La cifra de fallecidos en residencias por coronavirus en España asciende a 9.500. Son los más castigados por el covid-19 pese a los continuos esfuerzos por desinfectar y aislar los centros. En Aragón hay 344 residencias de mayores donde conviven 22.000 personas y trabajan alrededor de 8.700 profesionales.

El virus, por ahora, ha afectado al 1,8% del total de residentes y empleados, según los datos de la DGA, que ha habilitado tres centros especiales en Yéqueda, Alfambra y Miralbueno para acoger a más de 70 ancianos contagiados pero con síntomas leves y altas posibilidad de ganarle la batalla al coronavirus.

Trabajadores de cuatro centros de mayores nos cuentan cómo están viviendo la crisis del coronavirus.

Rocio Ciudad, Fundación Elvira Otal de Ejea: «Nos confinamos para 15 días y no sabemos cuándo

Rocio Ciudad, Fundación Elvira Otal de Ejea: «Nos confinamos para 15 días y no sabemos cuándo Las trabajadores de la residencia de mayores Fundación Elvira Otal, en Ejea de los Caballeros, están confinadas en el albergue de la localidad desde que se decretó el estado de alarma. Lo hicieron de manera voluntaria, para evitar convertirse en portadoras del covid-19.

«Trabajamos con mayores y son muy vulnerables. En principio iba a ser durante 15 días pero como prolongaron el estado de alarma, aquí seguimos», cuenta Rocío Ciudad, una de las auxiliares de enfermería que tuvo que dejar a su perro en una guardería y hacer la maleta para trasladarse a un albergue donde comparte habitación, baño y zonas comunes con las compañeras con las que trabaja. «Estoy 24 horas al día con la misma gente», bromea.

Ninguno de los 115 residentes está contagiado gracias a que las medidas se adoptaron muy rápido y a que han contado con material sanitario de prevención. Se cerraron las zonas comunes y se suspendieron las visitas en cuanto comenzó el goteo de casos en España.

Los mayores están en sus habitaciones y para hacerles el día más llevadero realizan videollamadas con sus familiares. También reciben cartas y dibujos de sus nietos y las trabajadores les graban videos que luego hacen llegar a sus seres queridos.

«Muchos están solos y tú eres su única familia. Y hay otros que no entiende lo que está pasando o que tiene demencia o alzheimer y se olvida y tienes que estar explicándole continuamente lo que sucede». «Hay momentos en los que les abrazarías, porque lo sientes y porque sabes que es lo que necesitan pero no puedes hacerlo por ellos. Cuando pasa y te pilla más floja se te escapa alguna lágrima porque llegas a una situación de saturación emocional tremenda y no lo puedes evitar», cuenta Rocio. Por si fuera poco, confinada con su compañeras ni tiene tiempo para la soledad y tranquilidad. «En una situación así uno necesita su espacio y nosotras ahora no lo tenemos. Nos respetamos e intentamos adaptarnos pero la situación se hace más dura», admite.

Comparte habitación con sus compañeras de planta y turno y han programado actividades en el albergue para hacer más llevadera la convivencia. «Los primeros días lo llevábamos mejor pero ya llevamos muchos días, ¡y los que nos quedan!», explica. Un sacrificio que tendrá secuelas y que lo hacen para evitar que los más vulnerables sean atacados por el covid-19.

Residencia Vital de Santa Fé: «El virus está en todos los lados y esto es muy duro. Son nuestros yayos»

Residencia Vital de Santa Fé: «El virus está en todos los lados y esto es muy duro. Son nuestros yayos»«No sabes lo duro que es. Es que son nuestros yayos, los siento como si fueran mis propios abuelos porque llevo muchos años trabajando junto a ellos. Muchos están solos y nosotras somos su familia y verles morir, solos, es muy triste. Son pérdidas que tenemos que asumir y han sido demasiadas en pocos días», explica una trabajadora de la residencia Vitalia Santa Fé de Cadrete (Zaragoza), donde han fallecido 15 mayores por coronavirus y donde hay varias compañeras contagiadas, la mayoría asintomáticas.

Aunque dice que «le gusta la discreción» y prefiere el anonimato, no tuvo reparos en utilizar su móvil para hacer videollamadas con los familiares de «sus yayos», como ella llama a los residentes. «Empezamos con nuestros teléfonos hasta que compraron tablets», cuenta con alegría al otro lado del teléfono.

Esta residencia se ha convertido en un centro neurálgico de covid-19 y ahora atiende a mayores de Teruel y Cariñena. Los primeros días se realizaron traslados de aquellos que no tenían síntomas a otro de los centros de Vitalia, en la Expo, para evitar más contagios.

Todos sus residentes se han hecho la prueba, también las trabajadoras, y alrededor de diez han dado positivo, así que están en casa de cuarentena. «Las medidas llegaron muy pronto, se prohibieron las visitas y se cerró el centro para que el virus no entrase, pero ya era tarde», lamenta. Por suerte, su centro es de los pocos que ha tenido material sanitario desde el primer momento. «Esto te da tranquilidad, claro, pero aún así extremamos las precauciones al máximo. Por los yayos ¿eh? Son muy vulnerables y este virus está en todos los lados».

«A mi que nadie me diga que no están cuidado. Que entren aquí y lo vean, que lo vivan y estén con ellos»

«Ahora todo se ha normalizado y nosotras estamos más tranquilas pero yo los primeros días llegaba a mi casa y me echaba a llorar. Es que se han muertos abuelos con los que llevaba años conviviendo y uno crea lazos muy fuertes. Voy a echar mucho de menos a más de uno lo que nadie sabe. Esto duele mucho», confiesa. Lo bueno, dice, es que también hay muchos que lo están superando.

«A mí que nadie me diga que no están cuidados. Que entren aquí y lo vean, que lo vivan, que estén con ellos y convivan con sus patologías. ¿Cómo no les vamos a cuidad?».

Alicia Navarro. Residencia del IASS de Borja.

Alicia Navarro. Residencia del IASS de Borja. En la residencia del Instituto Aragonés de Servicios Sociales de Borja las trabajadoras están organizadas por plantas para limitar sus movimientos y evitar que, en el caso de que alguna sea portadora del covid-19 sin saberlo, no lo pasee por el centro.

Por ahora no hay ni mayores ni empleadas contagiadas aunque tampoco se les ha realizado prueba alguna. Todo está pensado para que en el momento en el que una sola persona, ya sea empleada o residente, presente síntomas se confine a los mayores en sus habitaciones, algo que por ahora no ha hecho falta. «Se les permite salir de sus cuartos a las zonas comunes porque se considera que de otra manera se estarían limitando sus derechos. Otra cosa es que el virus entre dentro», explica Alicia Navarro, enfermera en este centro público al que desde hace un mes solo entran las empleadas, nada de familiares. Con ellos contactan a través de videollamadas y ayudados por las trabajadores.

La situación no es sencillo, admite Alicia que dice estar llevando bien la presión de que el virus no entre en la residencias y de que los mayores no se contagien, que no es poca. No le sucede lo mismo a su madre, auxiliar de enfermería en el mismo centro. «Me he concienciado mucho pero hay gente que lo está pasando fatal, incluso que se han cogido la baja. Mi madre lo lleva peor, tiene mayor sensación de agobio», comenta.

«Yo no tengo miedo al coronavirus, lo que me asusta es poder contagiárselo a alguno de los mayores porque son muy vulnerables» y por eso, además de las medidas de prevención del centro, donde tienen que desinfectarse y llevar mascarilla y guantes, tiene un ritual cuando llega a casa. «Me quito toda la ropa y me ducho. Tengo un hijo con asma así que tengo que extremar las precauciones».

En Borja el material sanitario llegó pronto, aunque los primeros días escaseaba. «Nosotras estamos tranquilas, hay compañeros en otras residencias que están mucho peor y no tienen medios para protegerse», asegura.

Los mayores llevan demasiados días sin recibir visitas y no todos comprenden (y recuerdan) los motivos por los que su rutina diaria se ha visto alterada. Algo normal, explica Alicia, que manda un mensaje de tranquilidad porque todos se encuentran bien y a todos les explican lo que sucede las veces necesarias hasta que se quedan tranquilos «y con todo nuestro cariño».

Residencias de Miralbueno y Casa Amparo de Zaragoza: «En Miralbueno hay gente a la que no le han explicado cómo ponerse un EPI»

Residencias de Miralbueno y Casa Amparo de Zaragoza: «En Miralbueno hay gente a la que no le han explicado cómo ponerse un EPI»La residencia de Miralbueno, en Zaragoza, se ha convertido en uno de los centros de covid-19 que ha preparado el Gobierno de Aragón para atender a pacientes de covid-19 leves. Hasta este barrio llegan mayores de otras residencias desbordadas por el número de casos positivos. Fue necesario contratar a personal en cuestión de horas, además de a los sanitarios, que, según una trabajadora que prefiere mantener el anonimato, no tienen la formación necesaria para actuar en una situación así. Estuvo trabajando una semana, tiempo suficiente, dice, para ver «que las cosas no se estaban haciendo bien». «Las zonas limpias o descontaminadas no se respetan, no hay organización ni material suficiente para el cambio de camas diario y el aseo de los mayores».

Asegura que se ha contratado a «cuidadoras» que están tratando con enfermos de coronavirus a las que nadie les ha explicado cómo deben ponerse los EPI (trajes de protección) o desinfectar las habitaciones. «Una acabó intoxicada porque nadie le dijo qué proporción de lejía en agua diluida es la correcta », comenta con rabia. Asegura que son los médicos los que tienen que explicar a estas empleadas cómo tienen que actuar.

Los residentes están solos, confinados en habitaciones sin entretenimiento. «No tienen televisión ni baño propio», critica. No obstante, asegura que tanto médicos como empleados los cuidan con una mimo y cariño exquisito.

«En Casa Amparo los primeros días lo pasamos fatal porque no teníamos material suficiente»

En Casa Amparo, competencia del Ayuntamiento de Zaragoza, la situación se ha normalizado después de días de miedo e inseguridad por la falta de material. Una de sus trabajadores, que también pide discreción, asegura que cuando comenzó la crisis «desaparecieron todas las mascarillas como por arte de magia». «Ahora han llegado, pero lo hemos pasado muy mal porque no nos sentíamos protegidas», cuenta por teléfono. «El nivel de ansiedad ha sido tremendo porque no solo nos podemos contagiar nosotras, es que podemos contagiar a un mayor que es peor», añade con la voz quebrada.

Asegura que han estado utilizando la misma bata tres turnos distintos y una mascarilla por turno. Por suerte, ahora hay más material y se ha conseguido lo más importante, evitar que el virus entre dentro de la residencias».