Recibí por whattsapp una foto. La enviaba Antonio de la Vega, coordinador de la Obra Social de la parroquia del Carmen, quien aparecía hace unos días en esta sección. Iba acompañada de un texto escueto: «Fíjate qué manera más bonita de ofrecerse para colaborar». Era una imagen de un folio sujeto con unas bridas a un portal. «Hola, soy la vecina del número 3 (la del balcón). Si alguien necesita ayuda, os dejo mi teléfono. Estamos aquí para ayudarnos».

Un mensaje sencillo y acompañado por un corazón hecho a rotulador. El mismo que muchos han lanzado estos días en los que las redes vecinales se han hecho más fuertes que nunca. ¿La chica del balcón? Y, ¿quién era ella? Ayer, llegó el momento de marcar el teléfono e intentar saber. Conocer la historia de una de esas personas que están tejiendo nuevas familias. Mi interlocutora se sorprende con la llamada. No había reparado en que lo que lo que hubiera hecho fuera reseñable. Da una explicación sencilla. Como su mensaje. «Me llamo Venus y, no sé, por mi casa vive mucha gente de una edad y yo tengo que salir, así que quería ayudar», dice. «No me cuesta nada y, como mi familia está lejos, ahora ellos son mi familia. Y los quiero cuidar».

El mensaje de Venus a sus vecinos.

Venus es Venus Abad. Es educadora medioambiental, tiene 30 años y reconoce que ama el mundo. «Soy de esa gente que sufre si pisa a un caracol», dice medio de broma. Medio de broma o medio en serio, porque le preocupan sus vecinos de verdad. Le pregunto por la referencia, «la vecina del balcón». «Eso es porque a las ocho salgo todos los días con mi guitarra o mi ukelele y canto y los vecinos lo agradecen».

Lo curioso es que reconozco la verja. ¿Salduba? He visto a esa chica. La que no conoce a sus vecinos pero los considera su familia. «Ellos también se preocupan», explica. «El otro día tuve que ir a trabajar y llegué a las ocho y diez y no pude salir a cantar y el portero del edificio de enfrente me llamó para preguntar si estaba bien». Se ríe al apostillar: «¡Y eso que canto mal!»

Venus Abad tiene lejos a su familia. Vive con su gata y se la come a besos, porque eso sí puede hacerlo. Dice que la música le está salvando estos días y que todos debemos aprovechar para observar la naturaleza. «Es tan fácil como asomarse para ver a los gorriones, las picarazas... Solo hay que mirar por la ventana».

Y también mirar a nuestro alrededor. Ella se crió en un pueblo --Lugarico de Cerdán-- y cree que, después de esto, quizás volvamos a saludarnos como lo hacen allí, porque «en la época en la que más conectados estamos es en la que menos conectamos». Que quizás apreciemos «el comercio de proximidad, a nuestros vecinos». «Que cuidemos los unos de los otros». Y que escuchemos a la naturaleza. A los caracoles. Y también a los seres humanos.