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Desde que el brote pandémico del SARS-CoV-2 comenzó a incrementar el número de muertos en todo el mundo, se empezaron a lanzar de una manera desmedida, sobre todo a través de redes sociales, todo tipo de especulaciones, rumores, bulos y teorías conspirativas, que apuntaban a los más diversos culpables.

Desde aquellos primeros días, políticos populistas, influencers, tiktokers, boxeadores, actrices y personajes de todo tipo, que sin duda desconocen la más elemental biología de un virus RNA, se han empeñado sin descanso en desarrollar las teorías más peregrinas sobre el origen del SARS-CoV-2.

En la red podemos elegir entre casi un centenar de culpables: desde las antenas 5G, hasta Bill Gates.

Incluso el entonces presidente Trump, que fue incapaz de prever a tiempo la magnitud del desastre que el nuevo coronavirus iba a causar en su país, decidió sumarse a una teoría conspirativa difundida por Fox News: el SARS-Cov-2 fue diseñado como un arma biológica por el gobierno comunista chino, en un elaborado plan para dominar el mundo.

Otra teoría menos agresiva y que ayer quedó desmontada por la misión de la OMS y su análisis sobre el terreno, aseguraba que el coronavirus se habría desarrollado en un laboratorio de bioseguridad que el ejército chino tiene cerca de Wuhan. Accidentalmente uno de sus trabajadores se infectó y nada mas salir de trabajar fue directo al mercado de Huanan, el punto cero de la pandemia, iniciando sin darse cuenta la expansión de la Covid-19 por el mundo.

La CNN llegó a asegurar en aquellos momentos que funcionarios de diversas agencias de inteligencia y seguridad norteamericanas estaban investigando a los chinos. Y entre la profusión de noticias al respecto pudimos encontrar que incluso un general, Mark Milley, entonces jefe del Estado Mayor, decía que se trataba de una hipótesis que debía ser estudiada.

Sorprendentemente eran días en los que a cada hora que pasaba crecía la lista de partidarios de que el SARS-Cov-2 era un virus de guerra biológica.

Y la realidad es que las historias de terror ‘conspiranoicas’ nunca han parado. Y tampoco es fácil que las frenen las conclusiones hechas públicas por la delegación de la OMS, que se ha pasado dos semanas en Wuhan buscando el origen del coronavirus.

En su primera rueda de Prensa, Peter Ben Embarek, jefe de la misión de la OMS, ha dejado claro que consideran «extremadamente improbable» que el virus se filtrara del Instituto de Virología de la ciudad de Wuhan, lo que en el lenguaje científico es una afirmación suficientemente tajante.

Ahora analizarán la posibilidad de transmisión a través de alimentos congelados llegados de fuera. Pero agregaron que si bien sigue sin estar claro cómo llegó al mercado de mariscos de Huanan, todo el trabajo que se ha hecho para tratar de identificar su origen sigue apuntando hacia un reservorio natural. Y aunque no se descartan los murciélagos ni los pangolines, también se están considerando los visones y los gatos.

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Las noticias de conspiraciones

Claro que los bulos seguirán en las redes sociales acusando a Bill Gates o a cualquier poderoso de haber sido el causante de la pandemia.

No es algo nuevo: cuando el brote del SARS-CoV-1 en 2002 o el de la gripe H1N1 de 2009, sucedió lo mismo. Los rumores de que se trataba de organismos de guerra biológica proliferaron rápidamente para terminar en el olvido cuando desaparecieron estas pandemias.

Pero como el SARS-CoV-2 ha venido para quedarse, la mejor manera de no entrar al juego de las conspiraciones del mal será entender la realidad, que es lo que vamos a intentar en este artículo.

No hay la menor duda de que China tiene instalaciones militares donde desarrolla diversos proyectos NBQ (guerra Nuclear, Química y Biológica).

Todos los países avanzados tienen instalaciones NBQ y laboratorios de bioseguridad donde se trabaja con las bacterias y los virus más peligros.

En nuestro país, una de estas instalaciones NBQ está a pocos kilómetros de Madrid. En la actualidad se llama el Instituto Tecnológico «La Marañosa», del Ministerio de Defensa.

Se trata de una institución que cuenta con una larga y controvertida historia: tras su inauguración en 1923, destacados técnicos del complejo industrial militar alemán aportaron el conocimiento necesario para la fabricación de armas químicas, sobre todo iperita, fosgeno, difosgeno y cloropicrina.

Hoy en día estas sustancias se consideran armas de destrucción masiva y su uso está estrictamente prohibido. Pero tras el desastre de Annual (derrota militar española en la guerra del Rif) la Fábrica de Armas de la Marañosa produjo varias toneladas de estas sustancias de guerra química, que el ejército español empleó contra los rifeños insurrectos en su guerra colonial de Marruecos, sobre todo entre 1924 y 1926, por orden directa del dictador Miguel Primo de Rivera.

Al principio de la Segunda Guerra Mundial, una serie de destacados técnicos nazis remodelaron «La Marañosa» para darle la capacidad de construir armas aún más destructivas. Y durante el régimen de Franco en «La Marañosa» se desarrollaron diferentes proyectos NBQ.

Con tales antecedentes, más de uno podría desarrollar una teoría conspirativa diciendo que el SARS-CoV-2 salió de «La Marañosa». Pero no por eso va a ser verdad.

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Armas bacteriológicas

El 26 de marzo de 1975 entró en vigor la Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, la Producción y el Almacenamiento de Armas Bacteriológicas (Biológicas) y Toxínicas. Fue el primer tratado de desarme multilateral que prohibió toda una categoría de armas. 193 países, España entre ellos, la han firmado. China también firmó, asegurando que en el pasado había tenido un programa de armas biológicas (al igual que Estados Unidos, la URSS y docenas de naciones más...) pero que las destruyó, tal y como tuvieron que hacer todos los países firmantes.

Habría que esperar muchos años para que se firmase un tratado similar que limitase el uso de armas químicas. Y a día de hoy sigue habiendo un arsenal nuclear suficiente como para destruir totalmente el mundo varias veces. Esto constituye una diferencia esencial entre las armas de guerra biológica y las demás.

Con la llegada de la democracia y la entrada en la OTAN, «La Marañosa» empezó a trabajar siguiendo protocolos de control internacionales.

A finales de los 90, los dos autores de este artículo investigábamos en microorganismos que producían toxinas extremadamente potentes. Se nos propuso participar en un programa de defensa biológica y química. Durante años trabajamos en cuatro proyectos de investigación para la detección y degradación de sustancias de alto riesgo. Buena parte del trabajo se realizó en «La Marañosa».

Allí trabajaban personas normales, militares y civiles, biólogos, químicos, veterinarios, farmacéuticos, ingenieros. Algunos con talento, otros mediocres. Algunos profesores de la UCM investigamos allí. Algún militar desarrolló su tesis doctoral en la UCM. Lo que no había en «La Marañosa» era chiflados intentando construir un arma que destruyera el mundo.

Asistimos a reuniones y cursos en distintas instituciones (CESEDEN, Circulo de Tecnologías de Defensa y Seguridad...). Estudiamos y reflexionamos sobre las características de los organismos que podían ser usados en la guerra biológica y en atentados bioterroristas con el objetivo de encontrar la mejor manera de detectarlos y defendernos de ellos.

A lo largo de la historia se utilizaron armas biológicas, la mayoría de las veces sin saberlo: un ejemplo, los españoles diezmaron a los imperios Azteca e Inca contagiándoles enfermedades infecciosas para las que los indios no tenían defensas.

Otras veces fue a sabiendas: el Escuadrón 731 del Ejército Imperial Japonés utilizó armas biológicas contra China entre 1937 y 1945. Incluso hubo accidentes notables en instalaciones de guerra biológica: en la antigua Unión Soviética la liberación accidental de esporas del bacilo del ántrax produjo muchos muertos.

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Cómo debe ser un arma bacteriológica

Los organismos que resultan idóneos para la guerra biológica presentan una serie de propiedades características. No vale cualquier cosa.

Un buen ejemplo es el Bacillus anthracis: es fácil de aislar y cultivar en el laboratorio. Se disemina por pequeñas esporas (sencillas de recolectar) que son muy resistentes (duran años en condiciones normales) y se pueden dispersar fácilmente en aerosoles. Hay fármacos disponibles para protegerse de él, pero, si no se trata, tiene una mortalidad superior al 90%. Sin embargo, su tasa de contagios de persona a persona muy baja.

En un acto de guerra biológica, el agresor obtendría una gran cantidad de esporas de Bacillus anthracis. Las dispersaría desde el aire sobre el objetivo. En la zona afectada millones de personas enfermarían a la vez. No habría fármacos suficientes para todos. Mucha gente moriría muy rápido saturando el sistema sanitario y las morgues. La zona donde se dispersaron las esporas quedaría contaminada durante años. Pero los afectados se restringirían a esa zona pues no habría apenas contagios de persona a persona. El agresor daña a voluntad la zona que quiere.

Existen docenas de candidatos a agentes de guerra biológica muy eficaces que podrían permanecer bajo control del agresor.

Pero el SARS-CoV-2 no es uno de ellos. Sería de idiotas utilizar este coronavirus como un arma de guerra biológica.

Además, hay datos científicos rigurosos que demuestran que el SARS-CoV-2 no es un organismo genéticamente modificado por el hombre.

La ingeniería genética nos permite «cortar y pegar» genes de distintas especies, o introducir secuencias artificiales en distintos organismos. Por ejemplo, se insertó el gen de la insulina humana en una bacteria. Esta bacteria se divide y sus descendientes siguen llevando el gen. Y funciona. Produce insulina humana. Así se obtiene la insulina que se pinchan los diabéticos.

Pero si insertamos alguna secuencia en un microorganismo la encontraremos al secuenciarlo. Las manipulaciones genéticas dejen un rastro ineludible de lo que se ha hecho.

Docenas de científicos de numerosos países han secuenciado el genoma completo del SARS-CoV-2. Los resultados y las conclusiones de estos trabajos se han publicado -tras un riguroso proceso de revisión por pares- en las mejores revistas científicas del mundo (Nature, The Lancet, Nature Medicine...).

Todos coinciden rotundamente en lo mismo: «Pudimos determinar, a partir de decodificar el material genético del nuevo coronavirus, que no se trata de una creación de laboratorio, sino que es producto de la evolución natural». «La evidencia genómica descarta la posibilidad de que el nuevo coronavirus haya sido creado en un laboratorio».

El SARS-CoV-2 es uno más de los coronavirus zoonóticos que a lo largo de la historia consiguieron infectar al ser humano. Es el tercero en lo que va de siglo tras el SARS-CoV-1 y el MERS-CoV.

Sin duda China ha sido oscurantista con el coronavirus: tardaron en informar del brote del Covid-19 y ocultaron información. Pero ocultar datos y maquillar las cifras ha sido y sigue siendo una estrategia generalizada de muchísimos de los políticos del mundo.

El SARS-Cov-2 no es un organismo de guerra biológica construido conscientemente. Ni un organismo modificado artificialmente por el hombre. Ni, tal y como ahora confirma la OMS, una fuga de laboratorio. Cuando se empezó a estudiar el coronavirus, ya había comenzado su progresión.