Pantalones pirata y camiseta sin mangas. Subido sobre el tejadillo de las cabinas de retransmisión de televisión de la central de Wimbledon. Caída ya la noche, bajo una lluvia de flases, Rafael Nadal celebraba el triunfo en el torneo que más ansiaba después de ganar a Roger Federer en una batalla de 4 horas y 48 minutos. Una década después vuelven a ser los favoritos pero el recuerdo de aquella final pasó a la historia. Así se contaba en la primera biografía del tenista Rafael Nadal, Crónica de un fenómeno (RBA, 2009):

El Rolex de la pista central del All England Lawn Tennis and Crocquet Club de Wimbledon marca las 15.25 horas del domingo 6 de julio del 2008 cuando Steve Adams, socio del club y encargado de acompañar a los jugadores a la pista central, se acerca a Rafael Nadal y Roger Federer. La lluvia ha obligado a retrasar el inicio de la final, previsto para las 14.00 como marca la tradición. Por unos momentos se ha temido que tuviera que suspenderse el partido hasta el lunes.

-Caballeros, ¿Listos?

La central ruge cuando los dos tenistas entran precedidos por un empleado que lleva sus bolsas. El cielo está encapotado y los augurios no son nada buenos.

Desde que comenzó el torneo hay expectación por ver una final catalogada ya como histórica. «Será un partido de dos gigantes. Nadal me ha impresionado pero Federer es mi favorito», comenta Boris Becker, triple campeón de Wimbledon y ahora comentarista de TV. «Federer tiene mucha presión. Si pierde será el final de su reinado y como número 1», valora John McEnroe, cuatro veces campeón del torneo, que horas antes ha estado peloteando con Nadal.

La tensión se palpa en los rostros de Federer y Nadal. El silencio es sepulcral, solo se oye el golpe de la bola contra los cordajes de las raquetas. Y comienza el partido. Federer saca y Nadal le gana el primer punto con un gran resto. Es un aviso. Tres juegos después Nadal consigue el primer break. Una ventaja suficiente para apuntarse el primer set por 6-4. En el segundo Federer parece reaccionar y se adelanta 3-0 y 4-1. Pero Nadal no solo consigue recuperar esa desventaja sino que gana cinco juegos seguidos y se apunta el segundo set con otro 6-4. La sorpresa es general. La final parece decidida aunque el número uno del mundo lucha para evitarlo en la tercera manga en la que mantiene su saque hasta el 5-4. Justo en el momento en el que la lluvia obliga a interrumpir por primera vez la final. El juez de silla, el francés Pascal Maria, suspende el partido y para su reloj a las 16.52 horas. A Federer le ha salvado la campana.

-Hombre, ahora no era necesario que hicieras aparecer la lluvia-, le comenta socarrón Rafael a su tío Toni Nadal cuando entra en el vestuario, recordando cuando de niño le hizo creer que con sus dotes de mago podría hacer llover para que detuvieran un partido que perdía.

Rafael aprovecha ese descanso para reponer fuerzas y curar un pequeño problema en el dedo de un pie. El doctor Ángel Ruiz-Cotorro le aplica una inyección para dormirle la zona y pueda jugar sin dolor. Toni, que no soporta ver las agujas, se estira en un banco del vestuario y mientras espera ¡se queda dormido! Nadal no puede creerlo cuando vuelve a su lado.

-Estamos en la final de Wimbledon y se ha dormido, le comenta atónito al doctor.

-Venga Toni, despierta que volvemos a la pista-, le dice, pero aún tardarán más de media hora en volver a salir. Toni se muestra confiado.

-Tranquilo Rafael. Tienes que seguir como hasta ahora y ganar tu saque de salida. Si igualas a 5-5 Federer notará la presión. Toni sabe por qué le dice eso. Rafael es capaz de disfrutar como un niño allí donde los demás sufren. Federer está contra las cuerdas pero esta vez cuando vuelve a la pista saca su orgullo, no le tiembla el pulso y se apunta el set en el tie break por 7-5.

En el cuarto set los dos tenistas mantienen su saque hasta forzar un segundo tie break. Nadal consigue adelantarse 5-2 y dispone después de dos saques para ganar la final. Federer está acorralado pero se juega cada punto con golpes maestros y logra remontar hasta igualar 5-5, 6-6 y 7-7. La emoción está al máximo. Nadal consigue su primer match ball del partido pero no puede concretarlo y pierde los tres siguientes puntos y el cuarto set. Por la cabeza de Nadal pasan como un flash los recuerdos de la final del año pasado y la ocasión que entonces dejó escapar. Ahora aún lo ha tenido más cerca y tampoco lo ha aprovechado. Sentado en la silla espera el inicio del quinto y definitivo set.

Desde la grada Toni intenta tranquilizarlo.

-Olvídate de lo que ha pasado. Concéntrate. Ahora no puedes permitir que se vaya en el marcador. Asegura tu saque.

Y así lo hace hasta que con 2-2 y 40-40 vuelve la lluvia. El Rolex de la central marca las 19.45 cuando por segunda vez vuelven al vestuario.

-Ahora no te duermas, ¿eh?- le dice Rafael, sentado ya en el vestuario cuando le ve llegar. Toni sonríe.

-Hemos perdido una ocasión. Pero no pasa nada -comienza a explicarle Toni-. Ahora no es una cuestión de jugar mejor o peor, ahora es una cuestión de nervios. Tienes que llegar al 4-4 y después ganará quien esté más fuerte de cabeza, no quien sepa jugar mejor al tenis. Y entonces, Toni se queda absolutamente sorprendido con la respuesta de Nadal.

-Ganaré. Bueno, no sé si ganaré, pero puedes estar tranquilo porque yo no fallaré. El año pasado no sabía si volvería a estar en una final y por eso lloré después de perderla. Ahora haré lo que debo hacer. No fallaré.

Cuando Toni llega al palco de jugadores, le dice a Carlos Costa: «Me ha dicho que no fallará y que ganará». Se miran con una sonrisa incrédula. Pero los dos están contentos porque conocen a Rafael y saben que no es ningún farol. Está convencido de que puede hacerlo. A las 20.24 horas Federer vuelve a poner la bola en juego mientras el tímido sol que había aparecido empieza a caer y desaparecer entre las nubes. Apenas queda una hora de luz natural. La igualdad en el marcador se mantiene no solo hasta el 4-4 que pedía Toni sino que sigue con 5-5, 6-6 y 7-7. El cielo cada vez está más oscuro. La suspensión del partido parece inminente cuando Federer cede su saque.

El pentacampeón de Wimbledon no aguanta la presión y en el segundo match ball -tercero del partido- lanza su derecha contra la red. Se acabó. Después de 4 horas y 48 minutos de juego, a las 21.16 de la noche, Nadal cumple su promesa y hace realidad el sueño de su vida.