Les invito a un paseo por Zaragoza, imaginario, claro. Es domingo y a las 8 de la mañana luce un sol primaveral un tanto tímido por la hora. No hay coches, ni autobuses, solo paseantes de perros madrugadores, ahora tan envidiados. Siempre se ha dicho que el perro es el mejor amigo del hombre, y ahora queda 100% demostrado.

Tras un desayuno calmado, propio del confinamiento, cogemos el tranvía desde la margen izquierda en una mañana que ha acabado por nublarse (se avecina tormenta) dirección al centro de la ciudad. Pocos son nuestros compañeros de viaje así que eso de mantener el metro y medio de distancia no es una tarea complicada. Miras de reojo a los pocos que te acompañan para ver si llevan máscara y guantes. Es algo que no se puede evitar.

Cruzar el puente y disfrutar del Ebro y el Pilar se convierte en algo bucólico y resulta extraño pensar que hoy tampoco abrirá la basílica. ¡Quién nos lo iba a decir! Por las murallas no hay turistas asombrados por semejantes pedruscos de época romana ni fotografiando el Mercado Central, recién inaugurado y hoy con el cartel de cerrado. Ya es mala suerte, ahora que la lonja tenía bares y veladores. Aún así, contemplarlo a la velocidad del Urbos 3 es placentero y piensas: ¡El día que los pille abiertos...!

Si uno se baja en la parada de César Augusto y se adentra por San Pablo piensa que se ha equivocado de calle. Ya no están los que se agolpan en las puertas de los bares para tomarse unas cañas. En la plaza de Las Armas tampoco quedan restos de la noche anterior y no se oyen los acordes de esa canción que te da subidón. Ni rastro del Club de Fans de John Boy.

Por Conde Aranda se escuchan hasta los pájaros. Una sensación nueva para sus vecinos que se ve interrumpida por algún autobús ligero de equipaje. Los patinetes y las bicis llevan cogiendo polvo a la espera de que esta pandemia pase y puedan echar a andar por un Coso por el que es difícil cruzarse la mirada con otra persona. Infinita soledad que se ve interrumpida por el quiosquero de la plaza España. ¡Bendito él y bendita la prensa! Las portadas de los periódicos no son nada halagueñas y eso que se imprimieron ajenas a que el estado de alarma se prolongará otros 15 días más. ¡Menudo bajón para ser domingo!

La Policía Local vigila que nadie se salte la orden de confinamiento (ya sabes, quédate en casa) y por el paseo Independencia, acostumbrado al trasiego diario, solo se ve aquellos que van con el pan debajo del brazo. Las tiendas llevan días cerradas y mirar sus escaparates se ha convertido en tortura, los cines ya no actualizan su carteleras y por sus callejuelas no hay bares donde tomarse una caña fresquita con un huevo gamba. De El Tubo mejor ni hablamos. Los teatros han echado el telón y los museos el cerrojo, aunque hay balcones que ahora exponen su arte con mensajes coloreados de Todo irá bien.

Gran Vía parece el bulevar de los sueños rotos y el campus universitario de San Francisco parece más grande de lo habitual, sin estudiantes a la sopa boba en el jardín, corriendo para llegar a clase o disfrutando de la compañía de los otros. En La Romareda ya no se oyen gritos y en el Hospital Servet, donde trabajan a destajo, suenan los ecos de los aplausos.

En una ciudad donde las calles están prácticamente vacías los balcones se han convertido en el lugar de encuentro. ¡Nunca antes habían sido tan utilizados». Y dicho y hecho porque son las 8 de la tarde y hay que salir al balcón. Zaragoza despierta. 3, 2, 1,.. comienza la función: aplausos, músicos y más aplausos.