Hace días que tengo una llamada pendiente. Este teléfono, como usuaria, me lo sé de memoria. Tanto, que mi interlocutora reconoce mi voz. «Por una vez no vas corriendo de un lado a otro», me dice. He hablado mil veces con ella pero, por primera vez, le pregunto su nombre. Se llama Elena Abuelo y me va a pasar con Víctor Manuel Sebastián, delegado del Radiotaxi 75 en la Cooperativa de Taxis y uno de los profesionales que siguen al pie del cañón (que lo han hecho desde el principio). Antes de hacerlo, Elena me da su propio testimonio desde la centralita. «Es una llamada de pena tras otra y mira que yo soy un loro, ya lo sabes, pero ya no tengo ganas ni de hablar a veces», explica. Ella siempre tiene una sonrisa telefónica, hasta para los que van con prisa. Como es optimista, intenta ver el lado bueno. «Cuando vengo a trabajar y veo esas calles vacías imagino que es como cuando vas a trabajar en Nochebuena, que a veces también nos toca».

Vïctor Manuel Sebastián es uno de los que recorre esas calles vacías. De las 1.700 licencias, quedan unos 1.000 profesionales activos. Unos 250 salen cada día para dar servicio, aunque hay «compañeros que viven con sus padres y con gente mayor y no se la quieren jugar y también es normal». Los que quedan es «porque queremos dar servicio, aunque ni llega para pagar autónomos. Por compromiso».

Y en ese sentimiento hay muchos. «Lo hacemos por la ciudad y estoy orgulloso de mi gente. Da gusto dar la cara por ellos porque, aunque tengan miedo, saben que somos necesarios y debemos estar». La frase me resulta familiar. Quizás porque, sea del gremio que sean, todos los que están ahí, en primera fila, han repetido esas mismas variables estos días y en esta misma página: compromiso, orgullo... Y miedo. Todos los valientes lo tienen.

Estos 1.700 autónomos ya piensan en la crisis que les viene encima. Pero, pese a todo, han sumado a su trabajo una parte solidaria. Todos los servicios que se hacen para llevar material o recoger mascarillas no se cobran hace tiempo. «Ver a toda esa gente colaborando, te hace recobrar la confianza en los demás. A nosotros también nos han donado mascarillas».

Han mantenido la tarifa reducida para el resto. Y ese único euro que pagan los mayores de 65, y que ahora completa con algo más el ayuntamiento (hasta llegar a 3,80 euros). El resto del viaje lo ponen los propios profesionales. «La mayoría de esos desplazamientos son a hospitales, a farmacias... Para gente que lo está pasando mal».

Víctor aún saca de humor para reconocer que ahora se conduce bien por la ciudad. Ya no se pueden quejar del carril bici. «Si fuera por otros motivos, está encantado». Si fuera por otros motivos, podría aprovechar las calles vacías para poder ir a ver a su madre o a su abuelas, a las que ni se acerca para protegerlas. Se nota que piensa mucho en ellas. A Víctor le cambia el tono y el hilo de la conversación. «98 años tiene mi abuela y no veas qué cabeza. ¿Ves? Si fuéramos los jóvenes los que estuviéramos en peligro, los mayores no nos dejarían atrás». La frase me hace reflexionar. Y tiene razón. Eso es lo que ocurrió en la crisis del 2008. «Por ellos, ahora tenemos que darlo todo.