Somos muchos los zaragozanos que esperamos del futuro de nuestra ciudad grandes cosas. ¡Oh, sí! Tenemos tantas esperanzas que ni siquiera haría falta que el alcalde Belloch intentase entusiasmarnos con el mero énfasis de sus propias premoniciones.

La quinta ciudad de España está lista para dar el salto, y conste que cuando hablo de la capital zaragozana me refiero también al conjunto de Aragón. Porque esto es un tren y vamos enganchados unos a otros, así que cuanto más tiren en la cabeza del convoy, mejor.

Lo único que le sucede a Zaragoza es que flojea en materia de liderazgos. Ya sé que nuestros jefes creen que son los más listos del mundo (y algunos sí que han demostrado ser bien agudos), pero el problema es que carecen de credibilidad.

Es impresionante comprobar una vez y otra y otra más que las fuerzas políticas presentes en nuestra escena doméstica mudan sus mensajes del blanco al negro según formen parte del Gobierno o de la oposición. Hombre, un poco de triquitraque al respecto siempre es lógico, pero lo que estamos viendo aquí ha devenido en pasada total.

Lo de los suelos públicos, sin ir más lejos. Bien claro está que ni el PSOE ni CHA han cumplido las palabras dadas durante la campaña electoral, e incluso después por el propio don Juan Alberto y su socio Gaspar. No iban a vender solares municipales... y ahora los venden.

Mal rollo, muy malo. Pero lo genial es que ahora nos aparezcan el PP y el PAR (que en sus buenos días se hincharon de pignorar suelo de la ciudad y de hacer malabares urbanísticos), rasgándose las vestiduras como monjitas que acabasen de ver una película porno. ¿Pero de qué os escandalizáis, hijos míos?

Este argumento no tiene verosimilitud. Llevamos veinticinco años en los que Zaragoza se debate entre el barullo trapacero (con el solar recalificado y el pelotazo inmobiliario como grandes estrellas) y la inacción más absoluta (aunque tal quietud no suele excluir tampoco la recalificación y el mamoneo ).

Hasta la fecha nadie ha roto el ritmo, los que mandan y los que se oponen intercambian sus papeles sin modificar los diálogos. No hay nuevas políticas, no hay nuevos discursos.

Y el futuro de Zaragoza espera.