Corría el año 1995 cuando empezamos a ver que los electrodomésticos incluían una pegatina con letras de la A a la D y colores verdes, amarillos, naranjas y rojos. Así empezamos a saber si el frigorífico o la lavadora que comprábamos gastaba más o menos luz, es decir, era más o menos ecológico.

Han pasado 25 años y todos, más o menos, sabemos interpretar esta pegatina llamada Etiqueta de Eficiencia Energética.

Pues bien, seguro que cuando hemos bajado en los últimos meses al supermercado hemos podido observar cómo algunos productos alimenticios lucen ya una imagen muy similar a ésta, pero con más letras: desde la A hasta la E, y con colores muy similares.

Se trata del sistema de etiquetado frontal Nutriscore que tiene como fin facilitar a los consumidores información sobre la calidad nutricional de los alimentos en el momento de la compra y de un solo vistazo.

Este sistema semafórico también tiene el objetivo de servir de acicate a las empresas alimenticias para mejorar la composición nutricional de sus productos. Y aunque no está exento de polémica, lo que estaba previsto que fuese obligatorio en estas fechas, se atrasa hasta 2022. Fecha en que la OCU, entre otros, pide que sea obligatorio en toda la UE.

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¿Cómo interpretar esa etiqueta frontal de colores?

Las letras nos indican un ranking de cuál es el perfil nutricional del alimento. Más saludable cuanto más verde y menos saludable cuanto más se acerque al color rojo. Así que elegir entre la A y la E nos va a dar el nivel de propiedades saludables que puede tener un alimento.

Esta etiqueta frontal viene a complementar el cuadro de etiquetado nutricional obligatorio de cualquier producto, que es el situado en la parte de atrás de los envases. El tradicional listado de energía y nutrientes.

El sistema no es nuevo ni único. Hay otros etiquetados como el Choices utilizado en Holanda, Keyhole utilizado en los países nórdicos, el semáforo usado el Reino Unido o el uso de estrellas en Australia.

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No puede faltar la polémica

Desde que este etiquetado se ha ido haciendo presente en los envases ha surgido la polémica por la calificación que otorga a productos tan valorados nutricionalmente como el aceite de oliva.

Un producto tan indiscutiblemente saludable y tan típicamente español como el aceite de oliva, conseguía solo un aprobadillo raspado. El sistema lo calificaba con D, y aunque posteriormente fue sustituida por una C a instancias del Ministerio de Consumo, finalmente optaron por dejar sin etiquetado al aceite de oliva.

Algo parecido causó estupor a los expertos en salud y alimentación cuando vieron que determinados refrescos sin azúcar obtenían una B

, un notable podríamos decir, cuando es una cuestión ampliamente compartida la inconveniencia de consumir este tipo de productos.

Ante estas calificaciones, entre otras, muchos se han planteado la validez de este sistema de etiquetado, que, aunque no es obligatorio, la administración sanitaria quiere implantarlo en los productos envasados.

Tal y como explica Manuel Moñino, vicepresidente del Consejo General de Colegios Oficiales de Dietistas-Nutricionistas e investigador en CiberOBN del Instituto Carlos III, «la ventaja de estos etiquetados es que facilita la selección de aquellos alimentos de una misma categoría que tienen un mejor perfil nutricional».

O lo que es lo mismo, es una buena guía para que el consumidor seleccione las opciones más saludables disponibles entre los alimentos envasados, sin olvidar que los no envasados, mayoritariamente alimentos frescos, no lo incluyen.

Además, el experto deja claro que «cualquier etiquetado frontal es mejor que no tener ninguno«, porque resume el valor nutricional del alimento o da información destacada de los nutrientes críticos como azúcares, sal o grasas saturadas de modo que de un simple vistazo el consumidor sabe lo que es más sano cuando compara alimentos de una misma categoría.

¿Por qué algunos no quieren estar?

Entonces, ¿qué ocurre con el cálculo de Nutriscore que tanta polémica está generando? En opinión de Moñino hay varios factores que explican esta polémica.

El primer aspecto a considerar para hacer una compra saludable es que el Nutriscore y cualquier sistema de etiquetado frontal, se usa exclusivamente sobre alimentos que están envasados. Esto supone que lo veremos en alimentos procesados o muy procesados, «cuando realmente lo que se debe promover es el consumo de alimentos frescos, muchos de ellos sin envasar» y que siempre son más saludables.

Y es que desde el Consejo General de Colegios Oficiales de Dietistas-Nutricionistas tienen claro que la mejor alimentación es aquella basada en el consumo de productos frescos, mínimamente procesados y, si es posible, de temporada y proximidad.

Así, una de las críticas que tendrá cualquier etiquetado frontal, da igual cual sea, será que está promoviendo el consumo de alimentos muy procesados.

Cómo funciona y cuál es su problema

Este sistema de etiquetado frontal está basado en un algoritmo que mide el contenido de elementos negativos (calorías, grasas saturadas, sal y azúcares) y lo combina con otros aspectos como el contenido de algunos alimentos y nutrientes que puntúan de forma positiva (la fibra, las proteínas, el contenido en frutas, verduras o aceite de oliva).

Esta combinación da lugar a una valoración genérica de la calidad nutricional de un alimento, que se muestra con las letras A, B, C, D o E.

Hasta aquí todo bien. El problema radica en que el algoritmo es igual para todas las categorías de alimentos. Da igual que hablemos de productos lácteos, legumbres o embutido envasado. El perfil nutricional se aplica a todos los productos por igual y sin distinción.

Y claro, como «son alimentos muy diferentes, es imposible encontrar un perfil nutricional que sea perfecto para todas las categorías de alimentos», explica Moñino.

Se podría y se debería solucionar

Para el experto en nutrición una buena fórmula podría ser que «los perfiles nutricionales se aplicaran diferente a las distintas categorías de alimentos». Así, cuando estemos mirando cereales de desayuno, o aceites, o quesos, nos encontremos con que a cada uno se le ha aplicado un perfil nutricional específico y no uno general para todos.

En otros sistemas como el Choices o el Keyhole se hace de esta manera.

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El problema de los azúcares

Otro punto negativo está en el cálculo de la cantidad de azúcares de los productos. En el sistema se consideran los azúcares en total, sin distinguir si están presentes de forma natural en el alimento o han sido añadidos durante su elaboración.

«Por ejemplo, -explica Manuel Moñino- si vamos a comprar una fruta cortada, encontraremos que el producto está penalizado en la escala semafórica de la misma manera que si los azúcares estuvieran añadidos».

La falta de un consenso europeo sobre la definición de un sistema de perfiles nutricionales (cantidades límites de sal, de azúcares, de fibra, etc.) en el marco de la regulación de declaraciones nutricionales y de propiedades saludables, supone también un problema para la armonización a nivel europeo. Pero es un compromiso que la Comisión Europea tiene marcado en su estrategia del Campo a la Mesa.

Por último, la falta de información cuantitativa sobre los nutrientes críticos también puede verse como una debilidad del Nutriscore. «Si alguien quiere elegir un alimento bajo en sal, la etiqueta semafórica no le va a ayudar. No sabrá si un alimento con una D tiene más o menos sal. Tendrá que buscar esta información en la parte de detrás del producto», igual que hace ahora, explica el investigador.

La polémica está asegurada. Hay muchos países europeos, como Italia, que están radicalmente en contra de este sistema y otros, por el contrario, absolutamente a favor.

En cualquier caso, el dietista-nutricionista asegura que «el Nutriscore es un sistema que está muy estudiado, y hay mucha investigación científica a su favor. Además, estas investigaciones demuestran que el consumidor elige mejor los alimentos cuando disponen de etiquetado nutricional frontal».

«Eso sí, partiendo del hecho de que estos son alimentos envasados y ultraprocesados, muchos de ellos, sería un error llenar el carrito de la compra con alimentos etiquetados con una A porque eso no nos aseguraría una alimentación saludable», matiza Moñino.

¿Cómo debemos interpretar el Nutriscore?

Lo mejor a la hora de hacer la compra en el supermercado es aprender a interpretar el semáforo de Nutriscore. ¿Cómo?

«Este sistema de letras y colores debe ser tenido en cuenta y comparado entre productos de la misma categoría» explica el especialista. Por ejemplo, si queremos comprar cereales de desayuno debemos comparar el etiquetado frontal entre esos productos, no con el etiquetado frontal de, por ejemplo, un queso fresco.

Es más, dentro de esta categoría podemos afinar aún más para asegurarnos una compra lo más saludable posible dentro de la variedad disponible. Siguiendo con el ejemplo de los cereales, los hay que están rellenos, otros que tienen chocolate, y otros que son tipo dieta.

Pues bien, dentro de cada uno de estos subtipos podemos revisar el «semáforo» nutricional, comparar entre ellos y elegir los que mejor valoración tengan.

«Sin olvidar que la opción más saludable sería, en este caso, elegir los que no tienen azúcar añadido, o mejor aún una rebanada de pan integral, junto con otros alimentos saludables como el aceite de oliva y hortalizas y frutas frescas», recuerda Moñino.

En definitiva, y a pesar de todos los sesgos y desventajas del sistema, el consumidor se beneficiará del etiquetado nutricional frontal Nutriscore.

Pero «es verdad que hay que acompañarlo de una campaña que explique cómo usarlo, y cuál es el patrón alimentario que hay que promover, que no es otro que la dieta mediterránea basada en alimentos frescos y poco procesados.

Además, es posible que este sistema se vea afectado por la decisión de la Comisión Europea sobre armonización de etiquetado frontal y perfiles nutricionales previstos aprobar en los próximos años» concluye Manuel Moñino.