Día uno de la fase uno de un largo periplo que nos ha de conducir a la conocida como nueva normalidad. Zaragoza ya no es la misma que hace dos meses, pero también es muy diferente a como lucía el lunes pasado. Este lunes ha sido el primero en semanas en el que los zaragozanos han podido salir a la calle para disfrutar de terrazas y comercios que hasta ahora estaban cerrados. Y las ganas de salir se han hecho evidentes. Sin ir más lejos, el tráfico rodado era mucho mayor. Los coches, por suerte o por desgracia para la momentáneamente limpia atmósfera, ya ruedan en compañía. Eso sí, sus propietarios tienen que volver a familiarizarse con los tiempos de los parquímetros. Desde este lunes, las zonas azules y naranjas están reestablecidas.

Si uno hubiese permanecido en un profundo letargo desde el pasado mayo hasta ahora y apareciese ahora en la plaza Aragón seguramente tardaría en darse cuenta de que algo raro ha ocurrido, si no fuera por las mascarillas que tapan el rostro de la mayoría de la gente. Los tapabocas vendrían a ser el cartel de Coca Cola en Good Bye Lenin. Las aceras en el centro hoy no lucen más vacías que en primaveras anteriores. La calle está viva y paseando cuesta imaginarse que estas mismas avenidas llevan vacías dos meses. Pero eso sí, afinando un poco la vista y poniendo el ojo en los soportales del paseo de la Independencia se percibe otra diferencia con respecto a la época antes del virus (a.V.): los comercios. Muchos siguen cerrados y los que han abierto lo han hecho con restricciones de aforo y medidas de protección.

A las puertas de una tienda de cosméticos tres mujeres hacen fila. La dependienta sale y les explica que tardarán todavía un poco en abrir, que están preparando la tienda. Una de las mujeres es Begoña, que es la primera vez que ha vuelto al centro desde que se decretó el estado de alarma. “La última vez que vine los árboles estaban pelados. Ahora míralos, qué verdes están. Vengo a comprarme cremas y cosas que no he podido adquirir hasta ahora, pero me iré pronto a casa. Quiero estar el mínimo tiempo posible fuera”, explicaba.

Conforme uno va bajando hacia plaza España se da cuenta de los esfuerzos de los demás por mantener las distancias. Los regates que no se pueden hacer ahora en los estadios se hacen en las calles. Levantando la vista, a lo lejos, se vislumbran unas figuras extrañas. Son altas y están abiertas, como hongos gigantescos. Son sombrillas. Las terrazas están abiertas. Y también ocupadas.

Bajo uno de estos parasoles estaban sentadas dos amigas, Ángela y Mónica. Llevaban dos meses sin verse y confiesan que han llorado cuando se han encontrado. Una se tomaba un agua y la otra, una cerveza. “Sé que son las 11 de la mañana, pero me da igual. Me he pedido una caña directamente. Tenía muchísimas ganas”, comentaba. “La verdad que sí, que había ganas, pero yo soy un poco hipocondriaca y no estoy tranquila del todo”, confesaba su compañera. Ambas dos están sin trabajo. “Empecé a buscar justo en marzo. Te puedes imaginar”, decía la del agua. Entonces, el camarero viene y le pide a este reportero que no tarde en irse, que cuanta menos gente haya deambulando, mejor.

Muchos esperaban este día y los periodistas hoy estaban a la caza del mejor testimonio. Servidor se ha topado con más de un compañero realizando la misma labor pero para diferentes medios de comunicación y soportes. Las cámaras enfocan hoy a las terrazas. En otra de ellas, en la calle Candalija, otra mujer degustaba un café con hielo. “¿Pero tú sabes las ganas que tenía yo de tomarme un café al sol?”, aseguraba. Ella, de nombre Cristina, explicaba eso sí que le ha costado conseguir sitio. “He estado dando vueltas hasta que una señora me ha dejado una silla. Esto para el ánimo viene genial”, reía.

EL CONTRASTE

Pero la alegría de los que disfrutaban de las terrazas contrastaba con el pesimismo de otra parte de los que ayer volvieron a las calles: los comerciantes. «Lo veo muy negro», confesaba Ana Bosqued, propietaria de la tienda de souvenirs ¡Qué majico!, en la plaza del Pilar. Antes, el 80% de sus ventas eran a clientes de fuera de Zaragoza. «Ya me dirás qué hago yo ahora», se preguntaba. Ya ha perdido la Semana Santa y el puente de mayo, pero tiene la mira puesta en las fiestas del Pilar. «Y eso si no hay un rebrote. Si no hay pilares la tienda no llega a Navidad», confesaba apenada.

En la calle Alfonso otra comerciante hacía fotos a su escaparate, el de la tienda Arsènne Fitting. «Es para avisar a mis clientes en las redes de que ya hemos abierto y con todas las garantías. Había ganas de volver a trabajar, sí, pero la situación está siendo dura. Me esperaba menos gente en la calle, pero para remontar esta situación va a hacer falta mucho», aseguraba esta dependienta. Según la federación de comerciantes Ecos, ayer abrieron el 50% de los negocios que no podían hacerlo hasta ahora.

Natalia Aznar deposita una prenda en el cubo de la ropa que han de desinfectar.

TALLAS MÁS GRANDES

Las tiendas de ropa que han decidido abrir tienen que tomar muchas precauciones para cumplir con la normativa sanitaria. A pesar de ello, Natalia Aznar, encargada de la tienda Algo Bonito, en la calle Alfonso, asegura que la gente está «muy por la labor de colaborar». «Nuestro aforo es de cinco personas y ya lo hemos superado en dos ocasiones. La gente ha esperado en la puerta y no se queja», explicaba este lunes a mediodía.

En la puerta tienen un dispensador de gel hidroalcohólico y guantes para sus clientes. De sus seis probadores, solo tres pueden utilizarse. Además, la ropa que se prueba la gente pasa por un esmerado protocolo de desinfección. «La echamos a un cubo y la vaporizamos con desinfectante. Después la planchamos por dentro y por fuera y las ponemos en el almacén en cuarentena», explica Aznar.

Al haber estado cerrados durante la primavera han tenido que deshacerse de un 30% del estoc. «Hemos quitado todos los abrigos y las telas de lana. Ahora la gente busca manga corta y tallas más grandes porque han engordado durante el confinamiento», relata.