La foto de la inauguración de la Asamblea Nacional Popular certificará el éxito: los más de 3.000 delegados bajo el techo del Gran Palacio del Pueblo tras llegar de todas las esquinas del país son una saludable excepción en un mundo sometido a restricciones de movimiento y reunión. China inaugura mañana su sesión parlamentaria anual con sobradas razones para la satisfacción y no es previsible ninguna moderación.

No ha sido necesario retrasarla, como ocurrió el pasado año, cuando sirvió para sellar el regreso de la vieja normalidad. No cuenta China ningún contagio desde que el rebrote del norte fuera sofocado un mes atrás pero los delegados y periodistas acreditados han pasado por variados tests y aislamientos en la última semana.

La receta contra el coronavirus no sólo ha servido para evitar la dolorosa factura de vidas sino para devolver la economía a los raíles. La china fue la única que creció el pasado año entre las grandes. Fue apenas un 2,3 %, la más baja en décadas, pero basta para salvar un ejercicio que nació con las peores perspectivas y que envidia Estados Unidos, con una contracción del 3,5 %, o la Unión Europea, que rozó el 7 % negativo.

Fastos del centenario

La coincidencia de esta edición con los fastos del centenario de la fundación del Partido Comunista de China también permitirá ensalzar los logros largamente perseguidos como la erradicación de la pobreza extrema. Entre los deberes pendientes figura la reducción de las desigualdades sociales que han dejado cuatro décadas de desarrollismo y que son aún más indigeribles en un país nominalmente comunista.

La cumbre también servirá para aprobar el nuevo plan quinquenal que fija las líneas maestras de la política y la economía y que prevé convertir a China en un país de altos ingresos en 2025 y doblar su renta per cápita una década más tarde. El énfasis descansa en el consumo interno frente a las tradicionales exportaciones de la fábrica global y la autosuficiencia tecnológica para blindarse contra un mundo hostil.

Recorte de libertades

La política frentista de Donald Trump ha sido relevada por la diplomacia más ortodoxa de Joe Biden pero las dos superpotencias asumen que el contexto empuja al conflicto. La imagen china, cuando debería de estar recogiendo las alabanzas por su gestión contra el coronavirus, ha caído a sus mínimos históricos en Occidente por las trapacerías en las primeras semanas de la pandemia, sus desmanes en Xinjiang con la etnia musulmana uigur, el recorte de libertades en Hong Kong o la encarcelación de dos canadienses por motivos gaseosos.

Es previsible que en la asamblea se apruebe la reforma electoral de Hong Kong que reducirá aún más el margen de acción de la oposición política. El presidente, Xi Jinping, ya anunció semanas atrás una revisión integral que reserve a los "patriotas" los puestos clave en los poderes judicial, legislativo y ejecutivo. Será la última vuelca de tuerca tras la Ley de Seguridad Nacional, aprobada el pasado año, que finiquitó las violentas protestas que habían devastado la economía y la paz social de la excolonia.