El confinamiento es una prueba a superar juntos mientras dure el estado de alarma. Algunos aragoneses lo pasan solos, hay quienes lo hacen con amigos y otros en familia. La de Abby Triguero y Jaime Galindo junto a sus seis hijos es una de las muchas familias numerosas en Aragón que han adaptado su día a día a una rutina en casa.

Para hacer más fáciles estos días, su familia ha adoptado un horario, adaptado tanto a los mayores como a los más pequeños de la casa. «Nuestro confinamiento está siendo bastante llevadero. Tenemos un horario establecido que yo creo que ayuda a que los días pasen ligeros», comenta Triguero. Los padres son los más madrugadores, se levantan pronto para comenzar su jornada laboral, ya que ambos teletrabajan, él en el departamento de recursos humanos de una empresa encargada de la recogida de residuos sanitarios y ella es maestra y envía vídeos didácticos y tareas a sus alumnos.

Sus hijos, de entre 7 y 18 años, se despiertan más tarde y cada día, después de desayunar, organizan su habitación, siguen sus clases online y realizan las tareas. «Como no hay ordenadores para todos, nos marcamos horarios de uso. Hay disputas cuando mis dos hijas tienen clase al mismo tiempo... ¿Para quién el ordenador? Pues para la mayor, que está en Bachillerato. La pequeña lo entiende, pero no le gusta nada», explica. En este hogar zaragozano de ocho integrantes, el ruido suele brillar por su ausencia, algo que se manifiesta durante el confinamiento. Abby apunta que «el trabajo de mi marido consiste en muchas llamadas telefónicas, y a veces se enfada porque no hay todo el silencio que a él le gustaría».

La jornada continúa después de comer, todos ayudan a recoger la cocina y disfrutan de dos horas para jugar, por ejemplo, a la play, o los más mayores, Jaime de 18 años y María de 17, con las redes sociales. Un respiro en el que la maestra aprovecha para corregir los trabajos de sus alumnos.

Nuevas costumbres

Después de la merienda, la familia se divierte con juegos de mesa o cartas, hasta las 19.30 horas, cuando rezan juntos un rosario. «Esto nunca lo habíamos hecho antes, pero es algo que ha salido espontáneo», añade. Otras de las costumbres de su confinamiento es acudir al multitudinario aplauso diario de las ocho de la tarde. También jugar un torneo de guiñote entre los padres y los cuatro hijos mayores, Jaime, María, Álvaro (14 años) y Nacho (13), mientras los más pequeños, Ana de 10 años y Javi de 7, ven la televisión. Tras la cena, los cuatro más pequeños se van a dormir y los más mayores de la casa aprovechan para ver una serie. La convivencia de la familia no ha cambiado, «siempre hemos hecho muchas cosas juntos», aseguran.

Aunque haya roces y peleas, como en todas las casas, disfrutan de momentos de muchas risas. Y han incluido a sus fines de semana una gymkana. «Hacemos un juego de pruebas por equipos. Para esto, que mi marido y yo hayamos sido monitores de campamento en nuestra juventud, nos viene muy bien», explica. No cabe duda de que el confinamiento aporta momentos buenos y une en mayor medida a los que lo viven juntos. En esta familia numerosa ha servido para que los mayores se involucren mucho más en los juegos. Según su madre, «en la vida normal, ellos estudian, van al colegio o universidad y en su tiempo de ocio, salen o se encierran en su cuarto con el móvil. Están poco tiempo con sus hermanos pequeños, ahora se han volcado totalmente en participar de todo lo que hacemos».

Aunque adaptarse a quedarse en casa cuesta esfuerzo, por ejemplo, a la hora de la ducha. «Como no salen de casa, no entienden que tengan que cambiarse de ropa y ducharse todos los días. En eso tenemos que luchar cada día. Es lo que más pereza les da a los cuatro pequeños», cuenta. Además, a Javi, le cuesta más hacerse a la idea, «porque no acaba de entender que no estamos de vacaciones. Él ve que no hay colegio y le cuesta mucho centrarse y hacer las tareas como hacen los demás», detalla su madre.

Los Galindo Triguero también han tenido que adaptar la compra a hacerla un único día. El padre, Jaime, va una vez a la semana y hace una compra muy grande, lo que requiere un esfuerzo de planificación, «porque nunca hemos sido tan organizados, antes íbamos varias veces a la semana».

La pandemia de coronavirus también ha forzado a modificar la celebración del 50 cumpleaños del padre de la familia. «El próximo 29 de abril mi marido cumple 50 años y teníamos, mis hijos y yo, montada una súper fiesta con sus mejores amigos en un local y le habíamos comprado entradas para ver a los Old Blacks de Nueva Zelanda, que venían en mayo a jugar al estadio Wanda de Madrid», comenta Triguero. Unos planes que se sustituirán por un festejo en casa, pero que contará con la misma ilusión, «celebrándolo por todo lo alto».