El Gobierno de España decretó el estado de alarma el 15 de marzo y es muy probable que se prolongue hasta el 26 de abril. Los días de confinamiento empiezan a hacerse pesados y la situación de cada uno varía notablemente. Aquellos con terraza o perro se han convertido en la envidia de sus vecinos y muchos sufren cambios en su estado de ánimo propios del encierro. En EL PERIÓDICO charlamos con un soltero que vive solo, una familia monomarental y otra numerosa para que nos cuenten cómo están viviendo la crisis sanitario y cómo logran distraerse en sus casas. No es lo mismo llevar tres semanas encerrado en un piso de 60 metros cuadrados sin la compañía física de otras persona, que tener que lidiar con dos pequeños traviesos o que convivir con varias personas.

SOLO DURANTE EL CONFINAMIENTO: "Lo primero que haré será ver a mis padres y a mis amigos”

Cuenta por semanas el confinamiento, se hace menos duro que sumar a diario las largas jornadas de encierro. Jorge Ruíz vive solo en su piso de El Gancho, en Zaragoza, y habla todas las mañanas con su vecino del edificio de enfrente, David. La distancia entre sus balcones es escasa, tanto que le ha cedido su wifi «para que pueda responder a los mails del trabajo, qué menos».

Lleva encerrado en casa desde que se decretó el estado de alarma y después de que la empresa en la que trabaja aprobase un ERTE hasta que la tormenta pase. Se distrae como puede. Todos los días a las 12.30 horas y a las 18.30 se conecta al canal de un entrenador personal para mantenerse en forma.

«Lo mejor de estar solo es no tener horarios y lo malo que no tiene contacto real»

Tira mucho de películas y series para matar el rato y le ha dado por hacer croquetas que, por cierto, ha suministrado a David a cambió de su tiramisú en algún que otro encuentro exprés entre portales. «Entre las 8 de la tarde y las 10 noche me suelo aburrir porque no se qué hacer. Es tarde para merendar, pronto para cenar, tampoco es hora de ponerse una película. Se me hace siempre muy largo», comenta desde el sofá de su casa, a través de una llamada de Skype. «Antes nunca encendía el ordenador y ahora lo tengo todo el día. Hago muchas videollamadas para estar en contacto con mis padres y mis amigos». De hecho, todos los días asiste a un «café-skype».

Admite que estar solo tiene sus ventajas, como no tener horarios. «Hago las cosas cuando quiero y me apetece». Pero no tener contacto real con nadie se hace duro. «La única persona con la que hablo cara a cara es con la cajera del supermercado», admite entre risas. Como todos, piensa en el día en el que el Gobierno levante el estado de alarma. «Iré a ver a mis padres y después me iré de cañas a mi bar de confianza con mis amigos. Necesito socializarme, estar con gente». Estas ganas no quitan para que sea consciente de que tendrá que seguir tomando precauciones. «El primer día se que a mis padres no puedo contagiarles nada porque llevo encerrado tres semanas, pero cuando vuelva a trabajar, de cara al público, seguiré tendiendo cuidad».

FAMILIA NUMEROSA: "Aunque lo permitieran no me atrevería a sacar a los niños a a calle"

Que cinco personas convivan sin problemas en una casa no es tarea fácil. Pero se convierte casi en un reto si, encima, no puedes salir de casa. Silvia Fernández tiene 34 años y comparte su hogar con su pareja y con tres niños: la mayor tiene 11, el mediano 4 y la pequeña cinco meses. «Sorprendentemente lo estamos llevando muy bien. Me esperaba que tuvieran más berrinches o que tuvieran peor genio, pero la verdad que todo está funcionando bien», explica Fernández.

Viven en Huesca, en un piso que tiene una pequeña terraza de 2 metros de largo por medio de ancho. Su vida, como la de todos los españoles, se ha paralizado durante este mes, pero a esta familia les ha afectado de forma especial: se iban a casar este mes de abril. «Lo hemos aplazado, claro. Después de todo el trabajo es una faena, pero lo celebraremos cuando toque y con más ganas», cuenta feliz. Su futuro marido sigue trabajando, ya que pertenece a un sector de los considerados esenciales. Él es el que hace la compra aprovechando las salidas, para minimizar los riesgos. «Hace la compra una vez a la semana y el pan me lo trae una vecina», explica la mujer.

«Nuestra boda era en abril. Ahora lo celebraremos con más ganas»

La hija mayor es de una pareja anterior del padre, y al tener custodia compartida pasa una semana en cada uno de los hogares, por lo que «aunque va de garaje a garaje, se airea un poco». Con los pequeños la cosa es diferente, sobre todo con el mediano. «Al principio le contamos lo que pasaba. Le dijimos que había un bichito y que no podía ir al cole. Lo entiende, pero sí que nos dice que echa mucho de menos a sus profesoras y a sus amiguitos», asume.

No recuerda ya el número exacto de tartas, bizcochos y magdalenas que han llegado a hacer durante estos días, y explica que la clave está en organizarse la rutina. «Los peques por la mañana hacen sus deberes, y las tardes las pasamos en familia jugando». Sobre la petición del presidente autonómico, Javier Lambán, de dejar salir a los niños a la calle, se muestra contrariada. «Llevamos sin salir desde el día 13, y no me arriesgaría a sacarlos a la calle ahora», asegura.

Durante el confinamiento los gastos de esta familia se están manteniendo «al mismo nivel que siempre». Lo que ahorran en ocio y «en salir a tomar algo» lo gastan en agua y luz. Y como no, esta familia también tira de videollamadas para contactar con sus familiares. «Estamos deseando verlos. Ahora, el mejor rato del día son las ocho de la tarde. Los peques están todos los días deseando que llegue el momento para salir a aplaudir», concluye la mujer.

Laura tiene que ir a comprar con sus hijos y se siente juzgada. CHUS MARCHADOR

FAMILIA MONOPARENTAL: "Me juzgan porque tengo que ir con mis hijos a comprar”

Laura Pérez tiene que ir a comprar con sus dos hijos. No le queda otra, es una de las tantas familias monomarentales de Zaragoza que se apaña cómo puede durante el confinamiento. «Si bajo a comprar algo rápido y sé que voy a perder diez minutos los dejo en casa, pero si es más rato tengo que llevármelos», explica. Sus hijos tienen cinco y siete años y «empiezan a subirse por las paredes, cada vez se le ocurren más trastadas».

Para ellos el mejor momento de la semana es el día que hay que ir al súper. «Les encanta pero yo me siento juzgada por la gente porque se piensan que estamos de paseo, pero es que yo no tengo otra alternativa», explica. «Saben que no pueden tocar nada. No tengo mascarillas ni guantes y les pongo una bufanda y van con las manos metidas en los bolsillos todo el rato», explica.

«Cuando sale el sol quieren asomarse a la ventana para que les de el aire»

Intenta mantener las rutinas de los pequeños. Por las mañanas desayunan sobre las 8.30 horas - «he conseguido que no se despierten a las 7»- y ven los dibujos un rato hasta que llega la hora de tortura: la de los deberes. «Todos los días hacen ejercicios aunque me cuesta centrarlos porque se creen que están en un fin de semana eterno o de vacaciones y quieren pasarse el día entero jugando». Laura también monta clases de gimnasia e incluso de informática en casa. «Intento seguir el calendario que tenían en el colegio», apunta, aunque admite que ahora utilizan más el móvil y el ordenador de lo normal.

Con tanta actividad tiene poco tiempo para aburrirse. «Como son dos se distraen entre ellos. Cuando no se le ocurre la trastada al uno se le ocurre al otro». Y así pasan los días. Aún así, tiene la casa «como los chorros del oro», bromea. «Lo que suelo hacer durante las vacaciones lo estoy haciendo ahora», explica por teléfono desde su casa, donde teletrabaja aunque es una de las tantas afectadas por un ERTE.

«Cuando se ponen a ver una película aprovecho para tener un rato para mí o trabajar. Lo llevo bien aunque admito que había dejado de fumar y he vuelto. No era el mejor momento para intentarlo», confiesa entre risas. Comparte la propuesta de Lambán de dejar que los niños salgan a la calle 15 minutos al día «ellos me piden salir, necesitan que les de un poco el aire».