No hay nada que consiga acabar con el fenómeno botellón. Tampoco una pandemia mundial que acumula miles de fallecidos y contagiados y que ahora está ensañándose con los más jóvenes. En Zaragoza cada vez son más los puntos en los que se producen concentraciones de adolescentes y jóvenes que quedan para beber a pesar de las recomendaciones de las autoridades sanitarias de no hacer tonterías y de quedarse en casa. Tras el confinamiento y desde que comenzó la desescalada, el botellón ha cambiado y ha empezado a expandirse por los barrios, donde los jóvenes copan plazas, parques y calles y, sin ánimo de generalizar, muchos lo hacen sin mascarilla, por lo que son sancionados con 100 euros, como establece la orden de la DGA.

Antes de que el coronavirus alterase la vida de todos, los botellones solían concentrarse en las riberas del Ebro y el Huerva, especialmente en la zona del Náutico, la Expo o el embarcadero de Vadorrey. También en los parques de la Memoria, Delicias o José Antonio Labordeta. Entonces se reunían grupos muy amplios con 20 o 30 chavales con ganas de fiesta y poco dinero. Ahora, cuando está mal visto juntarse en grupos amplios, se ha cambiado la táctica en busca de la discreción.

La Unidad de Apoyo Operativo (UAPO) de la Policía Local de Zaragoza, acostumbrada a lidiar con esta forma de diversión , ha intensificado sus labores de control. Ya no solo intentan que se disuelvan estas reuniones nocturnas, también tratan de concienciar a los más jóvenes de la importancia, además, de la obligatoriedad de llevar la mascarilla.

Según informa el Inspector de la UAPO, ahora se concentran grupos pequeños, de seis o siete personas (a veces con menores), y lo hacen en sus propios barrios, muchos de ellos sin esconderse entre los parques, ya que eligen las plazas, con mas iluminación, para pasar el rato. También acostumbran a patrullar ciertas calles con bares de ocio en las que se suele beber en el exterior, ahora que el tiempo invita.

Con un extra de paciencia, calma y sosiego, cada noche recorren alrededor de una veintena de puntos fijos que tienen localizados principalmente en los barrios de San José, Oliver-Valdefierro o el Casco, ribera incluida. También los veladores, por donde, megáfono en mano, recuerdan la orden del Gobierno de Aragón sobre el uso obligatorio de la mascarilla, y bares de ocio nocturno. Además de cualquier incidente que pueda registrarse y que requiera de la intervención de esta unidad especializada.

Desde esta semana este tipo de establecimientos no pueden abrir salvo que también tengan licencia de cafetería, que en ese caso pueden hacerlo pero instalando mesas y sillas en las zonas de baile. Esta última semana han tenido que dar la orden de cierre de varios establecimientos que no tenían permiso para abrir, que han sido clausurados y expedientados, como también han hecho con otros locales que han superado superado su aforo, tanto en el interior como en sus terrazas, con grupos de más de diez personas y más sillas de las permitidas por su licencia.

Desde el inicio de la desescalada, pero sobre todo desde que se decretó el uso obligatorio de la mascarilla, la unidad recibe un volumen creciente de llamadas ciudadanas alertando de las reuniones callejeras, ya no solo por las molestias originadas por la música, las risas y los gritos, sino porque no acostumbran a llevar la mascarilla.

Una de las oficiales de unidad admite que cada vez son más los avisos que reciben de los vecinos, lo que evidencia el miedo de la población al contagio y a que se junten los jóvenes en la calle. Según dice, además de los puntos fijos, cada noche atiendan a un sinfín de llamadas que grupos de tres o cuatro personas que, además, suelen ser desalojados en más de una ocasión en el día. Porque no se limitan a ir a un lugar y olvidarse de lo sucedido, sino que controlan que aquellos que son desalojados no vuelvan a hacerlo.