Se llama Antonio, aunque aún no me hago a ese nombre. La primera vez que entendí la que hoy es su profesión, aún era Toño. Y fue mi única protección en un coche en el que nos habíamos quedado solos, mientras mi padre cruzaba corriendo al otro lado de la carretera. Mis padres son médicos. Ese día íbamos con él solo cuando vimos un accidente. Recuerdo una mujer sangrando. Dudo que sobreviviera y nunca llegué a preguntar. Recuerdo que solo pensé en mi miedo y me enfurecí con mi padre por dejarnos solos ante esa escena. Pero, ante mis quejas, entendí lo que me dijo mi hermano: «papá tiene que ir». Mi hermano es hoy el doctor Oliveros Cid. Y también él tenía que ir.

Es neurólogo y podía haber seguido con su actividad solo en consultas estos días. Pero decidió ofrecerse voluntario para reforzar la primera línea de la batalla ante el Covid. Él no quería ser un héroe. Ni él ni otros tantos sanitarios que han hecho lo mismo. Algunos han aparecido en estas páginas, pero hay muchos más. De mi hermano solo escribí en redes. Quizás porque quería que ni el virus lo encontrara. Porque todos sabíamos que tenía que ir, pero el miedo existía.

Mascarillas defectuosas

Hubo miedo al saber que los sanitarios caían como moscas. Creció cuando a él y a su servicio les tocó una partida de mascarillas defectuosas, con las que, sin saberlo, estuvieron atendiendo a pacientes de Covid. Hubo rabia, aunque su prueba diera negativa. Hubo orgullo cuando supimos que a él --como a muchos de sus compañeros-- lo que más les preocupaba de dar positivo era que «dejarían cojo al servicio». Hubo alegrías cuando compartía en un mensaje algún alta. Hubo muchos días de silencio. Y hubo otros en los que, para quitarle hierro al asunto, enviaba fotos como esta con la que ilustro. Moviéndose 'like an egypcian', al ritmo de Bangles. Una banda sonora de nuestros felices 80.

En los 80 yo ya aprendí, antes que otras cosas, el sentido del juramento hipocrático, que resume los valores de la profesión médica. Una especie de sacerdocio consagrado al “servicio de la humanidad”, en hacer de nuestra salud “su primera preocupación”. Hay quien lo llamará sentido del deber, compromiso… Así nos lo explicaron mis padres a mi hermano y a mí en el jardín, sentados sobre una piedra enorme que había (y aún hay) allí, con el símbolo de la medicina. Yo entendí que esa piedra era una suerte de lugar sagrado. Incorporándome a mi manera a ese sacerdocio de proteger al prójimo, escondí allí varios gatos rescatados.

Mi hermano fue más allá. Él juró. La carrera, el examen MIR, la especialidad… Hoy es un médico brillante que vive por y para sus pacientes. Pero también, uno de esos miles de profesionales que ha sufrido la escasez de convocatorias públicas en los últimos años para cubrir plazas de especialistas. Especialmente, en comunidades como Aragón. No lo recuerdo como queja --él me diría que no es el momento-- sino para explicar que, aunque vive en Zaragoza, su plaza está en el hospital Reina Sofía de Tudela y hasta allí ha ido durante esta crisis del Covid todos los días. Allí ha estado desdoblándose como voluntario. Después, volvía a Zaragoza para atender a sus pacientes, dentro de la Fundación Neurópolis. Llevaban años con un estudio sobre Alzheimer por el que en marzo tenía que haber recibido un premio nacional.

Ahora, aún está preocupado por muchos de sus pacientes. Se enfada por ellos. Ha perdido a varios. Es como si el coronavirus los hubiera borrado. «Cinco años luchando para que este virus se los lleve de un plumazo», me decía por teléfono. Una batalla como esa no se merece un final así. Esos números tienen nombres y apellidos para él. Admitir esas muertes o entender los cribados por edad estaba (y está) lejos de todo por lo que él juró.

Ahora, su etapa como voluntario ha terminado. La presión asistencial ha bajado. estos días y tiene que atender las consultas. Aunque queda mucho camino. Y está preparado para volver si hay otro repunte, otra cepa... Volverá porque “tiene que ir”. Como tantos otros. Cada uno con su historia. Como tantos taxistas, cajeras, enfermeras, transportistas o ciudadanos de a pie que se dejan la piel por el vecino. Héroes que han estado ocupando esta página. Ahora toca volver a la normalidad (relativa). Y echar también el cierre de esta sección, confiando en que los héroes no tengan que serlo. Aunque, como ellos, si tenemos que hacerlo, aquí estaremos de nuevo.

PD: Hoy, por primera vez, he preguntado a mi padre sobre la señora del coche. Sobrevivió.