Vi hace poco un tuit de una señora mayor desesperada. Lloraba, intentando sacar dinero de un cajero. Y eso me recordó una llamada que recibí de José Antonio Artigas, director de Comunicación de Caja Rural de Aragón. «Te leo. Me gustaría que tuvieras también en cuenta a mis compañeros, a la gente de las cajas», me dijo días atrás. «Hacen una función social increíble, sobre todo, en el mundo rural». Hasta que no vi aquel tuit, el de la señora, no entendí lo que intentaba explicarme. Hasta entonces, no me decidí a llamar.

La llamada era para hablar no tanto de la banca, ni de la economía, sino de los bancarios. Trabajadores de un sector que no tuvo buena prensa en la crisis del 2008, pero que ahora se ha convertido en esencial en un mundo de ertes y dudas. En un mundo separado por una brecha digital en el que que las grandes corporaciones apuestan por una banca electrónica que varias generaciones no entienden, por soluciones rentables... Y pagar pensiones con una oficina abierta en Acered no lo es. No lo era antes del Covid. Ahora aún menos.

«Estamos en un momento histórico y no nos podemos mover», dice José Manuel Herrando, director de la oficina de Caja Rural en Calatayud. Con más protecciones cada día, ellos no han parado desde que empezó la crisis. La semana pasada tocaba pago de pensiones, e intentaron llamar uno a uno, escalonar los clientes. «Esta oficina es muy grande y aquí viene gente muy mayor. Muchos no entienden el cajero y mucho menos la banca online. Pero estar aquí, con ellos y a su servicio, es nuestra misión». Y eso se aplica a Catalayud, pero también a otros pueblos que dependen de ellos, desde Miedes a Maluenda, Terrer o Acered donde, a veces, llevan el dinero en persona. «Vamos a demanda. Tengo algunos pueblos en los que los clientes llaman y van a llevarles el dinero, hasta a las propias casas Lo hacen mis compañeros Javi y Ana Rosa. Lo que hacen ellos sí es vertebrar el territorio».

A José Manuel se le nota que siente lo que hace. Es de Maella, vive en Cariñena y trabaja en Calatayud. «Soy de pueblo y les digo a mis compañeros que tenemos que estar, que pongan eso en valor». Ahora más. «Las grandes se están yendo. Es un problema de rentabilidad y de economía de escala. Quedamos las cajas. Nosotros o también Ibercaja. Y no hemos dejado ni un día de atender nuestras oficinas».

José Manuel teme lo que vendrá. Sabe que son una suerte de asesores en todo un proceso que nadie tiene claro. «Esto es una rueda y esta rueda se ha pinchado y se ha parado», explica. Pero, en eso que no pinta bien, quiere seguir al frente. «En la anterior crisis, nos vieron como los malos y este es nuestro momento para reivindicar nuestro papel y nuestra importancia y estar al lado de la gente. Tenemos que ayudarles como sea. Tenemos que conseguirlo. Si no, las consecuencias aún serán peores».

Como todos los que han seguido saliendo a trabajar, quienes están entre los esenciales por decreto, están preocupados. «Ahora es el momento de ayudar a la gente y de darle cariño, más a los mayores, que son los que han tirado del carro».

José Manuel lo sabe por toda su trayectoria (29 años) que ha pasado por varios sitios. Incluyendo Fuentes, donde coindició con Javier Arenere, que ahora es el responsable de la oficina de Bujaraloz. Allí cubren también Peñalba y La Almolda. Atienden a muchos pequeños empresarios de la agroindustria cuya rueda no puede parar. Han modificado horarios. Han hablado con los hijos de la gente mayor para que estos no vayan a la oficina. «Es que aquí conoces a casi todos. Entran por la puerta y sabes cómo se llaman».

Javier es de Fuentes, aunque sus padres descienden de Mora de Rubielos y vive en Quinto, donde «la colaboración entre vecinos está siendo impresionante». Y quizás, por eso, por su pasado, le llama la atención lo que ve ahora. Lo nuevo que para él ya era tradición. «Esto que ha ocurrido ahora en las ciudades, hablar de una ventana a otra, conocer al vecino, ya ocurre en los pueblos». Dice que el medio rural está en el adn de las cajas. Y en el suyo propio. «De aquí, no nos podemos marchar».