No tienen un horario establecido para hacer llamadas, ni una sala específica en la que trabajar, ni mucho menos son una categoría laboral nueva y reconocida en el sistema sanitario. Sin embargo, la labor de los rastreadores está resultando vital en esta segunda oleada de contagios para atajar la expansión de los casos de coronavirus y también para detectar a los más escurridizos: los asintomáticos.

En Aragón, más de 260 profesionales de Atención Primaria desarrollan esta labor. Uno de esos equipos, formado por tres enfermeras y una trabajadora social, es el del centro de salud Arrabal, en Zaragoza. Aquí, donde ningún trabajador de plantilla «afortunadamente» se ha contagiado hasta la fecha , capean el día a día de la manera «más eficaz posible» en medio de un verano que a todos ha pillado con el pie cambiado. «Por las mañanas seguimos con nuestras consultas de enfermería y las atenciones en domicilio y ya por la tarde, entre las 15.30 y las 19.00 horas, hacemos el rastreo», explica Isabel Alegre que, junto a María Vera y María Sisas, son las tres profesionales del Arrabal que desempeñan este trabajo.

Cada día es diferente porque no hay un número fijo de llamadas establecidas. De hecho, la relación de contactos a los que tienen que telefonear salta de una alerta que genera Salud Pública a raíz de un caso positivo. Es decir, una vez que este ha manifestado las personas con las que ha tenido contacto, los datos de todas ellas se introducen en el sistema y es ahí cuando entran en acción los rastreadores. «A nosotros nos llega una alerta, por así decirlo, de los contactos de ese positivo vinculados a nuestro centro de salud Arrabal. Él ha podido citar contacto directo con cuatro personas y que cada una pertenezca a zonas distintas. Hay una redistribución de los casos y cada centro llama a sus pacientes», explica Alegre.

La manera de proceder empieza por comunicar al usuario que ha sido contacto directo de un caso de coronavirus. «Muchos cuando les llamamos ya saben que alguien conocido ha dado positivo y no se sorprenden porque reconocen que han estado con él», señalan las sanitarias. Se les hace también una encuesta epidemiológica breve, se les cita para hacerse la PCR_y «lo más importante»: se les insiste en que deben guardar la cuarentena y no salir de casa. «Esa es la parte más difícil. Hay gente que no lo entiende, que te dice que es autónomo y no puede dejar de trabajar, y que se encuentra bien», aseguran. En el caso de que ese vecino del barrio resulte positivo, esa comunicación ya la hace el médico de familia y el seguimiento al paciente sí vuelve al equipo de enfermería que, en este caso, está formado también por algunas de las profesionales que hacen el rastreo y es coordinado por Teresa Tolosana.

Reticentes a la PCR

Hay pacientes reticentes a la PCR y, por ende, eso conlleva un problema porque no hay garantías de que esa persona sospechosa cumpla la cuarentena. «Si se es contacto directo de un positivo y la PCR_da negativo, también hay que guardar 14 días de aislamiento. Eso cuesta mucho que se entiendan porque se cree que con un negativo ya se puede hacer vida normal y no es así», insisten.

Al otro lado del teléfono estas rastreadoras del Arrabal (son todo mujeres) también se encuentran con otros que «a toda costa» quieren hacerse la prueba al saber que algún conocido con el que han estado se ha contagiado. «Algunos llaman con miedo y les explicamos que solo está indicada si se ha estado a menos de dos metros, más de 15 minutos y sin mascarilla», apostillan.

Falta de personal

Este día a día también lo atraviesan con la mitad de la plantilla de vacaciones, pero no reniegan de ellos porque «es lo mejor y lo necesario» para estar en condiciones en octubre. «Estamos doblando turnos y con jornadas de 10 horas de media. No estamos cerrados, seguimos atendiendo a los pacientes más allá del coronavirus y del rastreo, pero también hay que descansar», indica Tolosana.

La recomendación es que se cuente con un rastreador por cada 5.000 habitantes y en Aragón, según ha recalcado en varias ocasiones la consejera de Sanidad, Sira Repollés, «no se van a escatimar recursos» si hace falta contratar a más personal (trabajadores sociales, por ejemplo, u otro perfil). Y faltan, faltan. Así lo dicen los propios sanitarios y también los sindicatos.

Actualmente, por cada positivo que se detecta los rastreadores localizan entre dos y seis contactos. «Es una labor muy coordinada y organizada, que requiere de mucho esfuerzo y tiempo, pero sabemos que es una manera efectiva de parar la expansión. El problema ahora, a diferencia de marzo, es que la ciudadanía está quemada, no entiende que no llegamos a todo y encima se molesta cuando se les dice que deben guardar cuarentena. Igual que no entendía los aplausos de hace tres meses no entiendo ahora el enfado que nos trasladan», dice con rotundidad Tolosana.

Con un trabajo «vocacional», donde la salud está en juego, las reivindicaciones parece que han quedado a un lado en estos tiempos de pandemia. «Seguiremos tirando hacia delante porque nuestra prioridad son los pacientes, pero a los sanitarios nos preocupa que se siga improvisando», opina Tolosana y el resto de enfermeras del centro Arrabal.

«Faltan rastreadores y cuando en julio la incidencia empezó a dispararse ya se podría haber atajado la situación para no llegar a agosto así. Si se están haciendo más PCR, es evidente que hay más trabajo. Eso ya se veía venir y ahora resurge el tema de que falta gente, pero ya viene de antes. Que no haya a nadie a quien contratar en las bolsas también debería generar una reflexión a las autoridades. Pedimos previsión porque vamos a terminar agotados», insisten.