Un año después de que se decretara el primer confinamiento por el covid-19, las víctimas y sus familiares consideran que ha sido una lucha difícil contra un enemigo temible e imprevisible. Las posturas se reparten entre el rechazo a lo sucedido y la voluntad de pasar página. Algunos afectados muestran su dolor pero otros lo llevan por dentro. El denominador común de unos y otros es que el covid-19 ha sido un ataque inesperado que nos cogió desprevenidos.

Rosa Pilar Pérez perdió a su padre, Eloy Pérez Aguarón, el pasado 27 de abril, después de que ingresara con coronavirus el día 1 del mismo mes. También su madre tuvo que ser ingresada entonces, y sigue recuperándose de las secuelas. Rosa Pilar recuerda que el momento más duro fue decirle a su madre que su padre había fallecido, todo por videollamada.

«No pudimos ir a verlo, no pudimos despedirnos, y yo tampoco podía ver a mi madre. Aunque nuestra familia y amigos querían ayudar, estábamos en pleno confinamiento y nadie nos podía acompañar», rememora Rosa Pilar.

Su padre era trabajador del Servet y fue el segundo profesional de la salud fallecido a consecuencia del virus en Aragón, después del médico de Atención Primaria, José Luis San Martín. Eloy Pérez recibió el cariño de todos sus compañeros de profesión con dos homenajes, que se celebraron a las puertas del hospital Miguel Servet, a los que asistieron más de un centenar de personas. Eran los momentos de la pandemia en los que los sanitarios clamaban por poder trabajar con equipos de protección individual.

Un año después de que el virus impactara la vida de tantos aragoneses, Rosa Pilar considera que «quien no lo ha vivido de cerca, aún no sabe lo que es». «Quien se comporta de manera irresponsable es porque no lo ha vivido, porque no ha sufrido la angustia de esperar una sola llamada al día para saber cómo está tu familiar y sentir que no puedes hacer nada, solo esperar, y sentir una inmensa soledad e impotencia», reflexiona.

En su familia reconocen que el coronavirus es «una enfermedad de soledad». «Toda pérdida de un ser querido es dolorosa, pero si puedes estar con tu familiar y te puedes despedir de él, para los que nos quedamos aquí creo que es algo menos doloroso», explica. «La última vez que vi a mi padre fue el 14 de marzo. Desde el estado de alarma no lo pude ver y no me pude despedir. Y eso es algo que te cambia la vida», afirma. Por eso, ahora, un año después, llama a la población a «cumplir las medidas y vacunarse, porque hubo mucha gente que no tuvo la posibilidad de protegerse».

Javier Aguarón, de Calatorao, falleció el 6 de mayo a causa del coronavirus.

"Echo en falta a mi madre y a mi hermano"

Ana María Aguarón ha sufrido los efectos del coronavirus por partida doble. En cuestión de dos meses, en abril y mayo del año pasado perdió por culpa de la enfermedad a su madre, Gloria Garcés, de 93 años, y a su hermano Javier, de 67. Su progenitora falleció el 22 de abril del 2020 y su hermano el 6 de mayo.

«Los echo en falta todos los días», afirma Ana María. El dolor que le ha quedado de largos meses de calvario es «muy grande». Tanto que no puede conciliar el sueño y tiene que tomar medicamentos. «Mi hermano había ido a Asturias de vacaciones en marzo y, cuando volvió el día 14, al cabo de tres o cuatro días, empezó a sentirse mal y tenía fiebre», explica Ana María, que vive en la localidad de Aguarón.

Era al comienzo de la pandemia, cuando nadie sabía la que se venía encima, y Ana María pronto se vio desbordada, con un hermano sano hasta entonces y una madre que sufría de alzéimer y a la que llevaba a un centro de día.

«A mí no me hicieron PCR, no sabían ni lo que era», señala. Y con su hermano hubo titubeos, ya que al principio un médico, tras hacer varias pruebas y tomar radiografías, llamó para decirle que tenía «neumonía, no coronavirus». Fueron entonces a una clínica privada y allí tampoco acertaron con el diagnóstico. «No podías conseguir una prueba PCR ni pagando», subraya Ana María.

Hasta que un día, al ver que su hermano no cogía el teléfono, fue a su casa y se encontró con que «apenas podía respirar». Entonces fue cuando lo ingresaron en el hospital Clínico, donde ella dice que su estado se fue agravando. «Estuvo 41 días en la uci», dice.

Un día su madre empezó a toser y un grupo de sanitarios se presentó en su casa con equipos de protección. Empezó un periodo de ingresos en hospitales y de cuarentenas. Ninguno de los enfermos regresó ya a casa, ambos fallecieron en los centros donde eran atendidos. «Me sentí desatendida, sin saber si tenía la enfermedad o no, pero lo cierto es que entonces no se sabía nada todavía y los médicos tampoco te sacaban de dudas», explica.

"Al principio no sabías muy bien qué hacer"

Pedro G. perdió a su padre octogenario por culpa del coronavirus en abril del año pasado. Y desde entonces, no ha dejado ni un instante de preguntarse si alguien de su familia pudo cometer algún error en su casa de Zaragoza que llevara al virus al interior de la misma. Reconoce, no obstante, que al comienzo de la pandemia había mucho desconcierto y no se sabía muy bien cómo actuar para evitar riesgos. «Al comienzo de todo no sabías muy bien qué hacer».

«Mi padre estaba bien de salud, con los típicos achaques de un hombre de 85 años, pero nada grave en realidad», subraya Pedro. «Desde el primer día seguimos a rajatabla todas las medidas frente al coronavirus», explica.

Su mujer, los niños y él se ponían mascarilla incluso en el domicilio y, además, se cambiaban de ropa y de calzado nada más volver de la calle. «Incluso frotábamos con una disolución de alcohol todos los artículos que comprábamos para la comida diaria», precisa. Otra precaución, extraída de los consejos que se difundían por aquellas fechas en todos los medios de comunicación, era «dejar todo lo nuevo que entraba en casa apartado, como en cuarentena, como una forma de control», agrega.

Ello no impidió que su progenitor enfermara a finales de marzo, con unos síntomas que «al principio los médicos no sabían muy bien a qué atribuir porque no eran exactamente los del covid-19».

La cuestión es que se agravó el estado su padre y fue hospitalizarlo en el Miguel Servet, donde vivió varios episodios en los que se alternaban rachas de mejoría con otras de empeoramiento de la salud.

Finalmente, ya en abril, falleció y, llegada la hora del funeral y el entierro, Pedro G. relata que, debido a las restricciones impuestas, fue un acto «frío» al que no asistió, con todas las precauciones del mundo, más que el núcleo familiar más cercano.