El vermú vuelve tímidamente a los bares de Zaragoza. En el primer sábado de la fase uno de la desescalada, eran pocas las plazas y calles que respiraban el tradicional ambiente de tapeo previo a la comidas. Zonas habituales de esta gustosa costumbre, como el Tubo, la Madalena o Heroísmo, permanecieron casi desiertas. Eso sí, los establecimientos que había abiertos tenían llenas sus terrazas, aunque con un aforo limitado al 50%. Encontrar una mesa libre resultaba una misión casi imposible en la mayoría de los locales. Y eso que no acompañó el buen tiempo, con cielos cubiertos durante la mayor parte día como nublados están todavía los negocios de hostelería.

Aunque sin aglomeraciones, la plaza de Santa Marta presentaba la estampa más aproximada al vermuteo típico de los fines de semana, con casi todos los locales con la persiana arriba. «La gente está loca por salir, tomar el aire y sentarse en una terraza», asegura Vicente Mañas, propietario de El Lince, parada obligada en la ruta de tapas por este conocido rincón del Casco. «Abrí el lunes y desde entonces sin parar», asegura el hostelero, que abrió el bar en 1976.

«Dentro de la desgracia general, estoy contento por haber podido reencontrarme con los clientes y poder trabajar», explica. Eso sí, por ahora solo puede tener tres mesas, por lo que trabaja él solo sirviendo sus conocidos montados de sardina rancia, los llamados Guardia Civiles. «De momento no da para más. Tengo a varios empleados en ERTE», apunta.

BODEGAS ALMAU, DE LOS POCOS ABIERTOS DEL TUBO

El antes concurrido Tubo sigue apagado casi al completo, a excepción de las terrazas ubicadas en varios solares de la calle Estébanes, entre ellas la del mítico Bodegas Almau. «De los 80 bares que hay, somos de los pocos que hemos abierto», asegura Miguel Ángel Almau, que representa, junto a sus hermanos Noé y Francho, las cuarta generación al frente de este negocio que este año cumple su 150 aniversario. «Desde el lunes que abrimos estamos al completo», señala con satisfacción. Aunque ocurre en todo el sector, las restricciones de actividad decretadas hacen que solo la familia propietaria atiende el bar. «Tenemos a nueva empleados en ERTE», lamenta.

El distanciamiento social entre clientes era la nota dominante, pero también se percibe una relajación en el cumplimiento de las normas marcadas por las autoridades sanitarias. Entre los hosteleros, sin embargo, todo son parabienes. «Hay mucho respeto, al menos en los bares de tapas», asegura un camarero.