Si pensamos en nuestra historia, en nuestras ensoñaciones, gestos, dibujitos... no hay ninguna duda de que el corazón es el órgano del amor. Lo ha sido siempre.

Pero si este día de San Valentín llevamos nuestro corazón al cardiólogo y le pedimos que nos muestre en qué parte del corazón está el amor, qué cambia cuando nos enamoramos, cómo se altera o se comporta... ¿Tendrá alguna respuesta?

Ya sabemos que, a través de la historia, la filosofía, la literatura y todas las artes no han tenido dudas y han colocado el amor en lo más hondo del corazón.

Lo hicimos como seres individuales en los albores de la humanidad, lo hacían los filósofos orientales con la ubicación de los chacras e incluso los primeros egipcios. Y las religiones también le han dado al corazón la fuerza suficiente como para ser capaz de emanar “amor”.

Pero hoy vamos a llevar el amor al cardiólogo y vamos a conocer la relación que tiene, sus reacciones... a ver si entendemos el motivo por el que dibujamos corazones rojos en las cartas de San Valentín.

Amor ¿corazón o cerebro?

Carlos Macaya, presidente de la Fundación Española del Corazón y Catedrático de Cardiología de la Universidad Complutense, acaba rápido con la duda: “Es el cerebro, más que el corazón, el que influye en el amor. Otra cosa es hablar del “corazón metafórico”, que ha sido como símbolo del amor desde el principio de los tiempos.”

Coincide con él Stephanie Ortigue, neurosicóloga, profesora y científica de la Universidad de Syracuse, en Nueva York (Estados Unidos): “Yo diría que el amor reside en el cerebro, pero el corazón también está implicado”.

La autora de “La Neuroimagen del Amor” (meta-análisis publicado en la revista científica Journal of Sexual Medicine), ha confirmado con su investigación que son hasta doce las áreas del cerebro que entran en juego, liberando sustancias químicas diversas cuando nos enamoramos.

Es más, esa liberación de químicos varía en función del tipo de amor que experimentemos e incluso según el momento de la relación en la que nos encontremos.

Entonces, ¿de dónde viene esa afirmación inicial? ¿Juega o no el corazón algún papel en los fenómenos relacionados con el amor?

La respuesta es sí.

Un ejemplo muy claro de ello lo encontramos cuando el corazón acelera su ritmo como consecuencia de la generación de neurotransmisores en el cerebro.

Está demostrado cómo aumenta nuestro ritmo cardíaco, por ejemplo, en una primera cita (130 pulsaciones por minuto) o mientras besamos (de 60 a 140 pulsaciones por minuto).

El amor genera un aumento del número de latidos de nuestro corazón y el cerebro libera dopamina, adrenalina, oxitocina y vasopresina... La clave está, entonces, en determinar qué sucede primero. En saber cuál es la llave para que nuestro organismo reaccione de un modo u otro en función de lo que sintamos.

“¿Nos enamoramos porque nuestro cerebro se pone en marcha y eso provoca un aumento de nuestro ritmo cardíaco y con ello efectos secundarios en el estómago? ¿O el aumento del número de latidos acaba por desembocar todo lo demás?”.

Para darle respuesta a tanta pregunta el equipo de la profesora Ortigue dibujó un mapa cerebral del amor con el que se determina que es esa activación de nuestro cerebro la que acaba desembocando en el resto de reacciones de nuestro organismo.

“Esta activación implica la liberación de compuestos químicos que producen euforia y sentimientos de satisfacción y felicidad», señala la doctora Stephanie.

“Cuando el cerebro empieza a segregar sustancias relacionadas con la alegría, al corazón le va muy bien, el corazón disfruta”, insiste el Doctor Macaya, que advierte todo lo contrario cuando nos enfadamos ya que “se vierten al torrente sanguíneo unas sustancias llamadas catecolaminas que someten al corazón a situaciones desagradables”.

Estas revelaciones confirman la relación entre una buena salud emocional y la reducción considerable del riesgo de sufrir enfermedades cardíacas, es incuestionable.

Los riesgos cardiovasculares del amor

¿Cuántas veces has escuchado o dicho la expresión “Le has partido el corazón”? Es más real de lo que pudiéramos creer.

Según el estudio “Marital Stress Worsens Prognosis in Women With Coronary Heart Disease”, llevado a cabo por el Instituto Karolinska de Estocolmo, en Suecia, se confirma que un entorno en el que abundan los problemas amorosos es perjudicial para la salud cardiovascular.

La investigación, que fue contrastada entre 600 mujeres de entre 30 y 65 años, encontró un evidente nexo de unión entre el sufrimiento amoroso y el aumento del riesgo de sufrir problemas relacionados con el corazón.

Las pruebas indicaron que vivir con estrés el matrimonio “provoca la progresión de la ateroesclerosis coronaria, con un aumento de la inestabilidad de las placas ateroescleróticas que favorecen la aparición de complicaciones cardiacas”.

Esto supondría que las mujeres “felizmente casadas” tendrían menos riesgo de sufrir infartos.

Algo que también apunta el presidente de la Fundación Española del Corazón: “Cuando uno está feliz el cuerpo está feliz. Es la antítesis, la infelicidad, la depresión, lo que sí está científicamente comprobado que afecta negativamente al corazón y produce mayores problemas cardiacos. En concreto, más infartos de miocardio”.

Una buena salud emocional y con vínculos afectivos fuertes favorece, según los estudios, el correcto funcionamiento de nuestro organismo y reduce el riesgo de sufrir ciertas enfermedades cardíacas.

El amor, queda demostrado, es un gran aliado para nuestro corazón.