"No queremos negociar nada". Subido a una camioneta, con el rostro desencajado y varias ocasiones cubriéndose la boca con la mano ante una tos imprevista, el presidente Jair Bolsonaro decidió desafiar en las calles de Brasilia los mismos protocolos básicos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) ante el avance del covid-19. El capitán retirado apoyó esta vez a centenares de personas que reclamaban frente al Cuartel General del Ejército una intervención militar y el cierre del Congreso. "Ustedes tienen la obligación de luchar por su país. Cuenten con su presidente para hacer todo lo que sea necesario para que podamos mantener la democracia". Los grupúsculos de ultraderecha le piden que tome medidas similares al AI-5 (Acta Institucional número 5) que aplicó la dictadura militar en 1968 para cerrar el Congreso y suprimir garantías constitucionales.

Si las decisiones de aquel régimen estaban atravesadas por la lógica de la Guerra Fría en los años sesenta, la batalla que libra Bolsonaro es con los gobernadores estaduales y legisladores que defienden las medidas de cuarentena para contener la propagación de un coronavirus que ya provocó 2462 muertes y 38.654 contagios. Sin embargo, un nuevo estudio académico sobre el alcance de la infección realizado a unas 4200 personas llegó a la conclusión que la cantidad de personas infectadas en todo el país es al menos siete veces mayor que la registrada oficialmente. En Sao Paulo comenzaron a utilizarse excavadoras para abrir fosas en el mayor cementerio de la ciudad. Además de ser el corazón industrial de Brasil, la región es el epicentro de la pandemia: ahí se han registrado como mínimo 1015 muertos y 14.267 infecciones.

La protesta de los bolsonaristas se llevó a cabo nada menos que el Día del Ejército y en un momento político que, según el diario paulista Folha, los uniformados parecen haber aceptado ser "secuestrados" por el presidente. El capitán retirado es partidario de un retorno inmediato a la normalidad económica, convencido que el covid-19, al que calificó de "gripecita", es un problema menor que la paralización productiva. Las personas, advirtió, "se morirán de hambre" si no abren las fábricas y negocios. La ofensiva de Bolsonaro comenzó días atrás con el desplazamiento de su ministro de Salud, el pediatra Luiz Henrique Mandetta, quien defendía la cuarententa, y su reemplazo por el presidente Nelson Teich, un oncólogo que viene del mundo de la medicina privada y solicitó al menos dos semanas para entender el funcionamiento del sistema sanitario público mientras avanza la pandemia.

Las reacciones

"Todo el mundo está unido contra el coronavirus. En Brasil, tenemos que luchar contra la corona y el virus del autoritarismo. Es más trabajo, pero ganaremos", dijo el presidente de la cámara de Diputados, Rodrigo Maia, hasta hace muy poco aliado de Bolsonaro. "En nombre de la Cámara de Diputados, repudio todos y cada uno de los actos que defienden la dictadura, socavando la Constitución. No tenemos tiempo que perder con la retórica golpista. Es urgente continuar ayudando a los más pobres, los enfermos que esperan tratamiento en las UCI y trabajan para mantener sus trabajos". Según Maia, alentar la "ruptura democrática" en medio de las muertes por el covid-19 es de "una crueldad imperdonable".

Veinte gobernadores estaduales respaldaron el domingo por la noche a Maia y al presidente del Senado, Davi Alcolumbre. "La salud y la vida del pueblo brasileño deben estar muy por encima de los intereses políticos, especialmente en este momento de crisis". El Tribunal Supremo no es ajeno a los ataques de la ultraderecha y por eso uno de sus integrantes, Marco Aurélio Mello, habló en nombre de todos los ministros. "Tiempos extraños! No hay lugar para el retroceso. La visión totalitaria merece el mayor rechazo. Inoportunos nostálgicos: las instituciones están trabajando", dijo. "El presidente, como advirtió el magistrado supremo Gilmar Mendes, no puede adoptar una política genocida. Pero eso es exactamente lo que ha estado proponiendo, en los últimos días, con una frecuencia desconcertante. ¿Quién y cuándo lo frenará? ", se preguntó la revista Istoé en su editorial.