El confinamiento ordenado por el coronavirus deja estampas desconocidas en las grandes ciudades, pero las medianas y los pueblos también están arrastran sus propios dilemas. Paradójicamente, la crisis sanitaria está sirviendo incluso para mejorar los servicios en un puñado de ellos, pero por lo general, sobreviven, como todo el mundo. El fin de semana, algunas localidades oscenses tuvieron su propia crisis dentro de la crisis, por turistas irresponsables o despistados que se acercaron a algunas de ellas. Pero entre la Guardia Civil y la falta de oferta hostelera, el problema se está solucionando por sí mismo.

El caso más célebre fue el de Alquézar, convertido en viral con el vídeo de una vecina reprendiendo a un grupo de visitantes que paseaban por la localidad, cuando la población, con gente mayor, estaba recluida. Unas imágenes que han circulado por redes e informativos nacionales, y que han servido, para el alcalde de la localidad oscense, Mariano Altemir, para poner de relieve la “actitud insolidaria” de los visitantes, en este caso un grupo de canarios. “Creo que vino bien que se difundiera, aquí y en toda España”.

Alquézar, destaca, se adelantó un día a las restricciones impuestas por el Gobierno central, y de hecho el sábado ya tenían todo el comercio y los alojamientos turísticos cerrados. “Solo tenemos la tienda y la panadería, que abre cuando llaman”, explica. Pese al atractivo de la localidad, uno de los 30 pueblos bonitos de España, el propio consistorio ya intentó afearla, apagando las luces de los monumentos, y entre eso y la Guardia Civil, que se colocó a la entrada de la población para disuadir a los visitantes, se ha logrado el obligado aislamiento.

En el municipio, como en tantos otros, se están apoyando en el servicio comarcal para atender a los más vulnerables. El resto de la población, lo lleva como puede. “Al menos aquí tenemos un pueblo bonito y un parque natural del que disfrutar, aunque sea por la ventana”, se consuela Altemir.

Aínsa

Muy similar es la situación en otra localidad oscense, Aínsa, donde el pasado domingo aún quedaba “algún francés despistado”, visitando la localidad, ya que al país vecino todavía no habían implantado medidas de aislamiento. “Como estaba todo cerrado, tampoco podían hacer nada y se fueron yendo”, explica el alcalde, Enrique Pueyo.

Desde entonces, la localidad está tan desierta como cualquiera, y la gente “se lo toma en serio”, restringiendo incluso sus salidas al campo, “pero a dar de comer a los animales, tienen que ir. Otros sectores, como la construcción, no saben muy bien qué hacer, y yo tampoco sé decirles”, lamenta. El problema, explica el primer edil,es que en la localidad, “el 85% depende, directa o indirectamente, del turismo”, y este frenazo de actividad va a ser complicado. El consistorio va a estudiar medidas de exención fiscal, pero está a la expectativa de que se clarifiquen las medidas estatales y autonómicas.

Por lo demás, la localidad se ha ido adaptando, con clases de música por videoconferencia, o clases virtuales de deporte de lo que antes se hacía en el pabellón.

Andorra

La vida ha cambiado para todos. Carmen Valle es una habitual de los paseos por Andorra. Con un gran patio en su casa, ahora se ha aficionado al bádmiton y a la bici estática. Lo que sea para poder moverse un poco durante los días de confinamiento.

Aunque la gran ventana de su cocina da a una calle principal apenas ve valientes que salen a comprar y que pasean tranquilos, sin guantes ni mascarillas. Eso sí, desde el lunes, porque el fin de semana todavía hubo más de uno que optó por mantener sus rutinas. El supermercado lleva su ritmo habitual, salvo por la excepción de que uno debe ponerse guantes al entrar. Lo más importante, dice Carmen, es que “no hay desabastecimiento”.

Lo peor de no salir de casa es no poder ir a ver a su madre. “Tiene 93 años y a veces se le olvida que tenemos prohibido movernos y desplazarnos y me dice que vaya a verla”, explica, aunque pese a su edad realizan alguna que otra videollamada con la ayuda de la asistenta que cuida a diario de ella. “Se queda algo más conformada”, dice con cierta resignación.

En Alloza el ayuntamiento tuvo que lanzar un bando para recordarle a sus vecinos que no pueden salir de sus casas, salvo para hacer la compra, ir a trabajar o a un centro médico. “La gente seguía saliendo a pasear”, critica.

Pozondón

Pero esta actitud no es la habitual. Ni siquiera en los pueblos más pequeños, sin contagios cercanos, donde podría parecer que la sensación de alarma es menor. Belén López, vecina de Pozondón, confirma que su veintena de habitantes solo habla por WhatsApp. “Hemos hecho un grupo los vecinos para ir comentando y preguntando lo que necesitamos, y a dos abuelos que no tienen les vamos llamando”, explica. Pero por la calle, cuando va a al trabajo a su granja, no se ve un alma, “parece un desierto. Al principio la gente decía que igual podíamos ir aunque fuera al monte, pero no, no vamos”.

Paradójicamente, esta crisis sanitaria ha valido incluso para mejorar los servicios en el municipio turolense. “Los de la carnicería de Bronchales avisaron de que bajarían a vender lo que quisiéramos, sin cobrar envío, nos sirven pan dos días, fruta otro. Al final estamos mejor servidos que antes, nos lo traen”, comenta.

Lo que no han tenido es problema de vecinos no habituales que vayan a pasar la cuarentena al pueblo. “El alcalde, que vive en Madrid, mandó un whatsapp en un grupo que tenemos también con la gente de fuera, pidiendo que no lo hicieran, y no lo hicieron”.

Allepuz

Esta posibilidad desató toda una campaña en redes sociales, y no parece que finalmente haya llegado a ser un problema en los municipios. Así lo confirma también el alcalde de Allepuz, Nacho Martínez, que, también como historiador, recuerda que “es un fenómeno muy humano que los de la diáspora regresen, ya lo hacían con la peste negra, yéndose a villas rurales pensando que allí no iban a contagiarse”. Pero a Allepuz apenas fueron una o dos parejas de las que tienen casa, y no ha supuesto un problema. “Una cosa es un turista, pero si tiene casa aquí, no les vas a dar un estacazo”, bromea. “Además tienen un comportamiento muy cívico, se quedan en su casa, como todos”, añade.

La vida en la localidad ha cambiado más de lo que podría parecer, ya que solo con el cierre del bar, “que aquí es más que un bar, es un centro social”, se interrumpe mucho la actividad. “Los vecinos se ven de lejos al ir a comprar, aunque puedan hablar. Y los albañiles están haciendo jornada intensiva, sin almuerzo”, repasa.

Él mismo vive aislado en su masada, “como siempre, pero ahora más”, y confía en que no llegue ningún caso importado, por la gente mayor.

El coronavirus, en cuanto a imagen urbana, está igualando las calles vacías en pueblos y ciudades, unidas también en el deseo de que esto pase lo antes posible.