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No es raro que según pasan los años notemos que cada día nos sientan peor la leche y sus derivados. Hinchazón del abdomen, ruidos intestinales, exceso de gas son algunos de los síntomas más habituales que se presentan cuando debutamos con una intolerancia a la lactosa.

Es posible que en las recién terminadas Navidades hayamos notado cierta incomodidad tras tomar unos bocados de turrón, roscones y otros dulces navideños que forman parte de nuestras comidas y contienen leche. Así que si hemos notado que no han caído demasiado bien en nuestro organismo, es un buen momento para saber si somos o no intolerantes.

La lactosa es el principal azúcar presente en la leche y todos sus derivados lácteos. Para hacernos una idea, 100 ml de leche contienen 5 gramos de lactosa.

Y da igual que sea leche entera, desnatada, semidesnatada, de vaca o de otros animales. La lactosa siempre está presente.

Además, también se puede encontrar en otros alimentos o productos alimentarios, especialmente si están procesados.

Cuando tomamos lactosa, ésta se degradada en el intestino gracias a una enzima llamada lactasa. Esta enzima desdobla la lactosa en dos azúcares sencillos, la glucosa y la galactosa, que son eficazmente absorbidos en el intestino delgado.

Si la producción de lactasa es insuficiente, cuando se tome lactosa ésta no se podrá absorber de forma adecuada en el intestino.

Y cuando no hay absorción aparecen los síntomas más habituales: diarrea, dolor abdominal, distensión abdominal (hinchazón), flatulencia y ruidos intestinales (borborigmos). En ocasiones el paciente intolerante también puede sufrir nauseas o dolor de cabeza.

Además, nadie está libre de tener intolerancia a la lactosa. Puede aparecer en cualquier momento de la vida, a cualquier edad en el que nuestro organismo deje de producir suficiente lactasa.

Y puede ocurrir en tres situaciones distintas:

–Por un déficit primario congénito de lactasa, en el que de una forma heredada existe la ausencia absoluta de lactasa desde los primeros días de vida.

–Porque tenemos el déficit secundario de lactasa, que ocurre cuando a consecuencia de una enfermedad intestinal se pierde temporalmente la capacidad de producir lactasa.

Pero la tercera causa y más frecuente, la que sufre uno de cada tres adultos, es el déficit primario adquirido de lactasa. El cuerpo produce esta enzima correctamente desde el nacimiento, pero a partir de la infancia se produce una disminución de su actividad.

En este sentido, la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD) recuerda la importancia de acudir al médico especialista para que confirme la sospecha sintomática.

La intolerancia a la lactosa se diagnostica con distintas pruebas, como el test de hidrógeno, la medición de glucosa en sangre tras la administración de lactosa, o el test de la gaxilosa en orina, entre otros.

Además, es conveniente detectarla pronto porque, a parte de que dejaremos de experimentar las molestias que provoca, si no lo hacemos se agrandará la lesión en la mucosa intestinal y se producirá un círculo vicioso: lesión de la mucosa/mala digestión de lactosa que será cada vez más difícil de solucionar.

¿Y tienen tratamiento? Sí. Simplemente habrá que modificar la dieta reduciendo o eliminando los productos ricos en lactosa para eliminar los síntomas. Una lectura de los ingredientes de cada producto podrá aclararnos qué procesados contienen este azúcar.

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Intolerancia y alergia a los lácteos ¿es lo mismo?

Pues rotundamente, no. Y es importante aclararlo porque ni los síntomas ni las causas son iguales.

Desde la Fundación Española del Aparato Digestivo explican que la alergia a las proteínas de la leche es una enfermedad que provoca una respuesta exagerada del sistema inmunitario a las proteínas de la leche.

A diferencia de la intolerancia, la alergia puede provocar síntomas cutáneos (urticaria, eritema en labios y párpados); digestivos (picor en la lengua, paladar y garganta, diarrea, sangrado en las heces, cólico abdominal) y respiratorios como rinoconjuntivis, asma o sonidos pulmonares.

En los casos más graves, una alergia a la proteína de la leche puede provocar una anafilaxia en el paciente.

Y la última diferencia, la alergia suele detectarse antes de los 3 años de vida, siendo muy excepcional que aparezca cuando el paciente es ya adulto.

En cualquier caso, desde la Fundación Española del Aparato Digestivo recuerdan que ni la intolerancia a la lactosa ni la alergia a las proteínas de la leche de vaca predisponen a enfermedades malignas