Mucho se ha escrito sobre las relaciones fronterizas entre Huesca y Lérida, perfectamente ejemplificadas en las comarcas del Bajo Cinca y el Segriá. Ahora, los dos territorios están en el punto de mira de rebrote del coronavirus, pero con diferentes recetas para contener su expansión. En Aragón se ha optado por un laxo regreso a una fase dos, aunque de una forma indeterminada y con pocos recursos para garantizar su cumplimiento. En Cataluña han colocado patrullas de los Mossos d’Esquadra en las carreteras de acceso y el confinamiento es estricto en todos los aspectos sociales (excepto en el laboral). Una disparidad de criterios que no acaba de convencer a casi nadie. «Los políticos solo están pensando en qué van a decir en la tele», afirma el administrador de los talleres Autorrapid, Jaume del Palacio (en el polígono Polinasa en la parta catalana).

A pie de calle, las conversaciones sobre la tasa de contagios se mezclan con las críticas a la falta de unidad entre administraciones. Se reclama que la unidad histórica pese más que la diferenciación administrativa. «Posiblemente todo el entorno se hubiera ahorrado problemas actuando a la par hace quince días», asegura el propietario del hostal Oasis, José Luis Sánchez en el barrio Litera de Fraga. Casi sobre la línea con Cataluña. «Es normal que la gente esté inquieta, todo está siendo un lío», lamenta.

La crisis del coronavirus ha obligado a la empresa Rigual a multiplicar su producción de vehículos para la desinfección y el baldeo de espacios públicos. Los ayuntamientos y las empresas concesionarias se han visto obligadas a reforzar sus flotas y gracias a eso han podido mantenter durante toda la cuarentena la actividad laboral de sus 115 empleados. Ellos tienen las plantas en Fraga, pero llegan desde toda la zona. «Viviremos esta situación cambiante hasta que se encuentre una vacuna», asume el gestor de proyectos, Miguel Luis Lapeña.

Ante los distintos raseros para juzgar la realidad en ambas provincias solicita «prudencia» y señala que las dos consejerías de salud toman «las decisiones que consideran oportunas» para atender a las necesidades del momento. Además, destaca que entre los ciudadanos de Fraga está primando «el sentido común», limitando sus movimientos para evitar la expansión del covid-19. Los flujos ciudadanos relacionados con el ocio y las compras están ahora completamente trastocados.

Sobre la barra de la cafetería Lo celler de ca L’Hereu de Alcarrás han dejado una sulfatadora portátil. Es la que usaban para desinfectar el local antes de que se decretara la vuelta atrás. Ahora han perdido numerosas reservas, incluso para un cumpleaños que se esperaba numeroso. «Como mis suegros son se Fraga se van a quedar una temporada sin ver a sus nietos, pero todo se habría evitado volviendo con calma a la fase dos», lamenta la propietaria del negocio, Mónica Seró. Gran parte de sus clientes eran trabajadores de la fruta que desde el fin de semana no han vuelto, pues se ha multiplicado la vigilancia, incluso por los caminos.

Sanidad

El problema por la falta de un criterio único se extiende al resto de los empresarios y comerciantes de las comarcas altoaragonesas que son colindantes con Lérida (también el Cinca Medio, La Litera y el Bajo Aragón). Los cuatro territorios están entrelazados laboral y económicamente pero también en el plano social e incluso sanitario ya que el hospital Arnau de Vilanova de la capital leridana es de referencia para un importante número de aragoneses. La recomendación es no acudir al centro y tener como referencia Barbastro (a más de una hora de camino).

«Lo vimos ya como algo natural dentro de la anormalidad que hay», asegura Jesús Burrell, un empresario de Binéfar que tiene radicada la sede de su compañía en Lérida, en el polígono industrial de Torrafarrera.

Vive en sus propias carnes la esquizofrenia de la situación. Aunque considera prudente mantener la calma. «Todavía no nos ha dado tiempo a asimilarlo, pero el confinamiento no afecta a la movilidad por razones laborales, con que esperamos seguir trabajando con normalidad», manifiesta. Con todo, reconoce que tanto en La Litera, que ya retrocedió hace dos semanas a la fase dos de desescalada, como en el Segriá «hay una gran inquietud» por todo lo ocurrido.

Las calles de Miralsot están prácticamente desiertas en las horas de más calor. Gran parte de sus vecinos trabaja en la fruta. «En el caso de urgencia no existe un problema real con los hospitales, a veces prima la desinformación y el sensacionalismo», precisa la sanitaria que está al frente del botiquín farmacéutico de esta pedanía de Fraga, Erika Casas.

Pese a todo, con la experiencia del trabajo en estos días reconoce que el temor ente los dos centenares de vecinos ha regresado. «El brote de Zaidín es muy cercano y todo el mundo tiene familiares o amigos», explica. La venta de mascarillas y geles se ha disparado, por lo que defiende la voluntad de los vecino en impedir el brote. Algo que también sucede con los fruticultores. «Les están culpando de muchas cosas cuando tienen que hacer frente a un incremento de costes que nadie les va a reconocer», defiende.

Mientras tanto, la actividad no se detiene. Los melocotones han vuelto a La espesa, en Zaidín. En esta empresa se detectaron los primeros casos del rebrote que ha puesto en alerta a todo el territorio. Regresan, pero eso sí, con numerosas restricciones, algo que critican desde la propia empresa, pues dudan de la necesidad de trabajar así. «Es como si al Zara le dejaran abrir para vender solo una camiseta», afirma una fuente cercana a la empresa.