Lo que faltaba han pensado los bares de Zaragoza después de conocer que la plaza del Pilar no será este año el epicentro de las fiestas. Sobre todo los del centro, donde acostumbran a sacar sus barras a la calle y en los que no paran ni un minuto de servir cañas, bocadillos y cubatas. Todo dependiendo de la hora.

Si no que se lo pregunten a José Antonio Córdoba, del bar El Picadillo, que el año pasado en la víspera del pregón tiró 3.000 litros de cerveza, cuando lo habitual en un fin de semana son unos 200 al día, y eso en una buena jornada. En el restaurante Las Catedrales, en la misma plaza del Pilar, se limitan a decir: «imagina lo que va a suponer si no vamos a poder poner las barras en la calle y no va a haber actuaciones». Cada uno que se haga una idea sin olvidarse que, el mismo día del pregón, no cabe ni un alfiler en los porches.

El Ayuntamiento de Zaragoza, junto con el Gobierno de Aragón, ha decidido que no se celebrarán actos multitudinarios en la calle. Tampoco ninguno en el que no se pueda controlar su aforo. Así que no habrá conciertos en la plaza del Pilar y el paseo Echegaray dejará de ser un restaurante gigantesco ya que no habrá ni muestra gastronómica ni food trucks.

La hostelería ya no quiere ni hacer cuentas de lo que pueden llegar a perder después de un año para olvidar por las consecuencias, en todos los sentidos, del coronavirus. «Habrá que esperar a septiembre para valorar el impacto que ha tenido el verano en la hostelería, pero que no haya fiestas va a suponer el cierre de muchos bares y la destrucción de empleo», explican desde la Asociación de Cafés y Bares que, como todos, comprende que la situación actual exige tomar este tipo de decisiones. La seguridad ante todo.

Pero si se mira el bolsillo, hay bares que incrementan su facturación hasta un 80% durante las fiestas. En El Picadillo, sin ir más lejos, contratan a diez personas más para poder atender la demanda de su barra callejera de diez metros, donde las cañas y los torreznos no paran de servirse.

Los feriantes no levantan cabeza. Su campaña comienza en abril y finaliza tras las fiestas del Pilar. «Lo de este año es una ruina. No entendemos por qué nadie cuenta con nosotros porque estamos dispuestos a adaptar nuestro negocio para poder garantizar las medidas sanitarias exigidas», explica Miguel Ángel Escartín, un feriante de toda la vida que tiene un remolque de tiro, otro de pesca de patos y otro para acertar y meter goles en porterías.

«Las fiestas son muy buenas porque nos permiten aguantar hasta la siguiente campaña, pero este año no hemos ingresado nada. Entendemos que se suspendan los grandes eventos, pero se podría alcanzar un acuerdo para limitar los aforos de la zona de ferias, como se ha hecho en el Parque de Atracciones de Zaragoza», añade.

El consistorio quiere mantener la ofrenda de flores, aunque sea con una representación reducida. Aún así, las floristerías ya hacen números. Es el caso de Ana María Gracia, de La Pérgola, que admite que «Habrá pérdidas pero como no hemos pedido flores todavía no serán muy elevadas. Peor lo tuvieron en Valencia que ya habían comprado el género».

Por otro lado, los peñistas están a la espera de reunirse con los representantes de Zaragoza Cultural para decidir qué actos puedan celebrar aunque, todo apunta a que se limitarán a sus peñas.