Los franceses celebraban su fiesta nacional y nosotros escuchábamos a Manu Dibango en el zaragozano Rincón de Goya. Fue un cuatro de julio de 1987, y el músico camerunés actuaba por primera vez en estas tierras del Ebro. Años más tarde, en 2003, volvió a la ciudad para tocar en la sala Multiusos, pero donde Manu Dibango se sintió como en su casa fue en Pirineos Sur, adonde se estrenó en 1995 con el fascinante espectáculo Wakafrica y regresó después, según nos recuerda el catálogo del festival, en 1997, 1999, 2001 y 2006.

Ese Manu, saxofonista y tocador de marimba, gran maestre del groove, se ha ido (en diciembre participó en París en el homenaje póstumo a su amigo Didier Garnier). Y su muerte cierra un extraordinario capítulo de la historia de la música africana.

"Por naturaleza, Manu Dibango es indefinible. Sólo tenemos la certeza de que es músico y negro: el primer músico négropolitain, según sus palabras”. Así nos acercó al personaje Danielle Rouard, periodista que ayudó al músico a escribir su autobiografía Trois kilos de café. Y tenía razón. Es más: Manu fue también musicalmente inabarcable. O, afinando más, inclasificable. Pero algo tenemos claro sobre el creador de Soul Makossa: lideró muchas de las batallas sonoras que se han librado con los ritmos africanos como artillería. Anotado de una manera menos guerrera: se ganó el título de padre del panafricanismo sonoro, aunque el prefería el título de Papa groove.

Un panafricanismo que funcionó en varias direcciones: conectó, por un lado, los diferentes latidos africanos; por otro, se abrió a las músicas occidentales que tienen su germen en África y a las que hasta allí han llegado; en tercer lugar, engarzó ambos recorridos con las vibraciones de vanguardia del llamado primer mundo. Defensor entusiasta del uso de la tecnología para mayor brillantez de la tradición, su búsqueda de las raíces no significó el regreso al primitivismo etnológico, sino el viaje pluridisciplinar que hilvana todos los ecos del origen: de África a Europa, pasando por América. Jazz, blues, soul, rock, reggae, sístoles latinas y diástoles hip hop se enroscaron en el saxo de Manu Dibango como la serpiente en el cuerpo de la Zhora de Blade Runner. Fue, además de un tipo estupendo, un fenómeno; un replicante négropolitain moliendo café. Le echaremos de menos.