Miguel Bernardos fue deportista y entrenador de remo durante años. Aunque ahora se dedique a otras cosas, se nota que el deporte le dejó grandes lecciones. «Debemos remar a una; es la única manera de salir adelante», me dice. Ahora, preside la Asociación de Visitadores Médicos de Zaragoza, que lleva a cabo una iniciativa pionera. Una iniciativa que no tiene ni una mísera nota de prensa que le haga honores. Me entero de ella por Sergio Moros, visitador y amigo mío del colegio: «se trata de llevar fármacos hospitalarios a las casas, para proteger a los pacientes más vulnerables».

Es lo que ocurre en esta crisis. El márketing ha quedado en un segundo plano. Pero el mejor márketing, a su vez, es el de la gente poniendo el corazón en cada movimiento. Porque así fue como surgió esta idea que es particular de Zaragoza. Por mucho que diga Miguel que no es cuestión de presumir ahora. Una idea que, como todas las buenas, surgió de forma natural. «Este proyecto no es mío. Fue cosa de Dimas Repollés, otro visitador, y del servicio de Farmacia del Clínico». Lo digo, Miguel. El autor es Dimas. Pero, después, otros setenta personas se han apuntado al servicio.

Se trata de llevar medicamentos hospitalarios a determinados pacientes crónicos --que, generalmente, están inmunodeprimidos-- a domicilio. Medicamentos que se ingieren por boca y también se prescriben inyectados. La idea comenzó entre Dimas y el servicio de Farmacia del Clínico. Los visitadores recogían a un ATS, y hacían una ruta por los lugares en los que hiciera falta. Casa por casa. En todo el sector que dependía del hospital Clínico. Después, se amplió a las zonas dependientes del hospital Miguel Servet y el Royo Villanova.

Y el servicio de visitadores voluntarios de la asociación del gemio acabó contando con 70 personas que hoy coordinan el propio Dimas y Sergio Pueyo. Hacen turnos. Se organizan, entre el teletrabajo, las familias y los ERTE, esa lacra que ya conocemos muchos y a la que muchos de ellos están sometidos. «Para qué quedarte en casa, cuando puedes ayudar».

Además, los visitadores están acostumbrados a hacer kilómetros. Y, por eso, sus ruta solidarias, con un ATS detrás, van desde el Actur a Sos del Rey Católico. Donde haga falta. La gasolina, de momento, la paga cada uno de su bolsillo, a falta de que los laboratorios se pronuncien todos a una.

«Si cada uno pudiéramos echar un granito de arena en solucionar este problema, haríamos más», explica Miguel cuando le pregunto por qué se enrolaron en esta aventura. «Tenemos que estar en casa, pero no tenemos que escondernos».

Miguel dice que da gusto cuando va a los pueblos. «Antes, la gente no sabía que hacíamos los representantes de los laboratorios en los centros de salud y ahora volvemos siempre con magdalenas». Pero, más allá de esa delicia casera, que no es lo de menos, todo esto empezó por los sanitarios. «Llevo 36 años de visitador, así que muchos médicos son amigos, son tu gente... Y ahora, les faltan medios, les notas el tono de voz». Son héroes. Y su gente, gente como Miguel, Dimas y Sergio han decidido que serán su retaguardia. «Estoy muy orgulloso de ellos».