La cuesta era demasiado empinada. El reto, excesivamente complejo. El CAI pudo subir el primer escalón, el segundo y, en el día grande, mirar a los ojos al Granada en una primera parte seria y esperanzadora, desafiarle en su propia guarida y hasta soñar con la cercanía de la ACB. Pero a la hora de la verdad, el incomprensible absentismo del equipo en el tercer cuarto y su manifiesta incapacidad para aceptar los incontables regalos del Granada en los diez minutos finales, en los que se pasó siete sin anotar ni un punto, ni uno, terminaron convirtiendo el sueño en una pesadilla indigna y servida con la frialdad que siempre lleva de la mano la impotencia. El CAI no logró el ascenso a la ACB por sus propios deméritos y, salvo que una hipotética compra de una plaza lo remedie, jugará por tercera temporada consecutiva en la Liga LEB. El factor cancha, despreciado en los dos últimos meses de la fase regular, resultó desequilibrante.

El objetivo no se ha cumplido. Y, en ello, la responsabilidad máxima es de Alfred Julbe. Los defectos del equipo que él ha entrenado, unos problemas con los que el CAI ha convivido y superado hasta ayer, se volvieron contra su involuntario creador. La monumental pájara de la recta final de la Liga se reprodujo en Granada con una virulencia extrema a la vuelta del descanso, adonde el CAI había llegado un punto por detrás (42-41) y con la convicción de haber elegido el buen camino.

LA CLAVE El equipo ya no volvió del vestuario. Regresó su fantasma. Un parcial de 13-3 a favor del Granada (55-44), cuya victoria está íntimamente ligada a haber disputado el quinto partido en casa, destrozó al CAI y puso todas sus miserias al descubierto: la inmensa dificultad para remontar diferencias en contra, la facilidad para alejarse de los partidos y consentir que el contrario adquiera ventajas insalvables y, por encima de todas las cosas, el primitivismo de las soluciones en ataque en situaciones de máximo riesgo. Y ésa es la responsabilidad de Julbe.

Ayer, la derrota invalidó la propuesta del técnico. Romántico, defendible, pero de escaso pragmatismo en una categoría como ésta, el juego libre, la decisión individual en ataque, se volvió contra el CAI y lo acercó al desmadre y al ridículo. Con el Granada malgastando siete minutos del último cuarto, en los que no fue capaz de sumar, el equipo se echó en brazos del triple suicida, del barullo, de la torpeza, del socorrido otisistema (ayer inválido por el desastroso partido del americano) y buscó un héroe que, como en tantas ocasiones, hiciera milagros. Pero, ayer, Lescano no compareció y Julbe debió comprender que un equipo de la LEB necesita estar trabajado en ataque, tener más soluciones que la aparición profética de uno u otro.

EL RIDICULO En esos siete minutos, en los que el CAI despreció la inagotable generosidad local, Julbe debió entender que el monstruo que había creado, bello en apariencia y cruel en expresión, era ya demasiado grande. Que organizar el desorden ofensivo en el juego estático a pocos minutos para el final de la Liga era inviable. Que un equipo de especialistas como el suyo, sobresalientes en sus virtudes y excesivos en sus defectos, necesita más método y dejar menos responsabilidad individual a algunos de sus jugadores.

Así se entiende, porque lo de ayer fue el caso extremo, que el CAI sólo fuera capaz de acercarse a cinco puntos de un equipo que estaba rozando el esperpento (65-60, a 3 minutos para el final). Así se comprende que el CAI siga en la LEB y el Granada esté en la ACB. Así se cuenta un partido triste. El del día que pudo ser y no fue.