El CAI no se rinde. Sobrevive. Con agonía, mucha angustia, sufriendo hasta el último instante, extenuado por el esfuerzo, agotado por la presión, pero sobrevive. En un partido eléctrico, plagado de errores y jugado con la incertidumbre que da la cercanía del vacío, el equipo guardó el equilibrio en un final cardiaco y se mantuvo en pie en las semifinales, en las que todavía marcha por detrás (2-1). Fue un triunfo de fe, de orgullo, de deseo, logrado con el corazón y con una actitud militante desde el primer segundo. Un tercio del milagro ya es realidad. Mañana se pone en juego otra parte del sueño de la ACB. No hay más remedio. El CAI tiene que volver a ganar. Si no lo hace, se quedará a las puertas del cielo.

En un escenario difícil por la bofetada del pasado fin de semana, el equipo recurrió al heroísmo y a la seriedad en defensa. El espíritu guerrero con el que saltó a la pista, la aplicación colectiva y la unión en el trabajo fueron determinantes para abrir la puerta de la esperanza. A pesar de que el CAI, al que Ciorciari dirigió con sabiduría, siempre manejó el encuentro con ventajas cómodas, a pesar de la salida lanzada (29-13 en 12 minutos), la precipitación y la persistencia del Granada provocaron que el final fuera un sinvivir.

EL GRAN LESCANO Parecía increíble, impensable. El CAI, que ganaba con comodidad a 8.30 para el final (67-51, la máxima diferencia), se encontró en medio de un lío mayúsculo por sus propios desaciertos en los dos últimos minutos. A base de triples, de intensidad defensiva, de errores aragoneses y de alguna decisión peculiar de los árbitros, el Granada apareció con el corazón agrandado en el momento determinante. Un parcial de 4-18 asustó al pabellón (71-69, a 2.10).

Sin embargo, de igual manera que el CAI no fue capaz de hacer lo más sencillo, de cerrar el encuentro; se atrevió con el ejercicio de mayor valentía. Un triple de Ferrer y otro de Lescano, que completó un final magistral, anularon la calidad de Nacho Ordín, el extraordinario base de Monzón que capitanea al Granada y que, algún día, debería regresar a su tierra por la puerta grande.

El acto final fue de pegada mutua y ajeno a la confusión del sinfín de pérdidas (17 del CAI y 23 del Granada) que lo habían llevado hasta allí. Fue una batalla dura entre quien quiere recuperar el espacio perdido y quien pretende conservarlo.

Y el CAI lo guardó bajo su regazo porque la carta de Lescano es ganadora. Para llegar al 2-1 no fue sólo necesaria la serenidad del Bicho cuando las manos tiemblan sino también el rigor de Walls en defensa (con la rémora de su 1 de 9 en los tiros libres), el compromiso y la seguridad de Ferrer y, fundamentalmente, la aparición del mejor Ciorciari, un base con un ánimo ganador insuperable, decisivo cuando defiende, se atreve a tirar y se juega un baloncesto en el que se siente cómodo.