Ni la mejor celestina del mundo hubiera preparado un escenario tan perfecto como el de ayer para la reconciliación de una pareja en crisis. El plan fue maravilloso, decorado al detalle y con la marcha nupcial sonando de fondo. En un partido electrizante, estupendo, jugado a mil por hora, el CAI y su afición aparcaron todas sus desavenencias, se dejaron de tirar los trastos a la cabeza y se juraron amor eterno con un beso en público. La victoria ante el Menorca reafirmó en su cargo a Quintana y empezó a darle la razón a quienes han creído en él. Ayer, el CAI comenzó a parecerse al equipo que puede llegar a ser, sumó dos triunfos seguidos por primera vez y abrió una puerta a la esperanza.

La estruendosa ovación que el público dedicó a su equipo al final del partido selló la pacificación del ambiente en el Príncipe Felipe, dio carpetazo a la era de las riñas y las pañoladas, y puso la primera piedra para que la comunión entre el CAI y su afición se convierta de verdad en un valor trascendental. Porque de las muchas cosas que quedaron en evidencia, una tiene especial relevancia. Con un público así, ruidoso, animoso, presionante con el contrario, el Príncipe Felipe será una fortaleza inaccesible para la mayoría.

EL DESENLACE A ese ambiente de confraternización contribuyó el equipo con el mejor partido del año, el más brillante en lo colectivo y el más atractivo para la vista. Fue la resurrección del juego interior y la confirmación de que por fin ha aparecido el Asier García que el club fichó. El pívot jugó donde debe (cerca del aro), le arrebató la titularidad a Brown y respondió con un encuentro repleto de soluciones y con un bagaje reboteador notable (11).

A la fiesta reivindicativa de Asier se unió Reynolds, un americano de fiar, comprometido y con multitud de recursos técnicos. Empujados por el acierto de las dos torres y por la omnipresencia de Lescano, un jugador que lo hace todo y casi todo bien, el CAI empezó a coger las primeras ventajas (20-12, en ocho minutos) a pesar de la actuación cómica de unos árbitros que convirtieron en un jeroglífico indescifrable una antideportiva a Reynolds y una técnica a Quintana. El equipo pronto dibujó la radiografía de lo que iba a ser el encuentro: un partido espectacular, jugado a tirones (hubo un 37-28, un 41-38, un 55-46, un 61-50, un 66-62...) y en el que el Menorca, que llegaba como colíder y con ocho triunfos seguidos, se resistió a perder hasta el último resuello.

Tanto fue así que llevó el encuentro al terreno del miedo con tres triples inverosímiles de Miguel y rebajó la distancia a la mínima expresión (68-67, a 5 minutos para el final). En ese instante, cuando otras veces el atenazamiento mental se salía con la suya, el CAI venció a sus fantasmas, derrotó al miedo y cerró el encuentro con un 9-0 fulminante que dejó tiempo para la fiesta popular. Como en otras ocasiones, el CAI recorrió en 40 minutos la distancia entre la más grande de las crisis y la máxima felicidad, entre el peligro de derrumbamiento y el sueño del ascenso. De saber encontrar un término medio, una normalidad, también dependerá su éxito final.