. ¿Por qué? «Para hacer más calles en el menor tiempo». Optimizar recursos más que medir la gravedad de la rotura.

La otra forma es la de los equipos fijos que se mueven por Zaragoza con una máquina retroexcavadora. Se usa para apaños de mayor entidad y sirve, de paso, para acometer también rebajes de bordillos. Su precio es variable, ya que influyen otras circunstancias que pueden encarecerlo, como si existe un alcorque o hay alguna fuga del riego,por ejemplo. Su coste, el del metro cuadrado, «es más elevado» que el que se paga por jornada trabajada.

Sin embargo, los técnicos advierten de que la baldosa tiene un problema añadido: los vehículos que soportan a diario y su resistencia. Quizá en años de bonanza esto fuera considerado como una cuestión menor y asumida, pero en tiempos de crisis, la eficiencia es primordial. Los vehículos que acceden a garajes, los de reparto, las bicicletas y hasta los que las reponen en el servicio Bizi van acelerando el deterioro del pavimento. «Cada semana nos están llegando alertas de los ciudadanos», explican.

Por eso está ganando terreno el hormigón coloreado en las calles, no el otro hormigón al que se le aplicaba una imprimación que pronto desaparecía. Desde el servicio recuerdan cómo «hace seis años» se decidió colocar en la primera calle, la de Cinco de Marzo, dibujando una banda central para el tránsito de vehículos con acceso permitido. «Está funcionando muy bien. Si hubiéramos puesto baldosa entonces, ya habríamos tenido que intervenir en al menos dos ocasiones más», comentan. Hoy se está ampliando en San Agustín, y antes también se hizo para Predicadores y Manuela Sancho.

Son solo algunas de las numerosas vías a las que ya ha llegado esa sustitución de pavimento adoquinado de 6 a 8 centímetros por otro con capa de mortero en la base, 3 o 4 centímetros de cemento y un acabado de hormigón de colo rojo. Aunque cuesta un 50% más, ya que los 60 euros que puede valer un metro cuadrado de baldosa se eleva a 80 o hasta 90 en este. Pero se recupera en la conservación