En el 2003, tras un brote de SARS (síndrome respiratorio agudo grave), la OMS emitió un comunicado indicando que un coronavirus de nueva identificación era el causante de esta enfermedad nombrada SARS-CoV. Más de 8.000 personas resultaron infectadas, de las que el 10% murió. El aviso estaba ahí, 17 años antes. Nadie supo interpretar en modo avanzado que este tipo de contagio común entre animales podía transmitirse a los humanos. El 17 de noviembre del 2019 se producía el primer caso de covid-19 (el SARS-CoV-2). Se supo bastante después que el paciente cero era una persona de 55 años de Hubei, epicentro de la epidemia que mantiene en vilo al mundo. EL PERIÓDICO DE ARAGÓN se hizo eco por primera vez de la misteriosa epidemia el 21 de enero. Tres días después ya había dado el salto a Europa.

La epidemia empezaba a aparecer en las primeras páginas de la prensa española con timidez, aún posicionadas en lugares de segunda lectura. No sería por mucho tiempo. Cuando el Gobierno de España decretó el estado de alarma el 14 de marzo, limitando la libertad de circulación ciudadana a determinados supuestos y decretando el cierre de la mayoría de comercios y los lugares de ocio, educativos y culturales, el covid ya ocupaba portadas enteras en todo el mundo.

Las rutinas cambiaban de golpe, y así siguen muchas, aunque de entrada la mayoría de los países no podía incluir la mascarilla como complemento obligatorio. No había suficientes para todos, así de sencillo, y había que pelearse por ellas en las remesas que llegaban a las farmacias. Hoy suena increíble, pero en España no fue obligatorio su uso hasta el 13 de julio. Ese día, las cifras oficiales mostraban 28.406 muertos y 255.953 contagios en el conjunto del país, 927 decesos y casi 7.000 casos en Aragón.

El humano siempre ha ido por detrás del virus. Es la sensación incluso ahora, después de haber sido capaces en menos de un año de fabricar diferentes vacunas para acabar con el bicho. Sigue haciendo estragos. Nadie supo ver que esa misteriosa epidemia china se convertiría en la pandemia más famosa de la historia y que cambiaría nuestra vida, en algunos aspectos definitivamente. «La mascarilla ha venido para quedarse», dijo una vez la consejera Sira Repollés. Y aquí sigue, en distintos modos y colores. incluso 'fashion' o reivindicativa.

Aragón notificó su primer muerto el 7 de marzo y solo dos semanas después empezaba a montar dos hospitales de campaña. El presidente Lambán y el alcalde Azcón se ofrecían ayuda mutua y a final de mes el virus ya se había colado en un buen puñado de residencias aragonesas. La muerte estaba al acecho, se iba a multiplicar a una velocidad incalculable, cebándose sobre todo en los mayores. Había hidrogel por todas partes, pero no era suficiente. No lo es.

Los centros de salud no daban abasto, los hospitales se colapsaban, en las ucis no había sitio ni respiradores, en las morgues se amontonaban cadáveres y se incineraba más rápido. En la calle había silencio, soledad y circunspección que solo las sirenas rompían. Y esos aplausos de las 8 de la tarde para mandar fuerza a los sanitarios que aparecían vestidos con plásticos y bolsas cual marcianos de los años 50. Era para no creerlo. Desfilaban luego todos, desde taxistas a bomberos para devolver las muestras de agradecimiento. Nada era normal. El tiempo unía a los hombres distintos en las Cortes de Aragón para firmar un pacto desconocido amaneciendo junio.

La improvisación ya se había llevado a la consejera de Sanidad, Pilar Ventura, en mayo, y obligó al presidente a pedir perdón en más de una ocasión. También se paró el fútbol, que luego volvió vacío y así sigue; los bares fueron abriendo y cerrando, y así siguen; se cancelaron los Pilares y el resto de fiestas populares, y así siguen; y se empezó a soñar con la vacuna.

Nadie pensaba que el Dúo Dinámico volvería a estar de moda, que confinamiento sería elegida la palabra del 2020, que un año después tampoco habría Semana Santa, que el teletrabajo sería parte natural de la vida, que no veríamos enterrar a nuestros muertos, que no nos dejarían salir de nuestra ciudad, que estaríamos protegidos por mamparas, que la vida en las calles se cerraría a las 6, que cuarentena ya no sonaría a antiguo, que todo el mundo sabría lo que es una PCR y que utilizaríamos con nueva normalidad palabros como desescalada.