Si esto fuera Madrid o Barcelona, me lo pensaría, pero como es un pueblo pequeño, y además estamos en la playa, no veo motivo de preocupación. Después de 43 días desiertas, las playas de Marbella, Mijas, Málaga o Cádiz han vuelto a convertirse en el campo de juego de decenas de niños. Sin embargo, la alegría de los más pequeños por embadurnarse en arena y de sus padres por darles un rato de aire libre contrasta con la preocupación de otros progenitores, que han preferido quedarse sólo en la calle y dejar la orilla de mar para los siguientes días por el temor a aglomeraciones masivas tras semanas de confinamiento. O incluso, no salir.

Es mediodía, y los niños en las playas del centro de Marbella, la primera en anunciar que las abriría para paseos de los más pequeños de la casa, se cuentan con los dedos de una mano. Ángela se afana por impedir que la más pequeña de sus dos hijas, de 3 y 2 años, prosiga su aperitivo de tierra. Ambas han llevado razonablemente bien las largas jornadas de encierro y, por su edad, ninguna lleva mascarilla u otros elementos de protección. La mayor, no sé dónde habrá oído esa palabra, me ha dicho esta mañana qué emoción, vamos a la calle!.

Mejor playa que parque

En su caso, viviendo a escasos metros del paseo marítimo y la playa del Faro, tenían clara la elección para este primer día de escape. No he tenido miedo, después de tantos días necesitaban actividad al aire libre porque son niñas muy activas, y prefería la playa a un parque, aquí sé que es más fácil guardar las distancias de seguridad, señala. Un planteamiento que comparte con el de su única compañera de playa, Carina, que a una decena de metros observa divertida a sus dos hijos, Benjamín (9) y Lourdes (5) corretear junto a la orilla para espantar gaviotas o mojarse los pies. No obstante, Ángela explica que en sus grupos de mensajería con otros padres del colegio eran muchos los que decidían no salir, porque entienden que aún es muy pronto y hay cierto riesgo. Una preocupación que, en cierta medida, han logrado transmitirle, porque reconoce que igual se lo hubiera pensado mucho de vivir en una gran ciudad, donde las salidas serán masivas.

En otra punta, Marta (7) construye castillos de arena con su madre, María. Desafiando al viento, ambas han aprovechado la mañana para hacer la ronda completa: visita a la abuela y paseo por la playa para recoger conchas, una de sus aficiones favoritas. La he saludado desde el balcón, que estos días solo la he visto por videollamadas, explica, señalando con soltura que necesitaba salir a la calle. Me sentía como un pajarillo en una jaula, razona la cría. El momento de tensión se produce al encontrarse con una de sus compañeras de clase, Valentina, en el recorrido. A ambas les sale de forma espontánea el gesto de ir hacia la otra para abrazarla, ante las caras de pavor de sus padres. Ha sido lo peor del día, no poder abrazarla, cuenta después Valentina.

Apercibimientos policiales

Las playas más céntricas de la ciudad corresponden a segundas residencias y viviendas de personas mayores, de ahí que no presenten tanta concentración de niños a lo largo de la mañana. Cuando salimos a aplaudir por la tarde, somos apenas una decena de vecinos, señala Ángela. A medida que el paseo marítimo se aleja del centro y se acerca a los barrios más populosos, la cosa se anima, y se ven ya los primeros minipartidos de fútbol y aviones de cartón volando. También algunos apercibimientos de la Policía Local para obligar a guardar los metros mínimos de protección.

De nuevo, los padres explican que pensaron que la orilla sería el lugar idóneo para evitar concentraciones más multitudinarias. Y de paso, darles algo de espacio a los niños. Charo se esfuerza por parar los disparos a puerta de Diego (10) y Rafa (7) mientras comenta que muchos padres de mi colegio han comentado que no iban a salir, que tenían recomendaciones de que no lo hicieran porque aún era muy pronto. Pero yo tengo terraza ni balcón, y vivimos cuatro en 60 metros cuadrados, no me quedaba otra y la playa era lo más seguro, justifica.