El rey ya tiene su corona. Para la historia y la memoria colectiva quedará que el CAI Zaragoza levantó la Copa Príncipe, su primer trofeo relevante, después de derrotar con suficiencia al Plasencia en el encuentro definitivo. Pero la realidad del torneo siempre será que el equipo de Alfred Julbe ganó la final el sábado contra el Bilbao. Aquel ha sido el partido con mayúsculas del fin de semana, el de la pasión y la electricidad, el espectáculo verdadero y el de más alto nivel. El esfuerzo extenuante de la semifinal tuvo su premio ayer. No fue un combate intenso ni hubo ningún intercambio de golpes. El CAI sobrepasó al Plasencia por la lógica más aplastante y porque la alargada figura de su plantilla ensombreció el ímpetu extremeño.

La victoria llegó sin el héroe local en la pista. Matías Lescano, que atravesaba un estado de gracia impactante, cayó lesionado en el segundo cuarto y ya no volvió a jugar. Para la degustación estadística dejó otros doce minutos maravillosos, que le valieron el trofeo como MVP del torneo. Sin el Bicho , el CAI respondió aplicando el efecto apisonadora .

LA RESPUESTA DE OTIS Seis jugadores terminaron con diez o más puntos y Otis Hill, condenado a un ostracismo excesivo ante el Bilbao, cogió la bandera ofensiva y desterró cualquier duda sobre su figura con un recital en ataque (25 puntos con un 68% de acierto) y una aplicación defensiva sobresaliente. El excelente trabajo de Diego Ciorciari en la segunda mitad y la corrección de Oscar González contribuyeron a que el triunfo y el grito de campeones, campeones fuera rojo y no verde.

Bastaron los tres primeros minutos para comprobar que el Plasencia es un equipo que habita en un escalón inferior al Bilbao, a pesar de ser el colíder de la competición. A los cinco minutos, el CAI abrió la primera brecha (17-6) y ese guión se repitió una vez tras otra a lo largo del encuentro, convertido en un quiero y no puedo visitante.

Y no porque el Plasencia no lo intentara, que sí lo hizo, usando como arma el orgullo de equipo pequeño en presupuesto y gigantesco en rendimiento. Pero, a pesar de que Gianella, un base-escolta de enormes condiciones, y Owens y Stewart, sus dos americanos, no bajaron la mirada, no les llegó la calidad.

LA SEGUNDA MITAD La lógica más aplastante triunfó sobre el deseo y la esperanza. Y el pez grande se comió al pequeño. La segunda parte fue monótona y el público se divirtió menos que el día anterior porque el partido estuvo desequilibrado. El CAI nunca vio peligrar la victoria. Cogió una ventaja insalvable en el tercer cuarto (69-52) y, desde entonces, se dejó llevar por la inercia hasta acabar siete puntos arriba. Dio igual. El mensaje a la Liga estaba mandado. El CAI quiere el ascenso a la ACB. Y lo quiere a toda costa.